PASAR EL RATO
Brevedad y calidad
Algunas sesiones municipales duran más que un discurso de Fidel Castro, y eso desalienta a la afición
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Iniciar sesiónEl Ayuntamiento de Córdoba se ha propuesto ser más ahorrativo con el tiempo que dedican sus concejales en los Plenos a meterse los unos con los otros, con el pretexto de mejorar la ciudad. Al parecer, algunas sesiones municipales duran más que ... un discurso de Fidel Castro, y eso desalienta a la afición. Todo sistema de pensamiento que no pueda resumirse en un minuto es un abuso del lenguaje. Y lo más probable es que no se trate de pensamiento, sino de gases en el cerebro, que hacen más ruido. Un minuto es tiempo suficiente para organizar una revolución. Las intervenciones públicas más solemnes de nuestros gobernantes no deberían sobrepasar los diez minutos, exceptuando a Pericles, Cicerón, Castelar, Lincoln, Churchill y unos pocos más en la historia.
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A esos se les podría conceder un máximo de veinte minutos por discurso, y ni un segundo más. Una intervención oral de un minuto es un discurso, y hay que prepararla y pronunciarla con arreglo a las técnicas de la oratoria. Eso exige tiempo y formación. Es mejor no engañarse, para hablar bien hace falta estudio y cultura. El arte es difícil, cuesta mucho trabajo. Para una exposición de un minuto, no menos de dos horas de preparación. Precisamente la brevedad hace más exigible la calidad. En un texto tan breve ninguna palabra puede resultar ociosa, incluidos los signos de puntuación. «¡No oigo la coma!», reprochaba el gran Stanislavski a sus alumnos menos expresivos. Si nos basamos en los resultados de la actual convivencia política, al Gobierno y a la oposición les sobra la mitad de un minuto para resumir su único pensamiento: destruir al adversario. «Vengo a exigir la dimisión del alcalde, cuya ineficacia ha hecho retroceder mil años la economía y los derechos fundamentales de los cordobeses. Esta ciudad nos necesita a nosotros para progresar». Lo que se añada hasta completar el minuto resulta superfluo, y no mejorará el desprecio. «Nosotros gobernamos porque así lo ha querido el pueblo. Pida su señoría explicaciones al pueblo, que únicamente se equivoca cuando los vota a ustedes. Por lo demás, lo único que en esta ciudad progresa bajo su mandato es el partido de su señoría». Y así todo, desde el Gobierno de España al de la última pedanía. Ya que no se puede innovar el contenido, cuidemos la forma, que es la parte más importante del discurso. Con la excusa de que el pueblo soberano come de todo, algunos políticos se limitan a profanar el silencio con sus intervenciones, de las que ha huido la inteligencia humana, que es lingüística.
Únicamente falta que los miembros de la Corporación Municipal cordobesa se exhorten al buen uso del lenguaje. Si a la brevedad unen la calidad, el Ayuntamiento de Córdoba puede pasar a la historia como un inusual amontonamiento de grandes oradores. La afición no desespera.
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