Milagro en la universidad
Los alumnos y trabajadores de la Universidad de Navarra son las últimas víctimas de ETA. Emiten testimonios intercambiables por los de cualquier otro atentado donde está la macabra impronta etarra. «Miedo», «susto», «pánico», «temblores», «explosión», «bomba», «terremoto», «humo» y «cristales rotos» son los términos repetidos ... por todos los afectados. Algunos salvaron su vida por casualidad. Otros se sobresaltaron con el ruido ensordecedor que a las once de la mañana terminó de oscurecer un día lluvioso y frío. Y los que tuvieron peor suerte se vieron obligados a pasar por los hospitales navarros que se encuentran junto al campus universitario.
Tras la fuerte explosión que vació las aulas, en la Universidad de Navarra y sus alrededores se instaló el caos. El nerviosismo hacía mella en cada uno de los presentes y las noticias confusas azuzaban el temor, más que fundado, de que se hubiera producido una masacre. Poco después del desalojo se dio por desaparecida a una trabajadora. Pero ella había acudido por su cuenta a uno de los centros hospitalarios para ser atendida.
Segunda bomba
Minutos después, corrió la versión del aviso de una segunda bomba colocada en el edificio hexagonal de la facultad de Ciencias, junto a la avenida de Pío XII. Una falsa alarma que acrecentó el pánico. Las llamas que calcinaban varios vehículos y la negra columna de humo que se podía ver a muchos kilómetros abonaban la sensación de terror que se respiraba en Pamplona.
En el Hospital de Navarra, el Hospital Virgen del Camino y la Clínica Universitaria la tensión subía conforme se acercaban los heridos, casi todos ellos leves. Presentaban cortes producidos por los cristales que reventaron a causa de la explosión, crisis de ansiedad, inhalación de humo o problemas de audición. Especialmente complicado fue el caso de una mujer embarazada que llegó por la mañana a la Clínica con una severa crisis nerviosa; los facultativos la ayudaron a tiempo. Las heridas provocadas por las bombas no sólo surgen de forma inmediata al atentado. Hay ocasiones en que brotan más tarde, cuando la víctima asume lo que le ha sucedido. De hecho, fuentes del centro hospitalario señalaron que dos de los 23 heridos contabilizados a las cinco de la tarde habían llegado tan sólo diez minutos antes, con una crisis de ansiedad y problemas de audición, respectivamente.
De todos los heridos atendidos ayer en los tres hospitales citados -24 en la Clínica y 4 en los centros públicos-, sólo dos permanecían ingresados al cierre de esta edición. Ambos se encontraban en la Clínica Universitaria: uno de ellos, de origen filipino, por traumatismo craneoencefálico y otro, que se encontraba «muy dolorido», por las heridas causadas por cristales partidos merced a la onda expansiva. Sus familiares no quisieron hacer manifestaciones.
La centralita de la Clínica no dio abasto para responder a las decenas de llamadas recibidas por parte de familiares de los alumnos. Por la mañana, las líneas de teléfono móvil estuvieron colapsadas. No en vano, la zona del atentado es transitada cada día por miles de personas de toda España que estudian o trabajan en la prestigiosa Universidad privada. Incluso, según distintas fuentes consultadas, la lluvia y el mal tiempo contribuyeron de forma decisiva a evitar una matanza, puesto que si hubiera amanecido un día más apacible más personas habrían estado allí.
Tremendo susto
Álvaro Calleja reside en un colegio mayor para estudiantes que dista apenas 100 metros del lugar del atentado. «Nos hemos llevado un susto tremendo», sostiene con voz sobresaltada. Javier no puede dejar de pensar en que lo normal hubiera sido que él pasase por allí a esas horas, pero sólo un retraso -«muy oportuno»- lo impidió. Amaya tranquiliza a todos sus amigos por teléfono, ya que acude a clase por las tardes. Los que la llaman conocen sus horarios, pero necesitan oír su voz para asegurarse de que está sana y salva.
Un profesor expone a los medios que en su despacho, pese a ser interior y por ello más lejano a la explosión, todo se ha movido. Cada uno cuenta su historia particular, con detalles y tormentos únicos e intransferibles, pero en el fondo todos cuentan lo mismo: el miedo que inflingen los asesinos de ETA.
Con el paso de las horas, regresó poco a poco la serenidad perdida y por las entrañas de los afectados corrieron sentimientos de ira e indignación. Lo intentaban, pero no podían explicar lo inexplicable. Se daban cuenta de que los terroristas están privados de toda lógica o razón. No hay motivos, ni justificaciones para la barbarie. Varios trabajadores en tareas de Administración narraron a ABC cómo vivieron el atentado y expresaron su repulsa y su rabia. Belén es una de ellas. Trabaja en el Edificio Central de la Universidad, junto al lugar del atentado. «Esta mañana, de repente se ha oído un fuerte ruido, se han roto los cristales y ha temblado todo», señala. «Lo único que siento -agrega- es impotencia; ¿a quién se le ocurre una cosa así?».
Cada día deja su coche en uno de los aparcamientos que flanquean el edificio. Hoy se va a casa antes de tiempo y tiene que abandonar allí su vehículo para que los investigadores de las Fuerzas de Seguridad busquen pistas que lleven hasta los autores de la nueva salvajada etarra.
«Pura suerte»
Como ella, todos se van. Porque el regreso de la calma no hace posible que se recupere la actividad en el centro universitario. Es un día de luto pese a la milagrosa ausencia de muertos. Los afectados tuvieron una jornada libre de estudio contra su voluntad. Lo más importante es que por «pura suerte», como recuerdan algunos, lo pueden contar.
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