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Entrevista a Rosa María Rodríguez Magda

«El 26-J demuestra que los españoles confían y quieren confiar en las instituciones»

La filósofa y escritora Rosa María Rodríguez Magda analiza en el campus FAES los riesgos de los comunitarismos

La filósofa y escritora Rosa María Rodríguez Magda DAVID MUDARRA
Jaime G. Mora

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Rosa María Rodríguez Magda , doctora en Filosofía por la Universidad de Valencia, participa este martes en la segunda jornada del seminario «Presente y futuro del debate ideológico» organizado por la Fundación FAES en los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid, que se celebran en San Lorenzo de El Escorial. La también filósofa y escritora recibió a ABC horas antes de pronunciar su ponencia titulada «El peligroso retorno de los comunitarismos».

Usted sostiene que el derecho a la diferencia nunca puede implicar una diferencia de derechos.

Todas las comunidades tienen derechos individuales, y además derechos comunitarios. Pero muchas veces lo que se busca es establecer un punto y aparte para que dentro de esa comunidad rijan unos derechos diferenciales. No podemos hacer que los derechos culturales resten valor a los derechos individuales de quienes están dentro de esa comunidad.

¿Es eso el comunitarismo?

Comunitarismo sería cualquier tendencia, de izquierdas o de derechas, en la que predominan los intereses de la comunidad sobre el individuo. Habría dos visiones diferenciadas: o bien pensamos que los individuos son ciudadanos y su suma construye una comunidad –el modelo de las democracias tradicionales– o bien pensamos que la comunidad es importante y que los individuos deben someterse a esa comunidad. En ese caso están los totalitarismos, diversos nacionalismos, el comunitarismo islámico, los populismos… No necesariamente un comunitarismo tiene que ser de derechas o de izquierdas.

¿En qué medida un comunitarismo es una amenaza al marco general de convivencia?

Es una amenaza a la preeminencia del individuo en la constitución de la sociedad. Si respetamos al individuo realizando estructuras después de votar a los representantes, tenemos una cultura común: la democracia. Si predominan conceptos como el pueblo, la gente, la nación, la comunidad nacional… los intereses del individuo se someten al interés común. Eso es para mí lo que puede resultar peligroso al Estado de derecho.

¿Es eso lo que ha ocurrido en el Reino Unido con el Brexit?

Hay una crisis en el modelo de democracias tradicionales. Tenemos, por un lado, la crisis económica y, por otro, el problema de la globalización. Con la crisis, grandes capas de la población han ido al paro o han perdido parte de su poder adquisitivo. Con la globalización, los Estados nacionales ya no son tan potentes para resolver los problemas de las naciones. Ambos factores confluyen en un descrédito hacia las instituciones, porque el Estado de bienestar ha caído. En ese descrédito se pueden buscar soluciones populistas. Eso observamos en el Brexit, pero también en diversos movimientos de extrema derecha y extrema izquierda. La separación no es derecha-izquierda, sino creer o no creer en las instituciones y ser seducido por el ideal de seguir a un líder.

¿Se está produciendo algún fenómeno de este tipo en España?

El resultado de las elecciones nos demuestra que hay una gran confianza del ciudadano español en aquellos partidos que defienden esa estructura del pacto social. Son el PP, el PSOE, Ciudadanos… si sumamos ese bloque se ve que el ciudadano español confía y quiere confiar en las instituciones.

¿Cómo explica entonces que Podemos haya estado cerca de superar al PSOE?

Por ese flujo histórico que estamos viendo en toda Europa de la fuerza de los populismos, de pensar que hay que subvertir las instituciones y que la fuerza del pueblo, llevada por un líder, es lo que lo va a conseguir. Las elecciones han demostrado que, a pesar de que emergen nuevas fuerzas populistas, no han logrado un vuelco.

¿Son los nacionalismos una forma de comunitarismo?

Sí, claro.

Se da entonces en España un comunitarismo de corte populista y otro nacionalista.

Pero no podemos tomar como una amenaza el comunitarismo que sigue unos cauces legales y se introduce en las instituciones y es plebiscitariamente reconocido. Las naciones tienen todo su derecho a defender su identidad. No digo que todo comunitarismo sea malo, sino que el hecho de que se plantee como una alternativa global y populista al Estado de derecho sí que es peligroso. Que la gente tenga un sentido comunitario, de grupo, es totalmente legítimo. Ya sea una identidad nacional o un grupo de personas que quiera modificar la política capitalista. El peligro sería el exceso de un comunitarismo que anula los derechos individuales y que después degenera en un totalitarismo. Pero no uno que defiende sus valores propios. Eso puede convivir con cualquier tendencia política.

¿Son estos movimientos una respuesta al fracaso del sistema capitalista a la hora de integrar las diferencias culturales?

Es un fracaso del Estado del bienestar, que no se ha podido mantener durante la crisis. El multiculturalismo normativo muchas veces ha hecho imposible la convivencia. En un primer momento, el multiculturalismo abogaba por visibilizar todas las diferencias culturales. Otra cosa es crear guetos comunitarios en donde cada comunidad –nacional o religiosa– no se relaciona con el resto de la comunidad. Europa debería replantearse las políticas multiculturalistas porque han fracasado: en vez de lograr una convivencia, han provocado una separación según la cual rigen en cada grupo sus propias leyes, y no las leyes de la nación o del Estado.

Usted asegura que no todas las características culturales de los comunitarismos son igualmente válidas.

Si el comunitarismo defiende una serie de diferencias que atentan contra la libertad individual, indudablemente no es legítimo. Solo podrían ser legítimas si agruparan todas las singularidades.

¿Por ejemplo?

Nada habría de malo en un comunitarismo religioso siempre que cualquier individuo que perteneciera a esa comunidad pudiera salirse de ella sin ser perseguido o sin ser denostado.

¿Ocurre eso con el comunitarismo islamista?

Es uno de los casos más llamativos, en cuanto que sí que puede haber una presión social para que los individuos se comporten de acuerdo a las normas del grupo. Cuando un grupo no admite que un individuo lo abandone, ahí hay algo peligroso.

¿Es este el comunitarismo más peligroso?

El comunitarismo que mata a aquel que se va es mucho más radical que otros que simplemente tienen unos métodos de separar al que se va de una forma más suave. Pero no todo comunitario es totalitario.

¿Cómo se puede superar este fenómeno?

Hay que rearmar las instituciones, a darles credibilidad. Tenemos que dar preeminencia a los derechos individuales y, posteriormente, los derechos culturales. Valores como el pacto social, la emancipación, el progreso… ese es el marco donde se ha construido la democracia. Si no logramos rearmar ese marco, podrá venir cualquier visionario, cualquier profeta, que convenza a la población, que ya descree de las instituciones. Eso sería peligrosísimo, y ya lo estamos viendo.

¿Cómo de cerca estamos de resolver ese problema?

Estamos muy lejos. Estamos en la vertiente contraria, cambiando un paradigma en el que el individuo y el pacto social era el modelo a otro en donde la comunidad, la multitud, el pueblo, es el que decide frente a las instituciones.

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