El persistente drama histórico de las sequías en Córdoba
Los estudios demuestran que el fenómeno lo ha sufrido la península desde hace milenios y que en Córdoba ha sido frecuente, con terribles consecuencias de hambre y miseria en los peores casos
La provincia se prepara para cortes de agua nocturnos por la escasez de agua
Félix Ruiz Cardador
CÓRDOBA
LAS sequías van asociadas a días oscuros de la humanidad. Por su carácter cíclico, y por lo imprescindible que es el agua para la vida humana, casi que no existe generación que no haya sufrido alguna vez sus consecuencias: con hambrunas y miseria en ... un pasado no tan lejano y con temores, restricciones y movilizaciones sociales en el periodo más próximo. Resulta así entendible que la Biblia esté cargada de referencias a las sequías, siempre como algo opuesto a lo luminoso y espiritual.
Y también como castigo, uso que queda ejemplificado en la maldición que el profeta Elías lanzó al rey Acab, al que le predijo tres años «sin lluvia ni rocío». No es de extrañar que todavía hoy, en periodos de sequía como el que ahora vivimos, se mantengan las rogativas religiosas para que vuelvan las nubes y los aguaceros; una costumbre, la de pedir a los cielos para que acabe el periodo de secano, que en Córdoba es anterior a la Reconquista cristiana, pues según cuenta Ibn Hayyan en sus crónica en el año 941 la ciudad realizó diversas plegarias en un momento en el que la sequía había dejado sin agua los canales. Concluido el periodo andalusí, estas plegarias cambiaron de liturgia pero no de finalidad, pues no han sido pocas las misas y las procesiones rogativas que se han celebrado a lo largo de los siglos y de las que queda numerosa documentación en diversos archivos.
Más allá de cuestiones de fe, recurrentes siempre cuando la cosa se pone fea, son la ciencia y la historia las que se han aliado para ofrecer datos fiables de los periodos de sequía que han vivido Córdoba y su provincia. Las mediciones tal como hoy las conocemos no comenzaron aquí hasta el siglo XX, pero los ministerios de Fomento y Agricultura, a través del Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas (Cedes), promovieron hace una década un 'Catálogo de sequías históricas' en el que se funden informaciones diversas como datos históricos de rogativas o de los Libros del Pan, relacionados con la producción de trigo. Eso se unió a otros sistemas más novedosos, como un índice de reconstrucción de datos de precipitaciones elaborado a través de la dendrocronología, que es la ciencia que se ocupa de estudiar la evolución de los árboles a través de sus anillos de crecimiento.
Planos históricos
Con todos estos datos cruzados, se realizaron planos de sequías desde el año 1059 A. C. hasta el siglo XX, con más de 180 casos documentados de diversa duración y consecuencias. Lo que se observa en este minucioso trabajo es que Andalucía en general y Córdoba en particular no son las zonas españolas más afectadas por las sequías a los largo de las centurias, aunque también se ha padecido aquí este mal con insistencia a lo largo del tiempo. En muchas ocasiones, con un alto impacto social que se traducía en hambre y sufrimiento.
El estudio del Cedex revela que en el caso de Córdoba las primeras sequías severas datadas proceden de los primeros años de la conquista musulmana de la ciudad, que se supone que los romanos ubicaron en su actual emplazamiento debido en parte a la gran cantidad de arroyos y veneros de agua limpia que desde la sierra bajaban hacia el río. Ya en el siglo VIII aparece un trienio de sequía entre el 751 y el 754, con efectos sociales de hambrunas y dificultades. De nuevo aparecen en el siglo X, de 935 a 941, y también en el siglo XII, que aunque fue bastante lluvioso también dejó periodos de sequía en Córdoba en torno a 1170. Según cuentas los cronistas, hubo momentos en la vieja Qurtuba en el que la producción agraria se vino abajo, pero —al menos mientras el Califato estuvo vigente— no faltaron en la ciudad productos traídos de otros lugares.
