Tribuna
Neutralidad tecnológica, motor de la industria automovilística
El eurodiputado del Grupo Popular Raúl de la Hoz insta a plantear un nuevo rumbo para este sector clave que no pase «por prohibiciones ni por dogmas tecnológicos, sino por apostar por la innovación y la libertad industrial»
Raúl de la Hoz
Europa está afrontando un otoño decisivo para su futuro. En un contexto marcado por los desafíos en materia de competitividad, defensa y gestión migratoria, las decisiones que se tomen en las próximas semanas en el Parlamento Europeo serán determinantes para reforzar la autonomía estratégica de ... nuestro continente. Debemos estar a la altura de esta responsabilidad histórica y redoblar nuestros esfuerzos. Las señales de alerta sobre el riesgo de declive se multiplican, mientras las empresas europeas alzan la voz pidiendo apoyo y visión de futuro.
Tomemos como ejemplo la industria automovilística, quizá el caso más emblemático. Bastaba con recorrer los pasillos del Salón del Automóvil de Múnich, el pasado septiembre, para constatarlo: los expositores chinos mostraban extraordinarias tecnologías de vanguardia que ponían en evidencia la situación del sector en la Unión Europea, consecuencia de decisiones ideológicas y de una falta de visión a largo plazo.
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El objetivo del «todo eléctrico» impuesto en la Unión Europea, además de ser irrealista, ha tenido un efecto previsible: entregar el mercado europeo a los fabricantes chinos. Desde el Partido Popular Europeo siempre nos hemos opuesto al dogma del 100 % eléctrico y hemos defendido la neutralidad tecnológica como la única vía sensata hacia una descarbonización realista. En nuestro intento de liderar la transición ecológica, hemos terminado cediendo la ventaja competitiva a Pekín, que nos lleva una década de adelanto en el desarrollo y producción de vehículos eléctricos y que, además, controla la cadena de suministro de los raw materials, indispensables para las baterías.
El resultado es una auténtica paradoja industrial: Europa, que fue referente mundial en innovación automovilística, ha perdido terreno precisamente por imponer desde la política una única solución. Esta estrategia nos está saliendo muy cara —no solo en innovación y competitividad, sino también en empleo—. Se calcula que más de 90.000 trabajadores europeos han perdido ya su puesto en el sector del automóvil, y miles de familias viven hoy una situación dramática, con consecuencias devastadoras para las economías locales y regionales que dependen de esta industria.
Afortunadamente, las malas decisiones de ayer aún pueden corregirse. Europa no alcanzará sus objetivos climáticos si, en el camino, sacrifica su base industrial. Mantener viva nuestra industria no es una cuestión ideológica, es una condición esencial para proteger millones de empleos y garantizar la cohesión social.
Por eso, algunos, cada vez más, en el Parlamento Europeo seguimos trabajando para corregir el rumbo, intentando convencer a otros de que la transición ecológica solo será un éxito si también es industrial, competitiva y justa. Necesitamos menos dogmas y más incentivos, menos trabas y más innovación. Europa debe actuar con inteligencia y pragmatismo, otorgando a su industria la flexibilidad y la certidumbre necesarias para adaptarse y canalizar inversiones.
La transición climática ha de ser económicamente sostenible, técnicamente viable y tecnológicamente abierta. Por ello, tal y como he defendido desde el primer día, es urgente revisar la prohibición del motor de combustión interna para 2035. Debemos mantener objetivos climáticos ambiciosos, pero alcanzables. La única vía viable es la neutralidad tecnológica.
La descarbonización debe medirse considerando todo el ciclo de vida del vehículo, no solo las emisiones del tubo de escape. Este enfoque pragmático deja espacio a los combustibles sintéticos, los biocombustibles y la gasolina, sin excluir ninguna tecnología.
Los europeos deben poder decidir por sí mismos qué coche compran, sin imposiciones políticas. Creer que lo eléctrico es completamente neutro para el medio ambiente es una ilusión que pone en riesgo nuestra competitividad y fomenta la deslocalización.
Por eso, celebramos que Ursula von der Leyen haya manifestado su disposición a activar la cláusula de revisión y a presentar, a finales de 2025, una propuesta con medidas más flexibles. Es un primer paso importante, que debe concretarse con rapidez y decisión. La presidenta de la Comisión Europea ha defendido también la necesidad de producir más en Europa, especialmente pequeños vehículos eléctricos. Es, sin duda, una buena idea: resulta urgente que la Unión Europea recupere capacidad industrial y compita en este segmento frente a los modelos chinos que inundan nuestro mercado.
Pero para que esa aspiración se haga realidad, será imprescindible revisar y corregir muchas de las normativas desproporcionadas, innecesarias o incluso contraproducentes que hoy encarecen el precio de nuestros vehículos y lastran la competitividad de los fabricantes europeos.
En esto, fabricantes y sindicatos coinciden plenamente: la salida no pasa por prohibiciones ni por dogmas tecnológicos, sino por apostar por la innovación, la neutralidad tecnológica y la libertad industrial. Solo así Europa conseguirá la descarbonización y, al mismo tiempo, fortalecer su industria bandera, garantizando empleo, inversión y liderazgo tecnológico.
Con un 7 % del PIB europeo, el sector del automóvil no es un nicho de mercado, es uno de los buques insignia de nuestra economía y un pilar de la prosperidad europea. De su competitividad dependen miles de empleos cualificados y el bienestar de regiones enteras —desde Castilla y León hasta Baviera o el norte de Italia—. Es momento de tomar decisiones firmes y valientes que garanticen el futuro del automóvil europeo, que impulsen la innovación y que protejan a los trabajadores y a las comunidades que han hecho grande esta industria.
Europa no puede permitirse perder uno de sus mayores motores de progreso.
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