Venecia vive el último verano antes de convertirse en un museo al aire libre

A partir de enero de 2023 los turistas pagarán entre 3 y 10 euros para entrar en la ciudad, cuyo número de habitantes baja por vez primera en su historia de 50.000

El Puente de Rialto y alrededores, inundados a diario por masas de turistas Ángel Gómez Fuentes

Ángel Gómez Fuentes

Enviado especial a Venecia

Este es el último verano en el que los turistas acceden sin pagar entrada a Venecia. La ciudad de los canales está a las puertas de convertirse en un museo al aire libre, mientras por primera vez el número de sus habitantes desciende ... de 50.000. Será a partir del 16 de enero 2023, cuando el Ayuntamiento cobre a cada turista entre 3 y 10 euros, según sea la congestión en la ciudad, salvo a los que pernoctan en hoteles, porque ya pagan una tasa turística en la factura. Venecia es la primera ciudad del mundo que pone en práctica esta experiencia, con ánimo de disuadir al turismo que solo pasa unas horas en la ciudad.

Matteo Secchi, presidente de Venessia.com Ángel Gómez Fuentes

El pago por la entrada preocupa a muchos de sus habitantes, porque temen convertirse en una especie de reliquia del museo al aire libre. Así lo cree Matteo Secchi, quien preside Venessia.com, formado por un grupo de venecianos que lucha por mantener la identidad de la ciudad de los canales y preservar su patrimonio. Sentado con el enviado especial de ABC en una terraza de la Plaza Santi Apostoli, Secchi confiesa sus preocupaciones por la situación de su ciudad: «Nací en Venecia hace 52 años, pero me siento como un extranjero. En esta plaza vemos a decenas de personas, todos o casi todos son extranjeros. Sin embargo, hace unos años aquí me encontraba con venecianos a los que saludaba, porque muchos nos conocemos. Pero esta ciudad ha perdido su identidad y cuando los turistas paguen por entrar será como un museo al aire libre. Los venecianos estamos desapareciendo y pronto seremos reliquias de ese museo. El problema es el espacio. Esta mesa en la que estamos es para cuatro, no se pueden sentar diez. Eso es lo que ocurre en Venecia con el turismo de masas«.

Un luminoso cuenta el número de habitantes de Venecia que van quedando Ángel Gómez Fuentes

Matteo Secchi está en desacuerdo con el pago de un billete para entrar en Venecia, porque consagrará psicológicamente la idea del museo al aire libre. Secchi es partidario de que la ciudad no se cierre, pero que se ponga un límite máximo. Lo ideal sería un turista por cada habitante para el centro histórico, según un estudio realizado por un grupo de economistas de la Universidad Ca' Foscari de Venecia, coordinado por el profesor de Economía del Turismo Jan Van Der Borg. Si hoy los habitantes ya no llegan a 50.000, el límite máximo debería ser poco más de 18 millones, número ampliamente superado. «Los últimos datos que tenemos disponibles –dice ahora el profesor Van Der Borg–hablan de un total de 30 millones de visitantes al año (una media de 82.191 diarios). Las estimaciones en nuestro poder dicen que el 20% se compone de pernoctaciones, el 80% de excursionistas». Estos son definidos como turistas de 'mordi e fuggi', es decir, se marchan en el día o al máximo permanecen una noche.

Un contador electrónico situado en el escaparate de la céntrica farmacia Andrea Morelli registra el número de habitantes de Venecia desde 2008 y se actualiza cada semana. Marca 49.997 cuando su dueño nos habla ante el escaparate: «Es descorazonador ver ese número. Con la masificación del turismo, ya no es fácil gozar de la ciudad. Hubo un tiempo en que al pasear por la noche sentías tus propios pasos. Era bello. Todo eso se ha perdido«. El boticario reconoce que se siente »extranjero« en su ciudad y lamenta que Venecia haya perdido su identidad: »Los comercios se han uniformado para un turismo de masas. Sería preferible menos turismo, pero de calidad. A partir de septiembre mejora con la llegada de turistas españoles y alemanes«.

Andrea Morelli, farmacéutico Ángel Gómez Fuentes

Andrea Morelli no cree que cobrar un billete para entrar en la ciudad sea una solución para favorecer un turismo de calidad. El escepticismo es general. Davide, propietario de la trattoria Soldà, es contundente: «Yo haría pagar 50 euros por billete a cada turista y permitiría la entrada gratis a todos los museos», nos confiesa Davide, al tiempo que muestra su preocupación por el deterioro de Venecia, con «falta de seguridad por la noche«, y nos recuerda que hace pocos días dos turistas australianos hicieron esquí acuático en el Gran Canal, siendo multados y expulsados de la ciudad.

