110 motivos para admirar a españa

Un tejido industrial sobradamente preparado

La innovación y el ajuste en los costes laborales han convertido a España en un atractivo destino para las multinacionales

Un tejido industrial sobradamente preparado EFE

fernando pérez

El pesimismo es un monstruo voraz que se alimenta de miedo y desconfianza y acaba triturando esperanzas y deglutiendo incluso las evidencias que servirían para desmontarlo. El estruendo con el que avanza apaga el eco de cualquier argumento. Su fórmula es sencilla, pero parece no ... admitir excepciones. Si la prima de riesgo se dispara treinta puntos,el engendro se encarama a los grandes titulares como un King Kong enfurecido coronando el Empire State Building. Si la noticia es que nuestra balanza comercial muestra superávit, como ya ocurrió en la segunda mitad del año pasado, el asunto se diluye a pie de página y agoniza en las carreteras comarcales de la tipografía.

Pero son hitos así de mayúsculos los que confirman que España vuelve a ser competitiva. Lanzar las campanas al vuelo haría aconsejable alejar a Quasimodo de la botella medio llena, pero negar que se han sentado las bases para consolidar a nuestro país como un destino atractivo para la inversión es poco más o menos como dejarse caer cuando estás montando una contra vertiginosa y ya se vislumbra el área rival.

Aumento de la flexibilidad, apuesta por la innovación y la calidad, racionalización de costes, moderación salarial, seguridad jurídica, una envidiable posición geoestratégica, infraestructuras y redes de telecomunicaciones de Champions... España ha trabajado muy duro en los últimos años como para abandonarse a ese fatalismo que reza que nunca ganaremos el mundial de la competitividad industrial. Y para ganar, toca arriesgar. Las empresas innovadoras facturan el 73% de las ventas y generan el 65% del empleo. España es una economía intensiva en conocimiento, con un porcentaje de población cualificada del 32%, por delante de Alemania y Francia.

Pero es innegable que la competitividad también depende en gran medida del trabajo, que supone dos tercios del total de los costes de una empresa media. Y aquí es donde España se ha convertido en «uno de los destinos de inversión más atractivos de Europa y de Occidente». Como explica Ignacio de la Torre, profesor del IE, nuestro país ha conseguido ajustar con éxito «la trinidad de costes laborales por horas, productividad por hora y número de horas trabajadas». El aumento del paro ha provocado una reducción de las expectativas salariales, pero la productividad se ha disparado en paralelo. El PIB por hora trabajada ha subido un 8% desde 2008, frente a caídas del 1% en países como Reino Unido y Alemania. La fuerza laboral es un 30% más barata que la media de la Eurozona, pero la diferencia de productividad es menor al 10%. Y desmontando tópicos añejos, los españoles trabajamos más horas que en la mayoría de países de la OCDE. Después de que se dispararan al comienzo del milenio, los datos de Eurostat certifican que el coste laboral unitario (CLU) en España se ha reducido un 4% desde 2008, mientras que en los principales socios comerciales europeos aumentaron entre un 5 y un 10%.

El motor de la competitividad

El presidente de la alianza franco-nipona Renault-Nissan, Carlos Ghosn, reconocía recientemente que «España es uno de los países más avanzados de Europa en estos momentos a la hora de afrontar el problema de la competitividad industrial». Y es precisamente en el sector del automóvil donde los esfuerzos se han traducido en cifras más rotundas. Mientras el fantasma de la deslocalización azota a toda Europa, multinacionales como Renault-Nissan, Ford, Iveco y Seat han anunciado o ya han puesto en marcha en España inversiones por más de 3.000 millones que permitirán crear más de 4.000 nuevos empleos.

El éxito de la industria española del motor es el de la flexibilidad, la negociación y el sentido común, ese equipamiento que casi nunca viene de serie. Sindicatos y empresas han entendido que, en determinados contextos, ceder es el antónimo de perder. «La cultura de la negociación que ha imperado durante muchos años, afianzada ahora por la reforma laboral, ha permitido que las multinacionales del motor se sigan fijando en nuestro país como destinatario de inversiones industriales. Los convenios de empresa se han convertido en una pieza básica para ese objetivo», reconoce Mario Armero, vicepresidente ejecutivo de la patronal del sector, Anfac.

Pero competir en un mundo global sólo con un exiguo arsenal de precios es misión casi imposible. Por eso, los sectores que han apostado por la inversión en artillería de I+D+i y la munición del valor añadido son los que están ganando la batalla de la competitividad. Automoción, biotecnología, TICs, agroalimentario, aeroespacial y máquina-herramienta copan una facturación del 35% del PIB.

El ejemplo de Siemens

Innovar para crecer. Cualquier otro atajo sólo sirve para avanzar más deprisa hacia el siguiente callejón sin salida. Lo saben bien empresas como Siemens, que el 1 de abril cumplió 118 años de actividad ininterrumpida en España en los que ha contribuido en proyectos tan emblemáticos como la alta velocidad. «Hemos jugado un papel fundamental en el desarrollo de campos clave para la competitividad del país y queremos seguir haciéndolo», asegura su presidenta en España, Rosa García. La compañía cuenta con varias fabricas, entre la que destacan Cornellá (creada en 1910 y especializada en material ferroviario), Getafe (centrada en la fabricación de rayos X) y la planta de radiofármacos de Arganda del Rey, inaugurada en septiembre de 2011. «Desde nuestras fábricas exportamos tecnología punta a todo el mundo con unos estándares de calidad difíciles de igualar. Los tres centros son ejemplo de competencia y flexibilidad», afirma García.

España está sobradamente preparada y lista para trabajar. Ahora sólo falta acabar de espantar al monstruo del pesimismo para que se vaya por donde demonios haya venido.

Un tejido industrial sobradamente preparado

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