Tras la llegada de Fernando III El Santo y sus ejércitos, en los primeros días del verano de 1236, las sequías, siempre ajenas a lo político, persistieron, con la diferencia que en vez de plegarias por parte de los musulmanes comenzaron a sucederse las misas solemnes y las rogativas para pedir agua y prosperidad en los campos. En el Catálogo de Sequías aparecen casos que afectaron a Córdoba y su provincia en 1299 y 1311, del que se llega a decir que fue un año sin cosechas. La continuidad se mantuvo en los siglos siguientes, con especial persistencia en el XV y el XVI, en los que la pobreza volvía una y otra vez a poblaciones como Córdoba y Sevilla debido a la falta de agua y las escasas producciones. Se habla por ejemplo en el Catálogo de 1525 y 1526 como Años Terribles para el campo andaluz, algo que debió conocer bien el emperador Carlos I pues en ese último año, en el mes de marzo, se casó en Sevilla con Isabel de Portugal, celebración a la que siguió en mayo un viaje real por ciudades cercanas como Córdoba. La segunda mitad del XVI también estuvo marcada por las plagas primaverales y veraniegas de langostas, que azotaron con fuerza en 1546 y en 1593 y que propiciaron que algunos sacerdotes adquiriesen cierta fama por su presunta capacidad para conjurarlas. Este fenómeno, del que existen casos desde la Prehistoria, ha vuelto a repetirse este mismo verano de 2022 en la vecina comarca extremeña de La Serena, próxima al Guadiato y Los Pedroches.
Los siglos que luego siguieron tampoco pudieron ser ajenos al fenómeno de la sequía, que tuvo momentos de nuevo complicados para la población cordobesa en la década de 1620 durante el siglo XVII, en 1734 y 1795 durante el XVIII y en la década de 1820 a 1830 en el XIX. De ese periodo decimonónico quedan varios testimonios en el Archivo Municipal de la ciudad, donde se conservan diferentes documentos relacionados con las misas solemnes que se realizaban para pedir la vuelta de las lluvias. Eran habituales por ejemplo las rogativas a la virgen de la Fuensanta, que desde sus mismos orígenes históricos está relacionada con el agua y con su poder sanador. También aparecen reflejadas peticiones en 1874 y 1875 de la Hermandad de Labradores para que se celebrasen oficios religiosos que sirviesen para poner fin a la sequía. Es igualmente en esa época cuando los ilustrados regeneracionistas, con Joaquín Costa al frente, comienzan a difundir la necesidad de construir pantanos que garanticen el consumo y el riego en tiempos de sequía, un proceso que marcará por completo la centuria siguiente en Córdoba y en todo el país.
La llegada del siglo XX
La llegada del siglo XX vino en Córdoba acompañado desde 1912 por las mediciones reguladas de lluvia en la ciudad. Los datos de la Estación de Córdoba reflejan por ejemplo que la urbe no fue ajena a la gran sequía de 1918, ya que tanto ese año como el anterior se registraron menos de 500 litros por metro cuadrado. Los años de la II República también se vieron lastrados por este fenómeno metereológico, aunque en Córdoba los datos fueron cercanos a la media, y los más lluviosos se concentraron curiosamente durante la guerra civil, en 1936 y 1937. En las últimas décadas, las sequías más potentes se vivieron al final de los años 40 o en el inicio del actual periodo democrático, en los años 80 y 81, cuando los agricultores cordobeses llegaron a echarse a la calle para pedir inversiones, movimiento que influyó en la puesta en marcha del pantano de San Rafael de Navallana. Más reciente, y aún fresca en la memoria, es la sequía de 1993 y 1994, que en comarcas cordobeses como Los Pedroches produjo severos cortes de agua.
Ya en el siglo XXI los años de escasas de lluvias se han ido alternando con otros de altas lluvias e incluso trágicas riadas. Especialmente duros por la falta de agua fueron 2006, justo antes de que estallase la gran recesión económica, y 2017, que abrió un ciclo de bajas precipitaciones que llega hasta nuestros días. Concienciación y restricciones son las palabras que vuelven a escucharse ahora que regresa un fenómeno de consecuencias muy graves; un antiguo conocido, tan viejo como el sol, que tiene una extraña capacidad: la de parecer siempre nuevo, como recién estrenado, para quien lo padece.
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