El Cid: «Voy a tirar la moneda al aire con seis victorinos en San Isidro»

El torero de lujosa izquierda protagoniza el gran gesto de la Feria el 5 de junio

El Cid: «Voy a tirar la moneda al aire con seis victorinos en San Isidro» isabel permuy

rosario pérez

Es el séptimo hombre que se encierra con seis victorinos en Madrid. Y el primero que agiganta la Historia al atreverse por segunda vez con media docena de toros de la mítica ganadería. Su nombre: Manuel Jesús. Su bautismo en los carteles: El Cid ... . «Ningún torero había repetido con seis en toda la trayectoria de nuestro hierro», apunta el ganadero.

—¿Por qué hace este «doblete» El Cid?

—La idea venía del año pasado y no se me quitaba de la cabeza. Madrid es una plaza que me tiene mucho cariño y que me ha ayudado muchísimo en mis comienzos. Tauriamente me siento de aquí. Además, numerosos aficionados me pedían hacer este gesto. Y a mí me apetecía: le debo mucho a a Las Ventas y a Victorino.

—¿Algo que reafirmar?

—No tengo que demostrar nada, porque todo el mundo sabe quién soy.

—Dicen que su toreo es pureza. ¿Cómo se define eso?

—La pureza es hacer el toreo que sientes, no intentar copiar a nadie. Es torear puro, es decir, con tu propia personalidad, haciendo lo que en ese momento sientes. Y si además te identificas con el gusto del público, mejor que mejor. ¿Qué sería lo puro en el tema ganadero? Buscar un tipo de embestida acorde con la personalidad del encaste.

—¿Hay mucha diferencia entre el toro que busca el ganadero y el que quiere el torero?

—En definitiva, perseguimos lo mismo: el concepto de bravura es que un toro quiera coger la muleta y se rebose. Y hoy en día es cuando están saliendo más con esas cualidades. Aun así, es muy complicado, pues se exige a los toros y a los toreros casi la perfeccción. Pero es muy bonito.

Manuel Jesús pronuncia esas palabras cuando llegamos al cercado donde pastan los ejemplares que lidiará el 5 de junio en San Isidro. ¿Bonito el toro?, bromeamos mientras observamos uno imponente. «¡Bonito lo que estoy contando! La lámina de estos toros es preciosa y única, pero yo los veo mu grandes y mu gordos».

—¿Por cuál apuesta el ganadero?

—Yo apuesto por El Cid.

—Gracias, Victorino –responde el matador–. Al igual que en Bilbao, quiero que elijas el orden de lidia.

Aquel agosto imborrable de 2007, el diestro sevillano brindó una tarde histórica: sapiencia, heroicidad y maestría con una importante victorinada a la que cortó cuatro orejas. «Fue la leche», espetó el viejo Victorino, paladín de la casta, antes de que diera comienzo el tentadero en la finca cacereña «Las Tiesas de Santa María». El Cid ha sido, y es, uno de los «hijos» predilectos de su divisa. «Anda muy bien este chico», murmura cuando dan puerta a la última vaca. Bravo el tentadero y bravo el torero, a más mientras exhibe una izquierda lujosa y coge el pulso a un ganado para especialistas. «Me lo he pasado pipa», asegura el lidiador.

—Ganadero, ¿cuál es la clave para entender estos toros?

—Exigen la perfección. Lo que actualmente sucede es que sobre todo matan Parladé, y cogen unas formas que nuestro toro no permite. Aquí, como dejes un hueco, des un toque a destiempo y no sea suave, no les pegas ni uno. Se cabrean. Es un encaste muy sensible y exigente a la par.

Toma la palabra el matador: «Si te pones brusco, aquello no para, se ponen rabiosos. Son toros teclosos. Eso sí, cuando cuajas uno, no te cambias por nadie. Te ofrecen el toreo que uno sueña de salón, dejándosela muerta aunque sin relajarse del todo. Es una maravilla».

—¿Qué diferencia hay entre El Cid de Bilbao y el de ahora?

