arquitecto, profesor de la universidad de keio (tokio)
Jorge Almazán: «Tokio prueba que una metrópolis puede ser improvisada y eficaz»
Defiende «el orden espontáneo» que ha visto en acción en la capital nipona frente al urbanismo-receta de Europa: menos dogma, reglas ligeras y más lecciones de la calle para mezclar usos
Jorge Almazán (Alicante, 1977) es arquitecto y profesor de proyectos y diseño urbano en la Universidad de Keio (Tokio) y fundador de Studiolab, un laboratorio de arquitectura con sede en la universidad. Desde la capital japonesa investiga y practica un urbanismo que combina observación minuciosa, ... datos y oficio. Su último libro –'Tokio Emergente: Diseñar la Ciudad Espontánea' (Ed. Satori, 2025)– ha llamado la atención de economistas e intelectuales liberales porque sostiene que Tokio no es «un caos», sino «un orden emergente»: una ciudad que se rehace desde abajo, tolera la diversidad y consigue resiliencia física y social sin perder vitalidad de barrio.
— Qué es su libro: ¿una guía turística sofisticada, una crónica de homenajes a Tokio o un manifiesto?
— Todo eso. Puede usarse como guía; cuenta 15 historias urbanas casi como una novela; y es un manifiesto que defiende ideas sobre cómo hacer ciudad en lenguaje no críptico. No hay que ser especialista para leerlo, solo tener curiosidad y ganas de caminar.
— Defina «orden espontáneo».
— Es la creación de funcionalidad de una manera autoorganizada que emerge desde abajo a arriba. Como una bandada: no hay un 'pájaro jefe', sino reglas locales simples –mantener distancia, velocidad– cuya interacción produce un orden mayor que la suma de las partes. No hay un pájaro o cerebro central que controla la bandada. En la ciudad, esas reglas son normativas flexibles, derechos de uso, ritmos cotidianos y millones de decisiones vecinales.
— ¿Por qué Tokio fascina –y desconcierta– a tantos urbanistas?
— Porque lo que desde Europa puede parecer «caos» es, en realidad, otro tipo de orden. Sorprenden la diversidad de alturas y tipologías, pero hay patrones: tramas finas, lotes estrechos, mezcla de usos, redundancia de transporte. El resultado es un ecosistema urbano muy adaptable.
— Usted habla de «ciudad espontánea». ¿No suena a una planificación previa o por otros medios?
— Espontaneidad no es ausencia de reglas. Es reglas ligeras que dejan respirar a la calle. Las ciudades que amamos combinan planificación y encuentros inesperados. Sin esa «chispa» una ciudad funciona, sí, pero se vuelve museo; con demasiada chispa sin reglas, se vuelve inhóspita. Buscamos el equilibrio.
— Del péndulo entre planificarlo todo y «que mande el mercado», ¿dónde estamos?
— En muchas capitales domina un urbanismo corporativo: pocos actores con gran poder. Eso no es mercado emergente, es oligopolio. Frente a ello, defiendo un ecosistema que también permita iniciativas pequeñas, cambios graduales y aprendizaje local. Mercado sí, pero de verdad: plural y abierto, no capturado.
— Entonces, ¿qué piden las normas?
— Ser habilitadoras. Acomodar conflictos –vecinos, promotores, administración– sin apagarlos. Normas claras pero livianas, y procesos de participación menos rituales y más vinculantes, con transparencia en datos, seguimiento y capacidad de ajuste.
—El terremoto y la guerra marcaron Tokio. ¿Qué dejaron?
—Dos reconstrucciones (1923 y 1945) con recursos escasos y una lección: autoorganización primero; después, inversión en grandes infraestructuras, sobre todo transporte. Ese ADN aún late en callejuelas y 'yokocho' (pasajes de microbares) donde la sociabilidad y el comercio diminuto sostienen barrio y economía.
— Si la arquitectura perecedera no se conserva, ¿qué patrimonio queda?
— La vida comunitaria y la trama: proporciones de parcelas, red de templos y santuarios, continuidad de calles, hábitos. Hay que pensar el patrimonio más allá de la piedra: preservar usos, ritmos y relaciones espaciales. Menos fetichismo de fachada y más memoria de prácticas.
— Urbanismo vertical: supermercados en quintas plantas y fachadas mutantes.
— Los 'zakkyo buildings' (multi-inquilino) muestran flexibilidad normativa: cualquier planta puede ser comercio, ocio u oficina. Las avenidas cambian de función sin demoler el barrio entero. Es cirugía menor y continua, no «operación a corazón abierto» cada 40 años.
— ¿Por qué bajo las vías en Tokio hay imanes urbanos y aquí solares tristes y escondrijos para ladrones?
— Porque se permiten micronegocios en espacios difíciles, y se facilita la permeabilidad. Donde solo vemos servidumbres técnicas y ruido, allí se ve oportunidad para talleres, cafés, librerías, 'izakayas'. Con reglas adecuadas, lo marginal se vuelve centralidad. Si el diseño se centra en el coche, ese espacio muere; si se centra en el peatón y la puerta abierta, cobra vida.
— ¿Ganará el 'Tokio corporativo' al 'Tokio emergente'?
— No del todo: la escala metropolitana es enorme. Pero homogeneiza y encarece. Si todo son torres y malls con franquicias, expulsas al talento que empieza en pequeño. La creatividad urbana necesita un ecosistema de entrada: locales baratos, contratos flexibles, errores de bajo coste. Sin eso, la ciudad pierde sorpresa y futuro.
