Fría venganza rojiblanca: el Atlético pasa por encima del Valencia

Está especialmente hábil la línea de tres mediocentros –el origen, en definitiva, del bien o del mal de cada equipo de fútbol–. Koke ordena, domina desde el mantenimiento de la posición central, calma al compañero que tiene al lado: si le da el balón, está seguro de que no la va a perder. De Paul, por cierto, ex del Valencia, vive su mejor momento de rojo y blanco: no escatima un esfuerzo, va siempre al apoyo y es capaz de romper líneas en conducción; una virtud no muy frecuente entre sus semejantes. El último eslabón de la medular es Pablo Barrios –corajudo Simeone en alinearlo después de su reciente error en Copa–, un chico que tiene la calidad suficiente para cambiar el rumbo del juego. De la alegría de este trío, el Atlético se aprovecha. Lino y Molina pueden partir desde la altura de los extremos, Griezmann recibe una y otra vez en la mediapunta y, por tanto, los locales rozan temprano el gol. Sólo Mamardashvili, y su innata maña bajo palos, niega el gol al delantero galo tras una bonita triangulación de Barrios y Depay dentro del área foránea.

Entretanto, el Valencia no parece estar demasiado incómodo amurallado sobre la portería de su portero georgiano. El duelo se acerca al interludio y, pese a que apenas a explorado el campo rival, no da muestras de desesperación. Cierto es que ha conseguido amainar el temporal; ha adormilado al Atlético, al Metropolitano y a media España en sus hogares. No obstante, en última jugada del primer tiempo comete un error grosero frente a un frío verdugo: los de Baraja permiten un giro a Griezmann en plena transición ofensiva, este ve el galope de Lino y le sirve un precioso pase largo, tan delicado para que el brasileño no tenga que modificar un ápice la aceleración de su carrera y, en el mano a mano, acierte por bajo ante el gigantón de Tiflis. Lo celebra con rabia Lino ante la estupefacción de su antigua afición, que, desde el sector donde se encuentran en el estadio atlético, dedican algún insulto que otro a la madre de su exjugador.

Está ahora obligado el jovencísimo Valencia a proponer algo distinto. Se ha equivocado únicamente una vez y lo ha pagado caro: tiene que empezar a jugar al fútbol si quiere rascar algún punto en esta plaza hostil. De hecho, pisa el verde en el segundo tiempo con intenciones renovadas e incluso Javi Guerra pone en apuros a Oblak con un disparo lejano que bota, endiablado, antes de toparse con los guantes del meta esloveno. Es la ocasión, sin embargo, un espejismo, un oasis, y los de Baraja regresan rápido a su caparazón.

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Por supuesto, la culpa de esta vuelta al refugio está motivada por el hambre rojiblanca. Es un equipo testarudo que trata de no permitirse bajones de intesidad: aprieta tanto la soga del Valencia que a la hora de juego sentencia el partido. Culmina Depay un fortísimo centro de Molina, que a su vez había recibido una óptima apertura de un Koke, de veras, en estado de gracia.

El gol asesina a los visitantes, que, además, son salvados de un penalti en contra por el VAR –toca balón Gayà en su pugna con Molina–. Y cuando se acercan con más dudas que valor sobre el área atlética, Reinildo, en su primera titularidad desde su grave lesión, les repele con suficiencia. Disfruta entonces el Metropolitano, se siente ya vencedor, corea el nombre de sus héroes y respira aliviado tras la vuelta de de los suyos a los puestos de Champions League.