El Vía Crucis Magno, cuando las cofradías desbordaron Córdoba

Después de algunos intentos anteriores que no llegaron a buen puerto, las hermandades pudieron aquel día ver cumplido el sueño de una gran procesión, la mayor que se pudo hacer en Andalucía en aquel año de la Fe y un punto de inflexión para las cofradías, que se bañaron en autoestima ante un público inmenso que llegó desde muchos lugares.

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Amaneció el sábado 14 de septiembre, el día de la Exaltación de la Cruz, con el sol en todo lo alto y bastante calor. No había temor por la lluvia. Hubo conciertos y actividades y muchas visitas a las iglesias en aquella mañana en que la ciudad notaba en las calles mucha más gente que cualquier día. Nada comparado a lo que pasó después.

Había bullas en la puerta de las iglesias por las que saldrían las hermandades y había bullas acompañándolas en el camino hacia el recorrido común, que no sería Las Tendillas, la carrera oficial de entonces, sino la Catedral.

No fue una jornada fácil, porque la gran acumulación de público en la Cruz del Rastro ocasionó un retraso a la formación del cortejo, pero el balance de la noche de fue de una apoteosis tanto en el abarrotado recorrido común como en las idas y regresos.

Fermín Pérez leyó las estaciones frente a la Puerta del Puente, que ya ejercía como carrera oficial a la espera de que se confirmara muy poco tiempo después. Y por allí pasó primero la Reina de los Mártires y luego la secuencia completa de la pasión desde el Huerto hasta el Resucitado. En total, 18.

Para los amantes de las estampas extraordinarias quedó ver a la Reina de los Mártires por la tarde, con cera rizada y por segunda vez con música, a Jesús Humilde con una clámide y al Cristo del Remedio de Ánimas y las Angustias de día.

Recuperó el Cristo del Amor a los dos ladrones en su paso, fue el Señor de la Redención por primera vez con un exorno que no sería de claveles rojos, el Señor del Huerto con túnica blanca y el Resucitado, por la tarde y despojándose del sudario.

Los cortejos estaban casi extenuados cuando todos los pasos se reunieron en la Catedral, pero emprendieron vueltas casi siempre multitudinarias, por una calle de la Feria que era otra vez un río sin fin de imágenes y pasos.

El Señor de la Humildad y Paciencia fue el último en entrar, hacia las seis de la madrugada, tras pasar por los Jardines de Colón. Ya era domingo 15 de septiembre y muchos se frotaban los ojos en busca de fotos y crónicas que confirmasen que no había sido un sueño.