Lágrimas del hombre frío
No podía fallar. El Touareg no podía dejarle tirado el último día, después de haber tragado por su garganta dos kilos de polvo en los dos mil kilómetros de Atacama, venga para arriba, venga para abajo. Ahora no, por favor. Quería anular el cliché de ... gafe que le persigue desde 1998. Sainz convirtió los 206 kilómetros cronometrados en una persecución . Sólo tuvo ojos para Al Attiyah. Le marcó como Gentile a Maradona en el Mundial 82. Tenía la responsabilidad de poner a España en el historial del Dakar de coches. Partía con dos minutos y cuarenta y ocho segundos de ventaja.
El qatarí salió a jugársela, en busca de generar un error de su enemigo. Ya le provocó el viernes con el golpe que le dio a su puerta.
Carlos y Lucas Cruz, su copiloto, se apretaron los machos para seguir al árabe. En el primer paso de control les aventajaba en cuatro segundos. Perfecto. Sólo rezaban que el VW no dijera basta, ahora que volaban por pistas rápidas. Un accidente a esa velocidad era el único temor.
En el segundo cronometraje les sacaba dieciocho segundos. Bien. El millonario encabezaba la etapa, pero sabía que su rival es un maestro en el terreno duro.
Descargó tanta tensión
Obsesionado con destrozar al madrileño, el príncipe se equivocó en el kilómetro 136. Tuvo que retroceder para coger la mejor ruta. Sainz bajó el ritmo. No arriesgó. Al final perdió 36 segundos. Pasada la línea de meta, se emocionó.
Lloró. Descargó la tensión acumulada en 1998, en 2006, en 2007 y en 2009. El hombre de hielo se deshacía. Unas gafas de sol escondían las lágrimas. «Estoy orgulloso de Carlos», manifestaba su copiloto histórico, Luis Moya. También lloró Despres, vencedor en motos, un trofeo minusvalorado por la sanción a Coma. Más feliz era un parado español, Pedregá. Perdió el trabajo por dedicarse a los quads. Ayer brindó por su tercer puesto. Se lo merece.
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