Wilco: a campo abierto
La banda de Chicago hizo en Madrid un concierto encendido, poderoso e intenso
PABLO CARRERO
Desde hace casi una década —cuando se editó el formidable, extraño, sugerente y osado «Yankee Hotel Foxtrot» y se convirtió en un absolutamente inesperado éxito—, Wilco es el grupo del momento, la banda de la que todo el mundo habla , el nombre que ... se sitúa en el punto del equilibrio perfecto entre la condición de banda de culto y el producto capaz de traspasar las fronteras de los círculos más especializados. Seguramente porque también siguen logrando mantener un envidiable equilibrio entre el respeto a la tradición y la vanguardia, entre el rock clásico y las formas más atrevidas de una música que permanece más que vigente en el siglo XXI.
Una posición, la del sexteto de Chicago, que despertará la envidia de muchas bandas que hasta hace pocos años jugaban en su misma división, pero que, al mismo tiempo, resulta enormemente exigente , a lo que la banda responde con honestidad y valentía en cada nuevo paso de su admirable trayectoria.
Cuestionados por buena parte de la crítica especializada por andarse por las ramas o repetirse sin aportar apenas novedades reseñables (en «Sky, blue sky» y «Wilco», respectivamente, sus dos últimos y, por otra parte, fantásticos álbumes), ahora presentan «The whole love», otro gran disco al que, naturalmente, le han salido enseguida tanto entusiastas defensores como encendidos detractores.
Tan al margen de las circunstancias y del sobresaliente eco mediático que provocan como les es posible, ellos siguen a la suya. Y da gusto reencontrarse con ellos cada vez que aterrizan en un escenario de por estos pagos , territorio que ellos mismos consideran más que amigo, como insistía anoche en recalcar un emocionado Jeff Tweedy ya en la impresionante recta final de un concierto encendido, poderoso, intenso.
Escasamente condescendientes con la selección del repertorio (apenas sonaron dos o tres de sus canciones más conocidas) y aún menos con el sonido, Wilco hicieron un concierto soberbio, tan difícil a priori como reconfortante en el resultado final.
Maravillosa voz de Tweedy
Arrancaron sobrios, concentrados y concienzudos, intercalando piezas más bien acústicas —en las que se apreciaba la sutileza, los matices y la versatilidad de la maravillosa voz de Tweedy— con arrebatos ultraenergéticos en los que las guitarras se situaban en primer plano pero en las que un inconmensurable Glenn Kotche cimentaba desde la batería un arrollador muro de sonido.
Hacia la mitad de la actuación, a la hora de sonar la formidable «Jesus, Etc», uno de sus grandes clásicos, el público se mostraba ya más que entregado, algo que empezaba a complacer visiblemente a los que hasta entonces habían permanecido algo fríos encima del escenario.
A partir de entonces se desató la euforia. Jeff Tweedy conectó con la audiencia y la banda, absolutamente engrasada y con un Nels Cline descomunal en su labor de finísimo pero al tiempo enérgico y robusto guitarrista, encaró un tramo final apoteósico.
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