Sublime faena de «Morante» en la Plaza México

Si el público protestó el que cortara dos orejas , fue lo de menos. Lo verdaderamente importante fue la actitud del artista andaluz que, ausente cuatro años de la México, no vino de paseo , llegó a buscar a cómo diera lugar el triunfo hasta conseguirlo.

Pero no sólo fue el arte con el que manejó la muleta, sino el mérito de cambiarle las embestidas a un toro por el que nadie, incluyendo al propio torero, apostaba. José Antonio Camacho se puso necio, muy firme y terminó por hacer romper y sacarle el buen fondo que traía en animal al torearlo por bajo.

Los muletazos con la mano izquierda, llamados naturales , fueron soberbios, deletreados, inmensos en tiempo y espacio. El público se levantaba de sus asientos con cada uno de ellos.

Bastaron cinco minutos y tres tandas de toreo artístico y personalísimo de «Morante» para que los aficionados se conmocionaran. Una media estocada fue suficiente para concluir con esa portentosa labor.

«Morante» cruzó sin aspavientos el ruedo, sabedor de lo que había conseguido. Ya en su primero, que le exigió mucho, José Antonio había estado muy honesto y valiente.

Mal se portó el público con el tlaxcalteca Uriel Moreno «El Zapata», a quien no valoraron en lo que merecía su magnífico toreo de capa, su espectacularidad con las banderillas y sus aciertos con la muleta.

Digna, seria y torera fue la actitud del capitalino José Mauricio con sus dos enemigos, que le ayudaron menos de lo que esperaba.