Daniel Luque cruza la raya; Morante la hace redonda
La inauguración de la temporada portuense estuvo marcada por la exigencia y dificultad de los toros de Garcigrande, con los que se entendió a la perfección Daniel Luque y cortó tres orejas
JESÚS BAYORT
El Puerto de Santa María
Una legión de Morantistas pululaba desde primera hora de la mañana por el Monasterio de San Miguel. Los groupies buscaban el reconocimiento del ídolo, y de todo aquel que los divisara. Como si pasaran desapercibidos por el casco histórico portuense; enjaezados como el ... viejo Morante, que ahora busca el parecido con Gallito. Jamás habrá un copista igual: hacía el paseíllo y era irremediable pensar en José. Con su constante braceo, con la cruz del capote de paseo especialmente baja, sonriendo, tocando la montera por el casco…
En las antípodas del pegajoso calor gaditano salió Piñonero, gélido, glacial. Ni se enteraba de dónde estaba ni parecía quincarlo bien. Se confirmaba la queja matinal de las cuadrillas: el nubarrón ocular sí afectaba. Como en los extraños iniciales a Morante. O al Lili. Hasta que después de pasar por el percherón entendió el de las Marismas que su mansedumbre podía ser una virtud. Que en este excepcional caso lo era. Ideal para redondearlo en sus salidas, donde se pararon las manecillas del reloj mientras Morante sublimaba el toreo a la verónica, al compás de una saeta. Lanceando por lamentos. Sin continuación, pero excesivamente perfecto. ¿Alguien ha toreado mejor que él a la verónica? El de Garcigrande seguía el guión preestablecido en esa casa: un cabrón para banderillear, que rebañó sus pitones por todas las extremidades de Juan José Trujillo, milagrosamente indemne. Y continuando con la sinopsis familiar, lo mejor lo reservaría Piñonero para el final, como regalo para quienes saben esperar. Que en este caso era el de La Puebla. Lejos del tostón de lidia contemporánea. Esa que se basa en treinta pases de estructura y diez de traca final. Que fueron precisamente los que dio Morante, enroscándose al chiquillo de Justo Hernández hasta donde llegaba. Pronto y en la mano, como diría Chenel. Volvió a agarrar el palillo con la zurda por el cáncamo, como en aquella inenarrable temporada 2006. La de los videomusicales de Tendido Cero. Cuando no había voz que describiera el toreo. Eso fue todo.
Al cuarto, Geniecillo, lo recogió doblando el lomo y asomando los tirantes. Como un banderillero viejo, «como el que sacude una alfombra». Morante dixit. Hasta estamparle otras dos lapas incalificables. «Échale ganas», le decía el desahogado de turno. Y se las echó, metiéndole el pecho entre los pitones, dándole en la barba con la franela. Sacó lo que ni el marrajo pensaba poseer.
Ficha
- Real Plaza de Toros de El Puerto de Santa María Sábado, 30 de julio de 2022. Media plaza. Se lidiaron toros de Garcigrande, exigentes y mansitos, con mucho peligro en banderillas.
- Morante de la Puebla de catafalco e hilo blanco: media estocada y un descabello (ovación); estocada (palmas).
- El Juli de gris plomo y azabache: estocada trasera y perpendicular (ovación); estocada (palmas).
- Daniel Luque de azul turquesa y oro: estocada trasera (dos orejas); estocada (oreja).
Ficha
El irreal recibo onubense de Luque fue exactamente eso: irreal. Tan difícil de ejecutar como de repetir. Y menos ante uno de Garcigrande, que no es el Juampe dro. Del manicomio en la víspera a la angustia del día. Aunque terminaría lográndolo, tras pasar por el caballo. Bajándole mucho la mano, rozando la botonadura de la taleguilla. Otro aprieto en banderillas, librado genialmente por Alberto Zayas con dotes de buen recortador. Repetía inicio el de Gerena, clavado en la raya del tercio, hoy con la emoción de un animal especialmente fiero. Hasta llegar al cortocircuito ambiental tras el interminable redondo. Que vació en la hombrera contraria. Después del derroche de dominio, Tambolero se najó. Rescatándolo camino de tablas, estimulándolo con un quita y pon: cuando le hacía creer que todo había terminado se la volvía a poner. Un estilo de retienta. Pero donde de verdad estuvo bien fue al natural, enterradas las zapatillas, jugando con los vuelos de la muleta. Sin desplazarlo. Sin trampa ni cartón. También enjaretaría al sexto, al que hizo parecer hasta bueno. Ahora más entre los pitones, dominando su terreno.
Más acochinado era Rasposito, para El Juli. También manso, también bellaco en banderillas. Espeluznante fue la cogida al cigarrero Alejandro Sobrino. De las que secan la boca sólo con verlas. Fácil estuvo después el torero, redondeando sobre el toro, que no es lo mismo que redondear la embestida. Y pronto echó la palanca de freno Pegón, el quinto, con el que abrevió.
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