Mbappé falla y Suiza será el rival de España

Otra vez se demuestra que la incertidumbre es la gracia del deporte. La falta de certezas hace grande a un juego/negocio como el fútbol, en el que dos y dos nunca suman cuatro por obligación. Esa inseguridad que permite al pequeño soñar con derribar al grande, el espíritu contrario a la competición cerrada que proponía la Superliga, es lo que convoca a los aficionados a un partido de fútbol. Y más cuando intervienen selecciones nacionales.

Nadie hubiera imaginado el desenlace del Francia-Suiza. No hay evidencias en el fútbol. La momentánea victoria de los helvéticos al descanso no llega por casualidad, por el azar de lo imprevisto. Tiene que ver con el derecho a progresar de cualquiera. Suiza, selección sin fuste, país más reconocible por sus bancos cazafortunas, por su calidad de vida, sus ciudades impolutas, sus sueldos altos y sus montañas en los Alpes, se merendó a Francia en un tramo inimaginable. Tan poderosa la selección azul, tan sujetada por su centella Mbappé, a su artista Benzema, al renacido Griezmann, su centro del campo de granito con Pogba y Kanté, y su defensa impenetrable.

La Francia idealizada que ganaba los partidos sin bajar del autobús se encontró con un rival que no concedió un metro, no tuvo miedo al adversario y fue a ganar. Suiza, con una tropa de nombres menos luminosos como Rodríguez, Zuber, Xhaka o Seferovic, empujó con énfasis a su enemigo, le obligó a jugar incómodo, puso pegamento junto a Mbappé y penetró sin aflicción ante una defensa francesa que mostró una vía de agua.

Cambió el diseño Deschamps y gestionó el partido con línea de cinco defensas, Pavard, Varane, Lenglet y Kimpembe y Rabiot acostado en un flanco antinatural, la banda izquierda. Pero el agujero era Lenglet. El central del Barcelona, dueño de una temporada calamitosa con su club, siguió la pauta en el primer mensaje que se le envió. Un centro sin aparente maldad, bien templado por Zuber, que requería una respuesta rápida, enérgica. Lenglet se sintió preso y se mostró blando. Seferovic le ganó la disputa y clavó el cabezazo después del ganar el duelo de cuerpos.

La Francia de las luces y las ideas brillantes sintió el golpe como una puntapié en la tibia. Dolor verdadero. Sus jugadores poseen una reconocida experiencia internacional, pero ninguno inmune a la situación de emergencia. Francia, la favorita de la Euro, estaba acorralada en un fútbol tenso, sin clarividencia ni profundidad, Kanté sin balón, Pogba persiguiendo sombras y Griezmann demasiado retrasado para influir en las carreras de Mbappé, los caracoleos sin fruto de Benzema o las incursiones antinatura de Rabiot.

Pudo marcar Francia porque elementos tiene para revertir cualquier partido, pero sin la sensación de hegemonía que se le supone, arriesgando en cada avance al contragolpe de los suizos, muy punzantes en todo momento. Suiza, el patito feo, se defendía con solidaridad y atacaba sin dudar.

Deschamps ejerció como se espera de un jefe: tomó decisiones. Coman por Lenglet. Cambio influyente, de apariencia decisiva porque Francia se rehizo. Empezó a emerger a partir de una adversidad. Un penalti cotejado en el VAR que Lloris, preparado para el 2-0 y una situación crítica, detuvo a Rodríguez. Desde ahí, desde esa parada soberbia del portero galo, la campeona del mundo se transformó en un rodillo.

Asomó entonces la apisonadora conocida, un equipo tremendo que fabrica por el centro, imagina con el talento de Griezmann y ejecuta con una delantera de lujo, en la que Mbappé aún no ha aparecido para el gol. En cinco minutos, desde el penalti, Francia le dio la vuelta al partido como un calcetín . Dos goles de Benzema en construcciones ofensivas muy elegantes, primero con un pase de Mbappé y después con una penetración de Griezmann, percutieron contra Suiza.

El caudal ofensivo de Francia en el tramo final fue un torrente. Sus alternativas son inacabables, a balón parado, en combinación, al contragolpe, y de larga distancia como el tercer tanto, una obra de arte de Pogba por la escuadra. Se sintió ya en los cuartos de final y Suiza demostró entereza. No estaba muerta. Dos zarpazos, dos mazazos para Francia, de Seferovic y Gavranovic , llevaron el choque a la prórroga en un final agónico.

El tiempo extra no decretó ninguna variación y el partido derivó en los penaltis. La tanda fue perfecta por ambos contendientes con pleno de Suiza y error de Mbappé en el último y decisivo que tumbó a su selección.