ABIERTO DE AUSTRALIA | cuartos de final
Nadal, número uno bajo presión
Sin jugar su mejor tenis, el número uno sobrevive a un enorme Dimitrov, al que vence por 3-6, 7-6 (3), 7-6 (7) y 6-2 para llegar a semifinales
enrique yunta
Desde la adversidad, siempre sale lo mejor de Rafa Nadal, clasificado para las semifinales del Abierto de Australia después de remontar al temible Grigor Dimitrov en un pulso titánico de tres horas y 39 minutos. El número uno del mundo prosigue con su empinado camino ... en Melbourne, un trayecto repleto de trampas e inconvenientes como el de la llaga de su mano izquierda , y ahora pugnará con Roger Federer . Su victoria por 3-6, 7-6 (3), 7-6 (7) y 6-2 premia esa capacidad única que tiene para sufrir, un superviviente eterno, lección de orgullo en busca de la exclusividad con la que se puede encontrar en las antípodas.
Para sortear los incomodísimos cuartos de final, Nadal se enfrentó a lo desconocido, sorprendido por el brutal inicio de Dimitrov. En un visto y no visto, el búlgaro rompió el servicio del balear mientras volaba con el suyo, impulsado a partir de esos ocho aces y de un pleno de puntos ganados con el primero. Nadal, aturdido, fue a remolque durante esos 32 minutos que duró la primera manga, lejísimos de toda opción. Era cuestión de esperar.
Dimitrov, que ya le había robado un set en los tres precedentes, hizo que sintiera incómodo en todos los aspectos. No permitía que los peloteos duraran demasiado y él arriesgaba siempre que podía, convencido de que era su día grande. Clasificado por primera vez para esta ronda, el talento búlgaro confirmó que ya está ahí, que por fin da la razón a todos los que hablan maravillas de él, que es una realidad a sus 22 años.
Porque Dimitrov es buenísimo, un tenista que tiene todos los golpes y que encima es un regalo para los ojos. Siempre se le comparó con Roger Federer, una etiqueta que seguramente le hizo más mal que bien, pero ahora ya es él, de nombre Grigor Dimitrov, 22 del mundo y subiendo hasta donde se proponga. No tardará en estar entre los elegidos.
Lo hizo todo a la perfección y desquició a Nadal, muy fuera del partido y poco reconocible en este jueves ventoso y soleado. El búlgaro, jaleado por una hinchada que le llevó en volandas, pegaba con fiereza tanto de derecha como de revés, muy estético y a una mano, igual de efectivo a la hora de defenderse con el cortado. Se paseó en el primer set con un juego rapidísimo de piernas y generó un inquietante murmullo en la central de Melbourne. Algo raro había en Nadal.
Molesto con la hinchada búlgara
Y lo confirmó en la segunda manga. Se puso con 2-0 y saque, pero en el tercer juego se le apagó la luz y lo regaló de forma lamentable, con tres imperdonables dobles faltas. Su rostro hablaba por él, perdida la mirada y con el ceño más fruncido que nunca hasta que él mismo se convenció a partir de un "¡Vamos!" con el que liberó toda su rabia. Desafiaba así a la afición búlgara, que le sacó de sus casillas y así se lo hizo entender a Carlos Bernardes, juez de silla. "Gritan en cada punto, en cada fallo. Es una falta de respeto tremenda", se lamentó abiertamente en un descanso.
La batalla tuvo un transcurso extraño, desconcertante el estado de Nadal en la presentación. Se le quedaban cortísimas las bolas, estaba muy atrás en la pista y era protagonista de fallos inexplicables con su derecha, pendiente de hacer "clic" en algún momento y de una tregua por parte del rival.
Y llegó en el tie break del segundo, un set que duró 66 minutos y que catapultó a Nadal después de coquetear con el precipicio. Nadie juega al límite como el mallorquín y compensó la falta de acierto y brillo con ese inigualable espíritu para sufrir. Tras un puntazo a la carrera, estalló de alegría y activaba así a su palco, celebración que evidenciaba la agonía.
Lección de orgullo
Empezaba un partido nuevo, pero sin olvidar que ya llevaban un buen rato debatiendo y eso siempre beneficiará a Nadal, raqueta de largo recorrido que tiene más resistencia que nadie. A Dimitrov, sospechoso en el plano físico, parecía que le pesaría ese segundo set, tan bien jugado por su parte y que se fue al bando contrario por una cuestión de galones. Como a otros tantos, como a Nishikori , le invadieron las dudas. ¿Qué hay que hacer para ganar a Rafael Nadal? ¿Qué se necesita?
Mantuvo, aun así, una actitud encomiable, sacrificado para recuperar un break en el tercero y seguir atormentando a Nadal con su servicio. Del español, a vueltas con el vendaje de su mano izquierda, se destacan algunos chispazos de genio y otra doble falta demoledora (siete en total) cuando lo tenía todo enderezado.
Y así toda la tarde, haciendo la goma y tirando de orgullo mientras se tambaleaba muy cerca del abismo. Nadal salvó una bola de set en el undécimo juego y dos más en el tie break, en donde la presión se apoderó de Dimitrov después de hacer lo más difícil. En una hora y 13 minutos, resopló al adjudicarse un set que valía un partido.
Lo asumió Dimitrov de forma natural, otra víctima que todavía no se lo explica. Jugó un partido impecable, haciendo de todo para ganar en el día de su consagración, y se fue llorando y con la cabeza hecha un lío, viviendo en primera persona el resurgir de una bestia herida. A Nadal, que le duele la mano izquierda porque la herida es considerable, no se le tumba únicamente con talento, se necesita algo más. Y ese algo más, que viene a ser amor propio y poder mental, lo tiene él multiplicado por mil.
No hubo más discusión después de que Nadal rompiera a Dimitrov en el segundo y larguísimo juego del cuarto parcial. Lo mejor para Nadal, además de la victoria, es que abandonó la pista con mejores sensaciones que con las que entró, evolución positiva ante lo que se avecina en Australia. Ya está en su sitio y la otra parte del cuadro ya no entraña el mismo peligro desde que se despidió Novak Djokovic .
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