Piastri y Norris concretan el poderío de McLaren

Uno de los giros más virulentos de este curso es la reinvención de Williams. La histórica escudería que dio cobijo a Senna, Rosberg o Mansell cayó en una espiral derrotista en la última década hasta convertirse en el peor coche de la Fórmula 1.

Fue el último en la clasificación de constructores en 2018, 2019, 2020 y 2022. Especialmente dramático fue el año de la pandemia, no consiguió ningún punto en 17 carreras y solo uno en 2019 en el tramo de 21 fines de semana. Una caída en picado para una escudería de apariencia artesanal creada por un loco de las carreras, Frank Williams.

A esta sede llegó Carlos Sainz con el disgusto de haber perdido su silla en Ferrari a manos de un siete veces campeón del mundo, Lewis Hamilton. «Que nadie espera podios o milagros esta temporada», advirtió el madrileño, consciente del descenso de categoría.

Sin embargo, Williams está mostrando los síntomas de recuperación y los motivos por los que Sainz se decantó por esta opción. Un líder para llevar la mano del proyecto, James Vowles, que cambió los ritmos del equipo: descartó métodos anticuados, compró nueva maquinaria, mejoró el túnel del viento y adquirió un nuevo simulador.

Los mil empleados que trabajan en Grove han empezado a ver los resultados. Una pareja de pilotos potente, Carlos Sainz y Alex Albon (Red Bull), y un coche que funciona. Albon ha puntuado en cinco de seis carreras, y Sainz en tres después de completar buenas clasificaciones.

En Miami ambos estuvieron entre los diez mejores del sábado y en la carrera adquirieron protagonismo por un motivo: lucharon de tú a tú con Ferrari, la multinacional del cavallino rampante.

El equipo de Sainz ha pasado del pozo a la pasarela de artistas. Sainz llegó a rodar quinto durante el gran premio de Miami, por delante de Ferrari, en pelea con Mercedes y no muy lejos de los tiempos de Verstappen en el vuelta a vuelta. Una inyección de moral para la escudería.

La carrera tuvo otra versión de la pelea entre el mejor coche (McLaren) y el mejor piloto (Verstappen). En Japón el holandés realizó una defensa heroica de su estatus de liderazgo, mantuvo a raya a McLaren y ganó una carrera por coraje y talento.

En Miami la dureza de piel del cuatro veces campeón duró diecisiete vueltas. Verstappen aguantó como un jabato en cabeza con un coche inferior, y Piastri demostró templanza y oficio. Lo presionó hasta la extenuación, lo apretó como nunca y finalmente lo adelantó.

Poco después hizo lo propio Norris, que parece más blando y menos consistente que Piastri. Pero también sacó provecho del coche más veloz, el que menos estropea los neumáticos y el que pareció intocable en Miami. Más de treinta segundos al tercer clasificado, George Russell.

Los dos McLaren volaron en una diferencia sideral con sus competidores y el asunto quedó en un mano a mano entre ellos. Piastri no cometió ningún error y selló su cuarta victoria. Tiene cara de campeón.

En Ferrari hubo lucha de egos entre dos pilotos enfadados. Leclerc y Hamilton rodaron en ritmo parecido, intercambiaron posiciones y lanzaron mensajes por radio que denotaban malestar.

La carrera de Fernando Alonso fue dramática. Aston Martin fue esta vez el peor monoplaza de la carrera. Un desastre. El español terminó penúltimo y su compañero Lance Stroll último. La caída del equipo no tiene fin y es probable que el propietario, Lawrence Stroll, comience a perder la paciencia que todos piden a la espera del trabajo de Newey, centrado en el coche de 2026.