Atletismo

Plata de Katir en un mano a mano apoteósico con Ingebrigtsen

Mundiales de Budapest

El español suma la quinta medalla para España en la final de los 5.000 metros

La gloria del maratón es para Uganda

Mohamed Katir y Jakob Ingebrigtsen, en la final del 5.000 Reuters

Lleva las espinillas ensangrentadas por la fogosidad de un rival y los muslos tan agarrotados que casi le cuesta andar, pero nada le quita la sonrisa de la cara. «Es que eso no duele, aunque el resto del cuerpo, sí».

Dicen que los grandes campeones ... emergen después de una amarga derrota. Será así o no, pero Mohamed Katir aprovechó uno de sus mayores fiascos como atleta, la eliminación en las semifinales del 1.500, para rearmarse psicológicamente y lograr el que hasta ahora es su mayor éxito: subcampeón del mundo de 5.000, cerquísima de la gloria dorada que le arrebató, una vez más, Jakob Ingebrigtsen.

Ambos protagonizaron una recta final de antología en la que se impuso el noruego por 14 centésimas. Un mano a mano bellísimo y emocionante que no se correspondió con la reacción posterior del campeón, incapaz de saludar a su oponente con la mínima cordialidad. Un gesto más de soberbia de un atleta tan sobresaliente como engreído.

Hasta llegar allí, a esa recta de meta, la final del 5.000 había dejado mensajes indescifrables. Comenzó con un ataque del jovencísimo keniano Ishmael Kipkurui (18 años), que vio en la fuga su única opción de brillar ante una manada descomunal de depredadores. La aventura le duró un rato, todo lo que le permitieron por detrás. Hubo un amago de lanzarse a por él, pero los jefes de la carrera comprendieron pronto que no sería necesario. Que la fruta, en este caso inmadura, caería por su propio peso. Al paso por el 3.000 le tocó tirar a los etíopes, comandados por Berihu Aregawi y Hagos Gebrhiwet. Al final del día ellos fueron los perdedores, incapaces de alcanzar la velocidad necesaria para entrar en la lucha por las medallas.

¿Y Katir e Ingebrigtsen? En dos carreras distintas, aunque compartiendo la misma pista. El noruego, inalterable a cualquier movimiento, corría pegado a la cuerda. Ni muy delante ni demasiado atrás. El español, en cambio, daba señales de estar mucho más nervioso. Tan pronto subía a los puestos delanteros como volvía a retrasarse para buscar un refugio al lado del noruego. Y siempre por la calle dos.

Tácticas, estrategias, que valieron de poco al sonar la campana. Porque ahí ya solo importaron las piernas. Algunos las llevaban ya tiesas, como el otro español Ouassim Oumaiz, decimosexto y último en su primera final mundialista. O el noruego Nordas, bronce en el 1.500, desfondado también.

Katir lanzó su ataque a falta de 300 metros, y por momentos pareció que le llevaría al oro. «Quería pegar un cambio definitivo, que cuando lo diese ya no me pasara nadie», explicaba Katir sobre sus intenciones. Y así pareció hasta los últimos metros.

Ingebrigtsen, aún impasible, parecía encerrado en la quinta posición y sin capacidad para reaccionar. El español llegó a abrir un hueco con el resto de sus rivales, pero al llegar al último cien ya tenía detrás al ogro vikingo. Y allí, lo ya escrito. Katir lo dio todo y más. Dos veces se habían enfrentado en un 5.000 antes de Budapest, y en ambas salió victorioso Ingebrigtsen. Nunca tuvo tan cerca derrotarle como esta vez. «Me he sentido muy fuerte, pero he perdido. Para ganar ese tío tienes que dar lo máximo de ti. Es el mejor atleta de la actualidad».

Una catarsis

No ganó, pero lo que sí hizo Katir fue romper una barrera histórica del atletismo español, que nunca había logrado una medalla mundialista en un 5.000. Alberto García, cuarto en Edmonton 2001, fue quien más cerca estuvo. «Esta medalla me confirma el poder de la mente. Si tu mente dice que puedes lom vas a hacer, aunque estés físicamente reventado», relata después Katir, que se siente obligado a explicar el carrusel de emociones vivido en este Mundial, el tránsito hasta ser subcampeón mundial partiendo de una dolorosa derrota en las semifinales del 1.500, en las que también era favorito a todo.

«Acabé jodido, me dio muchísima rabia. Pero mi gente me ha ayudado a cambiar el chip». Y se pone a hablar de los suyos. De Gabi Lorente, su entrenador, de Miguel Mostaza, su manager, de sus padres...: «Me hicieron recordar los buenos momentos de esta temporada. Oslo, Florencia... Me han hecho creer en mí, que piense que puedo luchar contra quien sea». Y comenta cómo se motivo viendo la brutalidad de los entrenamientos de los meses anteriores, de las larguísimas jornadas machacándose en la altura de Sierra Nevada y Font Romeu. «Hace cuatro días me iba a casa sin nada. Y mira, una medalla de plata más». El poder de la mente.

El murciano admite estar pensando ya en sus nuevos objetivos, porque la plata no colma sus expectativas e Ingebrigtsen le sigue derrotando. «Jakob para mí es un ejemplo a seguir, Ojalá algún día puedo ser un gran líder como él, aunque sea un año o dos». Su idea es retarle de nuevo en el cierre de la Diamond League, en Zúrich. Seguramente en un 1.500. Quiere comprobar hasta qué punto sus piernas están destruidas antes de decidir si aprieta para intentar batir de nuevo el récord de España (3:28.76). Y duda cuando le preguntan por los Juegos de París. No ve claro volver a doblar 1.500 y 5.000, pero no termina por decidirse por alguna de ellas.

Katir abandona la calurosa zona mixta con su medalla al cuello, pero antes insiste en pedir perdón por su espantada el día de la eliminación del 1.500. No quiso hablar con nadie después de aquello. Incluso pasó de largo antes las cámaras de Televisión Española, que recogen las impresiones de todos los atletas españoles. «Yo cuando pierdo prefiero no decir nada», se justifica, mostrándose cercano y vulnerable. Humano. «No me gusta salir aquí llorando. Prefiero estar en una esquina, conversando conmigo mismo, que estar dando explicaciones. Sé que es muy egoísta no hablar, pero es que yo soy así. Me cuesta relacionarme y hablar de mis temas. Muchos piensan que no quiero dar la cara, pero es que no sé qué decir. ¿Qué digo si he perdido? Si ya me cuesta hablar con mis padres, imaginad ponerme a hablar con gente que nunca he visto en persona».

Por detrás se libró otra batalla más extensa por el bronce que se acabó llevando el keniano Jacob Krop. Le arrebató una gloria merecida al guatemalteco Luis Grijalva, un rara avis de la especialidad, un atleta atípico que no parece encajar entre el ejército de africanos, pero que en cada campeonato se supera. El centroamericano, criado en Estados Unidos, acaba cuarto por delante de los dos etíopes.

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