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La machada de Pablo Casado

Nada le preocupaba más que hacerse con el título de macho alfa de la derecha. La pretensión es legítima, pero inoportuna y extemporánea. Ahora nadie habla de lo que hizo Abascal —discurso autárquico, antieuropeo, conspiranoico y aldeano—,sino de lo que él hizo con Vox

Aplausos de los diputados del PP a Casado en el debate de la censura
Luis Herrero

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Lo peor de todo es que una hora antes de que empezaran a aplaudir como fans de una estrella de rock, los diputados del PP no sabían que iban a hacerlo para celebrar el voto en contra de su grupo parlamentario a la moción de censura que Vox había presentado contra Pedro Sánchez. Ni siquiera se les dio la oportunidad de dar su opinión sobre lo que debían hacer cuando llegara el momento de retratarse. Entraron a ciegas, como corderos obedientes , dispuestos a aplaudir un discurso que su líder máximo había mantenido en riguroso secreto. Caben pocas dudas de que hubieran aplaudido con el mismo entusiasmo cualquier otra intervención, fuera la que fuera. He ahí la primera gran contradicción del debate.

Esa necesidad autoimpuesta de tener que aparecer como el líder que los tiene bien puestos es la que le llevó a subir los decibelios enfrentándose con Vox

Justo cuando decide quitarse la careta y ofrecer su verdadero yo, Casado se exhibe como un faraón que contempla el mundo desde el vértice de su pirámide mientras los súbditos de su partido doblan el espinazo ante él en señal de adhesión inquebrantable. Extraña manera de mejorar su imagen. Ya sé que no es una extravagancia. Sucede en todos los partidos. A ese ejercicio de culturismo se le llama exhibición de liderazgo fuerte . El imbécil que no demuestre tener musculatura suficiente para imponer su voluntad a los miembros del rebaño es un pringado incapaz de hacer fortuna en el mundo de la política. De lo que se trataba, al parecer, es de que Casado superara esa prueba. Y lo hizo. Además, con buena nota.

Los maceros de Génova nos han contado que el mandamás del PP había pasado el fin de semana previo al debate en sesuda conversación consigo mismo . El sábado estuvo en el circo Price, viendo a Pepe Viyuela, y el domingo paseó con su mujer por el parque del Retiro. Ningún dirigente del partido le llamó para saber cómo iba a encarar su intervención durante la moción de censura. ¿Para qué? Ya les había advertido a todos ellos que no iba a decirles nada. Top secret. El lunes y el martes perfiló el discurso, en rigurosa soledad, y el miércoles se lo dejó leer a media docena de fontaneros. No había mucho postín en el elenco de confidentes. Quitando al secretario general, los demás eran directores de gabinete o responsables de comunicación. Esa es la corte de Camelot del Kennedy que quería sentar a la derecha española en la mesa redonda de un tiempo nuevo . No sé si este debate refuerza a Casado —eso dependerá de la apuesta que haga el electorado—, pero sí sé que el PP sale de él como un partido vulgar, de viejas hechuras, incapaz de aportar algo distinto a lo que sobreabunda en el paisaje viejuno de la política española. Poco a poco, la maquinaria pesada del PP ha ido limando el perfil distintivo con que su nuevo líder quería diferenciarse de sus predecesores hasta convertirlo en uno más, intercambiable con cualquiera, apegado a los mismos tics autoritarios que imperan en el resto de los partidos.

No sé si este debate refuerza a Casado (eso dependerá del electorado), pero sí sé que el PPsale de él como un partido vulgar, de viejas hechuras, incapaz de aportar

Esa necesidad autoimpuesta de tener que aparecer como el líder que los tiene bien puestos es el que le llevó a subir los decibelios durante su enfrentamiento con Vox. El voto en una moción de censura y exige una respuesta monosilábica, sí o no, a dos preguntas complejas que de ordinario resultan incompatibles. ¿Hay suficientes motivos para censurar la gestión del presidente del Gobierno? Y si es así, ¿está a favor de que gobierne el candidato alternativo? Lo normal, en el caso de que un partido esté a favor de lo primero y en contra de lo segundo, es optar por la abstención. Así ha sucedido la mayoría de las veces. Pero en esta ocasión el PP se ha salido de la norma y ha dejado claro que pesaba más en su ánimo la censura a Abascal que a Sánchez. Esa es la segunda gran contradicción del debate. ¿Es fácil de entender que Casado haya renunciado a magullar, al menos con su abstención, al peor presidente que ha tenido España en los últimos 43 años? Al priorizar la crítica a Vox acabó convirtiendo la sesión parlamentaria en una cuestión de confianza a su persona como líder de la oposición. Nada le preocupaba más, según parece, que hacerse con el título de macho alfa de la derecha. La pretensión es legítima, por supuesto, pero inoportuna y extemporánea. Ahora nadie habla de lo que hizo Abascal en el debate —un discurso autárquico, conspiranoico, antieuropeo y aldeano—, sino de lo que él hizo con Abascal.

La moción, un paseo para Sánchez

Esta moción de censura será, seguramente, la única que se presente contra Sánchez durante esta legislatura y pasará a la historia como la más cómoda de las cinco que han tenido que soportar los presidentes que las han padecido. Alguien tendrá que explicar, en algún momento de la historia, ese enorme contradiós. ¿Cómo es posible que el peor presidente de la democracia haya merecido la reprobación más liviana, en número de votos, de cuantas han tenido lugar en el Parlamento? No es fácil de entender que Casado haya preferido darse puñetazos en el pecho , tras golpear con saña las cejas de Abascal, en vez de buscar el mentón del jefe del Gobierno . Resultado: Sánchez se ha ido de rositas y en el espacio del centro derecha se ha declarado una cruenta guerra civil. En Génova creen que la maniobra de su líder redivivo les hará crecer por el centro, convirtiéndoles en la única alternativa capaz de derrotar al PSOE, y desnivelará a su favor la disputa que mantienen con Vox por el voto de la derecha. ¿Pero qué pasa si los votos que acaba robándole a Arrimadas son menos de los que pierde en favor de Abascal? ¿Alguien está dispuesto a apostarse pincho de tortilla y caña a que los votantes reconfortados por el ataque temperamental de Casado suman más que los votantes cabreados por su bronco desplante fratricida? Yo, de momento, no.

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