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Tierra
Cuando era niño, creía que mi padre era un ser sobrenatural
CÓRDOBA
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Iniciar sesiónCuando era niño, creía que mi padre era un ser sobrenatural. Que tenía el poder de mover montañas y alterar el curso de los ríos. Que era un centinela invencible, capaz de ahuyentar a los fantasmas que emergían de las sombras cuando las luces ... se apagaban en casa. Si el cielo se derrumbaba, allí estaba él para sostener las columnas del firmamento con sus brazos.
Años después, cuando comencé a comprender que somos criaturas solitarias que deambulan sin rumbo en la sinrazón del universo, vi al hombre vulnerable y mortal que ya fue siempre. Entonces se desvaneció el ser prodigioso y se reveló el ser humano, hermético y mordaz, cínico y noble, lúcido y contradictorio del que aprendí unas cuantas cosas fundamentales de la vida.
La primera vez que lo vi llorar fue hace diez o doce años. Acabábamos de cenar una noche de Navidad con mi madre y mis hermanas. Entonces rompió, por primera vez, el espeso silencio que rodeó durante décadas su atribulada infancia de posguerra. Fue cuando recordó aquellas tardes funestas en que se subía al tren con su hermana Isabel para ver a su padre Ramón, militar y republicano, vencido y preso en la cárcel de Alicante. Apenas tendría siete u ocho años de edad. En ese instante, se quebró su voz y se detuvo el tiempo en el salón de casa.
Mi padre formó parte de una generación de héroes anónimos, insurgentes y audaces, que soñaron un mundo distinto en aquellos años asfixiantes de la dictadura de Franco. En ese universo, opresivo y luminoso, a partes iguales, se forjó la conciencia de aquel niño que fui. Recuerdo como si fuera ayer la fraternidad de un puñado de insensatos, hombres y mujeres valientes, que se jugaban la vida para ganar la dignidad. Todos aquellos destellos irrepetibles, tantísimos años después, viven hoy en nuestra memoria.
En la noche del sábado, cuando mi padre era ya más tierra que carne, cogí su mano exánime para acompañarlo en el trance definitivo que nos separa de la nada. Y para agradecerle todos estos años venturosos, a veces felices, a veces amargos, que nos regaló sin pedir nada a cambio. Querido padre: vives en mí mientras yo viva.
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