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Selección española

Morata da la razón final a Luis Enrique

Sin llegar a ser mejor que Suecia, España logra el resultado y ele estilo de salir a ganar

Vídeo: ATLAS
Hughes

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Luis Enrique ha conseguido el resultado, un grupo y un estilo. Porque lo del estilo es un hecho. Se ha vuelto a fijar. Ya tenemos una forma de ganar o de morir. Luis Enrique no renuncia a su 4-3-3 y tampoco pone a España debajo del toldo del área a esperar que aclare el tiempo y surjan los espacios. Ese cinismo es para otros, esa cicatería la rechazamos. España salió a ser España, la España que quiere ser. Pudiendo esperar, teniendo Suecia la obligación, salió a ganar (el riesgo era que alguien con años y el ánimo cenizo recordara aquella canción de Tristeza de Amor: jugando a ganar, has vuelto a perder...). Aunque le valiera el empate, salió a por todas; irreprochable la actitud, dudoso el fruto. El juego germinaba mínimamente entre Alba, Gavi y Olmo (pulcro pero lactante, infantil), y moría pronto. Se echaban de menos las vertiginosas apariciones de Soler, el gran llegador providencial. Arriba, Raúl de Tomás se movía como Kid Creole sin ‘coconuts’, solitario.

España no creaba peligro, pero abortaba los contragolpes de Suecia y tenía iniciativa y una velocidad general que hacía pensar en las ‘balas rojas’ de Pedro Pablo Parrado. Esto fue así durante unos veinticinco minutos; después, España comenzó a forcejear con Suecia, que subía su juego, llegaba más, y se iba apoderando del terreno como unos okupas insidiosos. España, que había empezado altanera hacia la victoria, ya estaba en un ‘agarrao’ en el que perdía el dominio. Daba que pensar. Suecia no era cualquier rival. En la primera mitad había tenido dos ocasiones de Forsberg, que hace unos meses era la estrella de un equipo sin Isak y Kulusevski . En los últimos tres partidos, España no había podido con ellos. El trance era serio, y tras el jolgorio sevillano empezaba a advertirse la posibilidad del drama, el nervio serio de las palmas, como cuando al partido le salen espinas, posibilidades cardíacas, o esos baños de realismo terribles que tiene el fútbol cuando nos damos cuenta de que los nuestros no son tan buenos, de que Gavi es un figura, pero quizás sea mejor Kulusevski, o de que los defensas de Suecia no son malos sino desconocidos.

Fue digna de ver en ese momento del ‘moltolonguismo’, del suspiro de reconsideración, la forma en que Luis Enrique , como diría el clásico, ‘ganaba el túnel de vestuarios’. Su determinación podía resultar tranquilizadora, y sin embargo el partido regresó aun menos controlado.

Valentía en los cambios

Pero lo último que quería Luis Enrique, y con razón, era agarrarse al empate, así que sacó más delanteros, Morata y Rodrigo . Su España es un vaquero chuleta que entra en el ‘Saloon’ en pleno cónclave de los facinerosos con un revólver con una o ninguna bala: el 4-3-3 son sus andares, la posesión es el tabaco mascado, y la actitud del míster es el escupitajo en la madera. La afición empezaba a ser esa novia un poco suripanta que lo ve todo desde la ventana con ojos de temor y gritos de advertencia: «Jimmy, no...¡no lo hagas, Jimmy!». Poniéndose la cosa tensa, de la mesa donde los malos jugaban al póquer se levantó un pistolero impávido, legendario y malencarado: Ibrahimovic.

Hubo escenas de tensión, no mucha, pero hubo que salir a la calle. Allí, se dio un solo tiro, el único que había, el chut lejano que pegó Olmo y marcó Morata , solo, solísimo, llevándose una gloria (el otro gol de Hierro del 93) que el juez de linea, el VAR o cualquier manifestación de gafancia podían arruinar. Hubo unos instantes de duda, hasta que se celebró como una confirmación de algo más que el Mundial de Catar. La España de Luis Enrique ha cumplido: semifinales de Euro, final de Liga de Naciones, primera de grupo con gol definitivo lo marca Morata. Y por fin se pudo ganar a Suecia, sin haber demostrado del todo ser mejor que ella (riqueza y maravilla paradójica del fútbol).

España no se pierde un Mundial desde el 78 . Los entusiastas defensores del Régimen ya tienen algo en lo que decir, con propiedad, que vivimos el mejor período de nuestra historia.

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