La ilusión de Juan del Álamo en San Isidro
Corta la única oreja a la justa corrida de Juan Pedro en tarde de frío invernal
andrés amorós
Sigue pesando en el ambiente el drama de la tarde anterior, que ha trascendido más allá del ámbito taurino. De varios medios me llaman para preguntarme por lo que sucedió. Curiosamente, les ha impresionado más la suspensión –algo poco frecuente pero que ya había sucedido ... otras veces, e inevitable, dada la situación– que la gravedad de la cornada de David Mora.
En una tarde muy desapacible, con ráfagas de viento fuerte, lluvia y frío (¿para cuándo la cubierta?), Juan del Álamo consigue una nueva oreja. Los toros de Juan Pedro tienen más nobleza que fuerza: el primero, inválido; segundo y tercero, muy bondadosos; los tres últimos se paran.
Sigue sin remontar El Cid, en esta Feria. El primero es un inválido total. No se devuelve –supongo– por ser el primero. La gente está distraída, colocándose los impermeables. Intenta faena el diestro pero el toro se cuela un poco y se advierten las precauciones. Mata bien. Mi vecino sentencia: «Nada de nada». Y nadie le puede corregir. En el cuarto, dibuja Manuel unos buenos delantales. El toro acaba parándose del todo. Traza El Cid algunos naturales que no logran eco. Suena una voz: «¡Si no hay toro, no insistas!» Mata a la segunda. Ha tenido una tarde tan gris oscura como el cielo.
Al Fandi le corresponde uno de los toros más bondadosos, el segundo, acogido con protestas. Su primer par de banderillas es demasiado pasado... «Por agua», apostilla un guasón. Los otros dos, de la «moviola» (corriendo hacia atrás), mejores, por el derroche de facultades. Brinda a la Infanta Elena, que ocupa una barrera. Comienza de rodillas. El toro, muy noble, acepta muchos muletazos, con más oficio que arte. Prolonga mucho la faena. En algunas Plazas –pienso– hubiera logrado algún trofeo. Aquí, todo se diluye. El quinto apenas recibe castigo en varas y surgen las protestas. En banderillas, surge una fuerte división. Clava El Fandi a toro pasado; luego, quiebra y recurre al violín. Pide clavar un cuarto par y algunos protestan: el jugueteo con el toro da espectáculo. Unos aplauden, otros protestan... En la muleta, el toro se cae, se apaga. La faena, insulsa, se disuelve. Mi vecino sentencioso resume: «No hay que pedirle peras al olmo». Y el guasón, friolero, apostilla: «Por lo menos, no llega a nevar».
La decisión y el oficio de Juan del Álamo vuelcan la tarde de su lado. En el tercero, bondadoso, manda, aprovecha las largas embestidas, liga los muletazos; en el debe, está algo forzado, agachado (como hoy es costumbre). Mata con decisión: oreja. El sexto flaquea, se apaga pronto: no es posible un nuevo éxito pero sí revalidar la buena impresión. Faena técnica y valiente, casi con más mérito (no brillo) que la primera. Su ilusión juvenil se ha abierto como un rayo de sol entre los nubarrones.
(Lea la crónica completa en la edición impresa de ABC y en Kioskoymas)
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