¿Qué pasó con... Marco Justiniano?
El rugby y el ajedrez han sido las grandes pasiones de este sevillano que pertenece a una generación inolvidable. Jugó en el Ciencias, en la selección española y hasta en Portugal antes de su retirada, con 39 años, en el Club Amigos del Rugby
Sergio A. Ávila
Su nombre remite al rugby de los ochenta y los noventa, cuando el Ciencias comenzaba a despuntar. Entrañable, sencillo y excelente conversador, Marco Antonio Justiniano sigue jugando al ajedrez, su otra gran y reconocida afición.
¿Cómo le va?
Vivo en Cazalla de la Sierra. ... Llevo una escuela de ajedrez y disfruto cada día analizando vídeos de rugby y ajedrez, mis dos pasiones. Me gusta mucho el campo y estoy aquí alejado del mundanal ruido que siempre he tenido en Sevilla.
¿Cuántos años en el Ciencias?
Unos cinco años, en dos épocas: del 87 al 90, estuve una temporada fuera y volví en la 91-92, cuando quedamos campeones por primera vez. Ahí me lesioné de las cervicales, paré y me retiré. Volví cuatro años más tarde, cuando me recuperé completamente, pero en Portugal, donde estuve cinco años. Regresé al Club Amigos del Rugby Inés Rosales en el 2000 una temporada, lo dejé de nuevo y quemé las últimas naves en 2005. Me hizo mucha ilusión estar con gente más joven.
¿Qué es lo más importante que le ha dado el rugby?
Todo. El rugby ha sido mi pasión. He jugado en veinte países en diferentes épocas. Viajar tanto y conocer a tantas personas con sus diferentes puntos de vista te llena. Mi patrimonio es carecer de patrimonio, haber contemplado tanto. Y el rugby me ha aportado muchísimo en cuanto a vivencias. He sido feliz jugando al rugby, la verdad.
¿Qué claves explican la explosión del Ciencias en los noventa?
Tres factores fundamentalmente. Uno, Juan Antonio Arenas Posadas, que es la persona que más aprecio a nivel técnico en Andalucía y España. Un extraordinario entrenador que tenía entre ceja y ceja mejorar sin ponerse límites. Segundo, Bosco Abascal, que era ejemplo como persona y jugador, y el espejo en el que me fijaba para mejorar. Le dio un impulso para que el equipo subiera peldaños. Otro factor fundamental es la coincidencia de muchos buenos jugadores. Sin la familia Torres Morote, por ejemplo, no veo al Ciencias progresar de la forma que lo hizo. Y luego hay algo más: no teníamos cultura anterior de rugby y el entrenador nos emponderaba mucho. Siempre mirábamos hacia delante sin complejos, con ganas de llegar lejos.
¿Recuerda cuántos partidos jugó con la selección?
No exactamente, pero no llegaron a veinte veces. Mi último partido con la selección fue con 24 años. Tuve que dejar el rugby por la operación de cervicales y ahí me dieron por acabado prácticamente, pero volví en Portugal y llegué a jugar con la selección centro-norte, que era regional. Del primer título del Ciencias jugué sólo los cuatro primeros partidos y ganamos en Sant Boi y Getxo. Bromeando con los compañeros les digo que fueron los más importantes. No pude jugar más, pero en fin, estuve ahí, los apoyé. Fue un orgullo jugar con ellos.
¿Qué tipo de jugador fue?
Humilde, trabajador, entregado y solidario. Perdí arraigo al jugar en muchos clubes diferentes aunque eso me haya aportado variedad y eclecticismo. Tenía pundonor, jugaba sin complejos, sin miedos. Era un segunda línea, aunque en Portugal jugué de ocho. Me crecía en la adversidad, ante los rivales fuertes. Era algo innato.
¿El ajedrez llegó antes a su vida que el rugby o al revés?
Al mismo tiempo, con 16 años. En el 86 jugué mi primer campeonato de Sevilla absoluto y hace poco he jugado el último, 35 años después. Y siempre quedando entre los diez primeros sevillanos.
¿Dónde estaba en el Mundial de 1987 de Sevilla?
Yo organizaba la simultánea de los Grandes Maestros a la vez que Karpov y Kasparov jugaban el match. Recuerdo que Juan Arenas, también aficionado al ajedrez, llegó al Casino de la Exposición, en pleno maremágnum del Mundial, para que le firmara la ficha para fichar por el Ciencias.
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