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Una cordobesa en los altares
La vida y muerte, fusilada en la guerra civil, de Isabel Aranda es un modelo que llega a lo más profundo del corazón
Un santo, 128 beatos y la subida de Osio a los altares en camino: la huella del Papa Francisco en Córdoba
Córdoba
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Iniciar sesiónEl pasado 20 de junio, el Papa autorizó la beatificación de 124 mártires de la diócesis de Jaén, asesinados entre 1936 y 1939, por «odio a la fe», en el contexto de la persecución anticatólica de la Guerra Civil. El proceso de beatificación ... se desarrolló entre 2016 y 2019. Entre los nuevos futuros beatos, figura una cordobesa, la monja clarisa Isabel Aranda Sánchez, abadesa del monasterio de Santa Cruz, también conocido como de Santa Clara, en Martos
Isabel nació en Hinojosa del Duque el 12 de julio de 1889 e ingresó en el monasterio de Santa Cruz el 8 de diciembre de 1903, con sólo 14 años de edad. Realizó su profesión solemne el 19 de marzo de 1922, tomando el nombre de Isabel María de San Rafael. Fue nombrada abadesa en junio de 1936. Tenía Martos 25.000 habitantes en 1936 y pasó los tres años de guerra en zona republicana. El Frente Popular fusiló a 154 personas en ese tiempo, mientras que en la posguerra fueron 86 las víctimas. Contaba Martos con tres conventos femeninos: el de las trinitarias, el del Instituto Calasancio de la Divina Pastora y el de las clarisas. Las abadesas de los tres fueron asesinadas; las de los dos primeros, Francisca Espejo y Victoria Valverde, ya han sido beatificadas, en 2007 y 2013 respectivamente, ahora le corresponde ese honor a nuestra paisana.
El 21 de julio de 1936, junto con otras 26 hermanas de la comunidad, fue expulsada del viejo edificio que había sido monasterio desde 1589. Sin embargo, no quiso refugiarse con su familia, donde podría estar segura, para seguir cuidando de las hermanas. Se instaló con otra monja anciana, la hermana Josefa Contreras Escobedo, en la Casa de las Ánimas. Allí vivió hasta el 12 de enero de 1937. Incluida en la trágica lista de personas buscadas, la llevaron a la iglesia de San Miguel, donde se unió al resto de las personas cuya muerte había sido decretada. Con las otras dos abadesas, fue llevada al cementerio de Las Casillas. Allí fue abusada y maltratada. Finalmente, la fusilaron a quemarropa. Después de la guerra, su cuerpo fue reconocido y trasladado a la cripta del nuevo santuario de Santa María de la Villa.
La vida y muerte de Isabel Aranda es un modelo que nos llega a lo más profundo del corazón. La sangre de los mártires es una sangre de paz, de concordia, de perdón y, sin duda, en la sociedad de nuestro tiempo, es también una sangre de valores absolutamente imprescindibles como la tolerancia y el respeto mutuo. España se despeñó en una tragedia colectiva en 1936, con víctimas y verdugos por doquier. Pero aprendió de los errores de su historia y en 1978 levantó una bandera por la reconciliación y la convivencia. Que no se olvide que un país no se construye con muros entre sus ciudadanos, sino con manos tendidas.
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