Para ayudar a respetar Venecia, el Ayuntamiento ha promovido una campaña de sensibilización con el lema #Enjoy Respect Venezia para que «los visitantes tengan un comportamiento responsable y respeten el patrimonio de la ciudad». Esas tres palabras –disfruta, respeta, Venecia– están escritas en camisetas blancas de algunos ciudadanos, pagados por el Ayuntamiento, que ayudan a hacer realidad ese lema. Uno de ellos nos confiesa en la Plaza de San Marcos que «cierto vandalismo se ve por la noche en el centro histórico«.

Alessandro, gondolero Ángel Gómez Fuentes

En el contexto de una Venecia convertida en museo al aire libre, algunos símbolos de Venecia, como la góndola, se están convirtiendo también en una reliquia. La tarifa es de ochenta euros por un paseo de media hora. «Esto ya no es lo que era. Este turismo no sabe valorar el patrimonio de Venecia. La magia de un tour en góndola por los canales en la noche se ha perdido», nos confiesa con desencanto el gondolero Alessandro.

Antes, quien visitaba Venecia acudía al célebre Harry's Bar para tomarse un Bellini, su famoso cóctel, y sentarse donde en el pasado lo hicieron personajes ilustres como Hemingway, Onassis, Toscanini, Sinatra, Orson Wells, Liz Taylor o Maria Callas. Hoy, los turistas se paran en su puerta para sacar una fotografía, como otros muchos lo hacen ante el histórico Café Florian, que abrió sus puertas en 1720 en la Plaza de San Marcos. Se conforman con el recuerdo de una foto de su terraza con la orquestina. Pocos se atreven a sentarse: un café cuesta 7 euros; un botellín de agua mineral Perrier, 11,50; una copa de coñac español Fundador, 17,50... Precios a los que se debe añadir el «suplemento orquesta en la primera consumición: 6 euros por persona (niños excluidos)».

Turistas en la terraza del mítico Café Florian Ángel Gómez Fuentes

Las consecuencias de la masificación son desastrosas para Venecia. «Cuando yo nací, en 1970 –explica Matteo Secchi–, Venecia tenía 108.000 habitantes. Hoy es otra ciudad. En mi clase en la escuela éramos treinta, solo quedo yo, el resto se ha marchado. Vivo al lado del Puente Rialto, que se ha convertido en una especie de mercado de una ciudad árabe –añade Sechi–, en el que muchas tiendas venden recuerdos como si fueran venecianos, aunque que no están hechos aquí. En el centro histórico las tiendas vendían productos esenciales para los residentes, ahora las dedican a ventas de baratijas para los turistas. El error ha sido enfocar toda la actividad de Venecia hacia el turismo, sin producir nada«. No solo en Rialto, también en la Plaza de San Marcos, ante la fachada de la Basílica y el Palacio Ducal, están los kioscos con baratijas.

La pandemia y la ausencia total de turistas dejaron al descubierto no una ciudad temporalmente vacía, sino el esqueleto de un organismo sin vida. Secchi me describe Venecia como «un cajero automático«, porque »quienes tienen aquí propiedades, por ejemplo una casa, las explotan y el dinero se lo gastan fuera«. Parecido análisis desencantado hace la urbanista Paola Sooma, autora de un libro con un significativo título: 'Privados de Venecia. La ciudad de todos para el beneficio de pocos'. Somma considera que los fondos que invierten en el sector hotelero se aprovechan de la despoblación de Venecia para continuar haciendo negocio. «Necesitan que haya algunos residentes venecianos, porque los turistas quieren ver algo de fauna local; pero no vamos a contar historias, el dinero y los fondos de inversión son los que deciden el destino de Venecia, no ya sus ciudadanos«. El problema es que esa 'fauna local' escasea cada vez más también en el sector de servicios. Por ejemplo, entre la decena de trabajadores del céntrico Hotel Ca' d'Oro, solo hay un veneciano. Parecida es la situación en el resto de los hoteles.

En la Plaza de San Marcos, con la Basílica al fondo, se suceden los puestos de baratijas y souvenirs Ángel Gómez Fuentes

Paseando por el centro histórico de Venecia, en un día del agosto más caluroso en muchos años, no veo a los herederos de los visitantes de un tiempo que llegaban para gozar del patrimonio, arte y cultura de la ciudad más bella del mundo. La magia de sus canales, calles y plazas fascinaba a sus visitantes, como Igor Stravinsky, que permaneció siempre ligado a Venecia. El más grande compositor del siglo XX murió en Nueva York, pero quiso hacer su último viaje en góndola hasta el Cementerio Monumental de la isla de San Michele, donde reposa. «Fuera del circuito de las calles céntricas, a nadie se le ocurre visitar otras maravillas venecianas, como la Escuela Grande de San Marcos o el Cementerio Monumental», se lamenta Morelli. Venecia es hoy un enjambre de turistas, que se mueven sobre todo entre la Plaza de San Marcos y el Puente Rialto. «Que c'est triste Venise« (Venecia sin ti) no es solo una canción de Aznavour, sino también la imagen de la ciudad. La Venecia muy alegre y poderosa de un tiempo ya no existe. Hoy es un museo al aire libre.

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