— El argumento de la seguridad para levantar megatorres.
—Sísmicamente funcionan, pero pueden ser socialmente frágiles: menos vecindad, más dependencia tecnológica. No pueden ser receta única. Propongo planes zonales: ensanches estratégicos, incentivos 'micro' a la rehabilitación, y mezcla de soluciones: torres cuando toque, pero también edificación compacta de media altura, pasajes, vivienda sobre comercio...
— Turismo, gentrificación y ciudades saturadas. ¿Prohibir o gestionar?
—Gestionar con diseño y reglas. Lo clave es evitar la polarización espacial: barrios para turistas frente a barrios para locales. Mezcla de usos y experiencias en los mismos tejidos, límites a monocultivos de alojamiento, y una fiscalidad que devuelva al barrio parte de la presión que soporta.
— Vivienda: ¿qué nos enseña Tokio?
— Tres claves: mucha oferta (se construye cada año), zonificación flexible y el transporte metropolitano eficaz. En casi todo el suelo puede hacerse vivienda y mezclar usos. Y un transporte metropolitano denso que amplía el mercado laboral efectivo: si puedes llegar rápido, puedes vivir un poco más lejos sin romper tu vida.
— ¿La planificación española ahoga el orden emergente?
— A veces sí: parcelas mínimas rígidas, mono-uso en residencial, obsesión por alineación y cornisa. También miedos estéticos: intentamos que todo 'encaje' sin disonancias. Podemos soltarnos: permitir subdividir, mezclar, convivir con estéticas diversas. La ciudad no es un desfile militar; es jazz.
— ¿Somos demasiado autocríticos con nuestras ciudades?
— Sí. España tiene una red de ciudades medianas con gran vitalidad pública que muchos envidian. Plazas vivas, teatros, cultura, comercio de proximidad. Aprendamos del paisaje existente –como pedía Robert Venturi– y mejoremos desde ahí, no desde la fascinación del render (diseño por ordenador).
— Cuando dice «urbanismo corporativo», ¿qué ve exactamente?
— Concentración de suelo y decisiones en pocos agentes; proyectos de escala gigantesca, dependientes de rentas altas y marcas globales; espacio público privatizado de facto con reglamentos internos; y un lenguaje arquitectónico más preocupado por el skyline que por la sección de la calle. Es eficaz para captar capital, pero si no se equilibra con tejido fino, seca la ecología urbana.
—¿Cómo se equilibra? ¿Hay palancas concretas?
—Sí. Reglas de mezcla (vivienda sobre comercio, coworkings y talleres en planta baja, equipamientos integrados en la infraestructura), derechos de tanteo y retracto en áreas sensibles para evitar expulsiones súbitas, bonos de edificabilidad condicionados a aportes reales al barrio (alquiler asequible, cesión de bajos, horarios abiertos), micro-licencias y fiscalidad proporcional para negocios de entrada, concursos de pequeña escala con plazos cortos y ejecución en fases.
—¿Qué ha aprendido en Tokio que cambiaría en Madrid o Barcelona?
— Tres cosas: primero, zonificación ligera, que es permitir usos compatibles en casi todo el suelo. Unifamiliar sí, pero con cafetería, estudio o tienda si el vecino quiere y cumple condiciones. Segundo, subdividir sin miedo: lotes más pequeños y flexibles aceleran la respuesta a la demanda. Y tercero, bajos radicalmente activos: puerta a la calle, horarios extendidos, usos reversibles. La fachada viva es el mejor seguro contra la inseguridad.
— ¿Qué significa 'reglas ligeras' en la práctica?
—Que se regulen efectos, no formas. Menos «altura de cornisa exacta 15,00 m» y más «si garantizas soleamiento, evacuación y ruido dentro de umbrales, adelante». Abrir catálogos de soluciones, no cerrarlos. Y digitalizar licencias con checklists objetivos: la transparencia mata la arbitrariedad.
— Volvamos a la resiliencia. ¿Dónde se ve mejor en Tokio?
—En dos planos. El físico: ingeniería antisísmica madura; redundancia de redes (si falla algo, otra cosa sigue). Y el social: barrios con comercio de proximidad y vínculos vecinales. En el tsunami de 2011 sobrevivieron mejor las comunidades que se conocían entre ellos. La tecnología ayuda; la confianza salva.
—¿La seguridad se usa como excusa para homogeneizar?
—A veces. Nadie discute reforzar, pero si la única respuesta es «megatorre y viales anchos», perdemos diversidad y redes de apoyo. Hay estrategias intermedias: abrir pasajes de evacuación, soterrar cableado crítico, crear cortafuegos sociales (plazas, patios, patios comunitarios) y no solo cortafuegos físicos.
— ¿Qué haría usted con el «bar español de barrio» que resiste?
—Protegerlo por uso (no solo por fachada) en calles estratégicas: alquileres moderados condicionados a horarios, terraza responsable, baños accesibles, programación cultural mínima. El bar no es un mobiliario; es un servicio cívico.
—¿Hay héroes que lo marcaron?
—Los que observaron a la gente antes de dibujar: quienes midieron dónde se sienta un anciano, cómo cruza un niño, a qué hora abre una tienda. La ciudad está llena de 'ensayos clínicos' gratuitos si sabes mirar.
—¿Un consejo a políticos y técnicos?
—Pongan el umbral en el centro: la transición entre calle y edificio. Si ese metro y medio funciona, la ciudad respira. Si se blinda o se vacía, todo lo demás se resiente.