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Restauración de un cuadro de Romero de Torres, en una imagen de archivo Rafael Carmona
Rafael Aguilar

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El pintor, en el camarote que el capitán del vapor Infanta Isabel de Borbón que le lleva en quince días desde Cádiz a Montevideo le ha preparado como estudio de trabajo, escribe que su viaje es «el de un romántico», porque «quería llegarme a ... este país maravilloso». En 1922 a Julio Romero de Torres le quedan ocho años de vida y es ya un artista y un creador reconocido en España, cuya obra fundamental, consumada, goza de una difusión importante en su país. Ahora, junto a su hermano Enrique, se dirige a Argentina, a una exposición y a un homenaje organizados en la Galería Witcomb que supondrán la penetración de sus cuadros en los circuitos culturales de América del Sur. El punto de entrada elegido para el universo iconográfico del vecino de El Potro es la nación del subcontinente con la que Madrid tiene unas relaciones diplomáticas más estrechas y avanzadas en ese momento.

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