—La madurez, porque el concepto es el mismo. He acertado en unas cosas y me he equivocado en otras. Cuando intentas ahondar en tu tauromaquia, a veces tomas un camino que no te va bien y tienes que volver hacia atrás, que no es retroceder, sino volver por donde empezaste y seguir la línea que te iba bien. Hay que apostar y no estar detrás de la mata, porque lo peor que le puede pasar a un torero es acomodarse. Un artista debe tener inquietudes. También tiene sus ciclos y nadie es eterno: unas veces eres el primero al que llaman y otras el tercero o el cuarto, pero uno no puede amargarse. Cuando se pone el traje de luces, tiene que salir a disfrutar con lo que tenga delante.

—Victorino, ¿sus toros han cambiado?

—Siguen siendo los mismos, pero esto es como los vinos, va por camadas, unas veces salen más fuertes y otras más suaves. Nosotros continuamos buscando el toro encastado, que venda cara su vida, que humille y sirva para triunfos importantes. Siempre, claro, que el torero ponga de su parte; el medio gas no vale.

«¿Saben que noto yo? –comenta El Cid–. Cuando veo películas antiguas percibo que los toreros tenemos ahora un exceso de técnica y falta transmisión. Es verdad eso de que se torea mejor que nunca, pero no hay esa emoción de antes». Al quite, Victorino II: «Antes el toro se movía más». Réplica: «Y pesaban cien kilos menos». «Y se lidiaban más encastes –apunta el criador de bravo–. Santa Coloma, Murube, Atanasio, Núñez...» «Galache lo mataban las figuras. ¿Dónde está hoy?», cuestiona Manuel Jesús. El ganadero remata: «Hoy hay muchos que torean a toro parado, pero cuando repite, se pierden. El de hoy te permite toques fuertes, pero este encaste se violenta».

Tiempo de silencio, entre sorbo y sorbo de vino con el hierro de la A coronada. Mano a mano, Victorino hijo y El Cid tocan varios palos: política, espejos cóncavos y convexos venezolanos, programas televisivos, deportes. El combate (de boxeo) del siglo no falta. «¡Vaya manera de vender el producto! Ya podríamos promocionar así nuestro espectáculo», exponen casi al unísono.

Hasta que regresan al ring capitalino. Victorino y El Cid, frente a frente, en un combate de contrastes: una batalla de fuego que requiere muleta de seda. «Manuel, apuestas muy fuerte –dice el ganadero–». «Voy a tirar la moneda al aire –responde el autor del gran reto–. Apostar sobre seguro no existe. Lo de Bilbao fue tremendo. Pero Madrid es la número uno: un triunfo te da mucho y una tarde mala te quita mucho. Como sentencia Emilio Muñoz, cuando Madrid estornuda, el toreo se resfría. Esto es la Champions».

Un flechazo

En esta «Liga» del toreo, El Cid y Victorino, Victorino y El Cid, engrandecerán una historia de pasión y emociones que comenzó en Bayona hace una larga década. «Fue como un flechazo». Desde entonces, Cupido lanzó más de cien flechas y cien faenas, traducidas en 45 orejas. Más las que el viento y la espada se llevaron... En la memoria: «Bombonero». «¡Cómo fue por el izquierdo! Si no llego a pinchar...»

Hace dos Otoños el acero se llevó por última vez el premio gordo en una plaza en la que se ha ganado el respeto. «Me siento muy querido y respetado, porque he dado muchas tardes buenas. Cuando he estado mal, me lo han recriminado; cuando he estado bien, sin escatimar esfuerzos, me han empujado. El cariño es mutuo. Además, la afición es consciente de que, mientras algunas figuras han ido una sola tarde, yo he ido hasta cuatro o cinco. Madrid es exigente, pero sabe y valora lo que ve».

—¿Y a los incrédulos que los diría?

—Intentaré devolverles la fe.

Victorino pone el broche con una anécdota de la hazaña bilbaína: «Camino de la plaza, iban dos paisanos delante de mí. Uno le dijo a otro: “Ahí va la hostia, ahora a aguantar a este tío con seis toros; si por lo menos pusiera banderillas”. Y El Cid estuvo fantástico, todo el mundo acabó metiéndose en la lidia y fue una corrida inolvidable».

La capital le espera con seis victorinos, la divisa de leyenda con la que ha escrito la suya propia. Madrid, 5 de junio. Solo ante el peligro. ¿Qué hay de nuevo viejo guerrero?

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