Carcaño juega con la Policía

«Nuestro trabajo no es solo detener delincuentes, también es dar satisfacción, cierto consuelo, a las víctimas. La búsqueda no prescribe y ahí estaremos. Hemos llegado hasta aquí; si no sale la escombrera ya se nos ocurrirá otra cosa». Son palabras del inspector jefe Juan Enrique Soto, jefe de la Unidad de Análisis de Conducta del CNP. Él diseñó, con la ayuda de los investigadores de Sevilla, la prueba neurológica P300 que se realizó a Carcaño el pasado 8 de marzo en Zaragoza, en la que su cerebro reaccionó solo ante la imagen de la escombrera y el texto que la acompañaba.

«Estáte tranquilo, solo tienes que leer unas frases y mirar unas imágenes », le dijo al asesino de Marta mientras el neurofisiólogo José Antonio Valdizán le daba las instrucciones técnicas. «Sí, sí..», fue la única respuesta de Miguel. «No le sacas una frase más larga. Es escueto en todo. No interactúa», detalla Soto, que lleva cuatro años analizando el caso, repasando cada declaración de implicados y testigos y cada diligencia que se ha hecho. El día de la prueba fue la primera vez que tuvo a Carcaño frente a frente.

«Miguel Carcaño no presenta alteración psicopatológica alguna. No presenta ningún trastorno mental ni del comportamiento. En el momento de la comisión del hecho no presentaba alteración de su capacidad de conocer ni querer». Esa fue la conclusión a la que llegaron los dos psiquiatras forenses y la psicóloga que lo evaluaron durante tres días en julio de 2009, cuando llevaba cinco meses en prisión.

Su diagnóstico de la personalidad del condenado se ha revelado más que certero. «A lo largo de las entrevistas cuando se ha tratado de situar al peritado en los hechos (...) ha recurrido a la continua manipulación de los mismos. Ha contado diferentes versiones en las distintas entrevistas y además en cada una de las versiones ha matizado en los diferentes días». Cuando le preguntaron porque manipulaba sus palabras dijo: «Según me conviene por la pena que me puede caer y porque estoy amenazado».

Y así lleva cinco años: dando versiones distintas, incluso contrapuestas, del crimen de Marta y de la desaparición del cuerpo, según le parece. Ocho versiones con variables, implicando a unos u a otros... En la última, prestada en febrero del año pasado, culpó del crimen a su hermano (absuelto) y achacó sus variaciones al miedo que le tiene y a las amenazas de éste de quien dijo que hacía más de padre que de hermano. Ofreció una serie de detalles del recorrido que hicieron con el cuerpo, que llevó a la Policía a peinar una finca entera, la Majaloba, donde no se halló ni rastro.

Hace dos meses aceptó someterse al test neurológico, que ha conducido hasta la escombrera de Camas. Hasta allí fue trasladado por los investigadores tras autorizar el juez su traslado desde la cárcel de Herrera de la Mancha. Ahora está de nuevo en Sevilla y seguirá el tiempo que haga falta. Lo han excarcelado varias veces. Al mostrarle la escombrera asintió, pero dice que no recuerda más.

«Si damos por bueno que se comprometió (con X) a no contar jamás la verdad, aceptando la prueba no lo ha vulnerado porque en realidad él no ha revelado el lugar», plantea Soto. «¿Por qué miente de forma continua aunque revele algunos datos verdaderos?», se pregunta el policía. «Hay varias posibles razones. Le resulta más rentable mentir. Si aparece Marta, el será un preso más y será olvidado. Está solo, completamente solo. Únicamente lo visitan los policías de Sevilla y él no quiere romper ese vínculo».

Sus abogadas, de oficio, se han implicado a fondo, también en que aparezca el cadáver de la menor. Siguen en contacto con Carcaño, de hecho solo las llama a ellas, sobre todo a Paloma Gómez, cuando consigue algo de dinero, que es casi nunca. La letrada tampoco ha logrado que hable, pese a su insistencia. «Vamos a acabar de una vez con esto, Miguel», le ha reiterado en todos los tonos posibles. Ella, al contrario que los psiquiatras, sí cree que Miguel tiene un trastorno, pero dado que no le ha sido diagnosticado no se le trata en prisión . Desde luego, coincide con todos los que le han tratado en que es un «mentiroso compulsivo».

«Repetí 4º de Primaria porque era muy travieso; solo quería jugar. De pequeño las regañinas me entraban por un oído y me salían por otro. Siempre he tenido muchos amigos, he sido sociable y gamberrete con mis travesuras; con eso tuve problemas tanto en casa con mi madre como con la gente de la calle», contó a los forenses.

Uno de sus profesores recordaba a un conocido que ya de niño negaba cualquier responsabilidad. Siempre culpaba a otro de lo que hubiera ocurrido. Los años no parecen haberle cambiado.

«En sus declaraciones da muchos detalles comprobables de hechos que no le implican a él; en cambio al hablar del crimen salta a otro momento temporal», explica el inspector jefe. Los psiquiatras destacaron la laxitud con que aplica los principios morales. «Sus actuaciones están orientadas a la consecución de beneficios y recompensas inmediatas, que le pueden llevar a transgredir normas para obtenerlas». «Se muestra como una persona egocéntrica, con dificultades para establecer fuertes y estables vínculos afectivos, así como para comprender o ponerse en el papel de los otros o entender y compartir sus necesidades y motivaciones», determinaron.

Antonio del Castillo y Eva Casanueva, los padres de la niña, inquebrantables en su dolor y en su fortaleza, han vivido la última búsqueda como el «día más duro» desde que Marta desapareció . La madre calificó a Miguel como «la esencia del mal». Ni ella ha logrado arrancarle una confesión al asesino con el que, según fuentes policiales, se entrevistó unos minutos durante la anterior búsqueda en la Majaloba, pese a que la pareja niega tal contacto. Las situaciones externas ejercen sobre él escasa repercusión emocional, recoge el diágnostico de Carcaño. «Si ha sido capaz de matar, es nimio que no diga dónde está el cuerpo. Es muy complicado sacarle la verdad», apunta el inspector jefe Soto. Y concluye: «Hay una verdad judicial pero al margen de ella no se sabe qué pasó. No es una verdad real. Esa quizá no la sepamos nunca».