Una leal ciudadanía

Para no dar notoriedad a quienes sólo son asesinos, canallas y algo que omito para no ofender a sus madres, no pierdo ni un segundo en hablar de los ejecutores materiales de los atentados. Los instigadores o quienes de una u otra manera justifican o alientan semejantes comportamientos, merecen esos mismos calificativos y algún otro mucho peor. Ellos son los que alientan a jóvenes niñatos a ir a una muerte segura con la promesa de falsos paraísos, mientras ellos permanecen en la retaguardia disfrutando de los placeres terrenales. Los españoles deberíamos reflexionar si entre nosotros hay voces que justifican y alientan hechos como los sucedidos. Voces de falsos demócratas que buscan en río revuelto lo que no son capaces de conseguir con la palabra. Soy escéptico con las declaraciones realizadas en caliente y con esa aparente unidad que han manifestado los políticos. Lamento decirlo, pero son muchos los años en los que he visto cómo las promesas realizadas al calor de una tragedia se convierten en incumplimientos a la vuelta de la esquina. No habían recibido sepultura los cuerpos de las víctimas, cuando un político, para informar de nacionalidades, puso diferencias entre españoles y catalanes. Si eso es veinticuatro horas más tarde, qué no se oirá dentro de una semana en las redes sociales o en nuestras instituciones. La oposición política en España, más que leal demuestra ser innoble y desleal.

Se dice que nada podemos hacer contra este terrorismo. No estoy de acuerdo. Reconociendo que la seguridad total no es posible, sí que se puede mejorar la existente, si esa mayoría de ciudadanos sensatos que existe en España se constituye en «leal oposición» , dispuestos a decir abiertamente, de manera pacífica y sin miedo alguno, aquello que pensamos y comentamos en privado. Una «leal ciudadanía» unida y dispuesta a participar de manera activa, justa e independiente en las decisiones que toman nuestros políticos. Es la única manera de ganar esta guerra que alguien, creo que más de uno, ha declarado a Europa y, consecuentemente, a España.