Flamenco
Camarón de la Isla, un ser mitológico que vuelve a nacer cada día
Se cumplen 30 años de la muerte del artista, que no llegó a actuar en la Expo. del 92, en la que se le homenajeó
Luis Ybarra Ramírez
Al final de sus días aterrizaron algunas tendencias en la música española en general y en el flamenco en particular. Más, si cabe, tras su muerte, con la llegada de lo que se conoció como Nuevo Flamenco. Este 2 de julio se cumplen 30 años, ... y la reflexión no ha cambiado demasiado: los referentes siguen siendo los mismos que entonces. En cuatro o cinco décadas no han variado. La fuente de Camarón mana con la misma fuerza que antaño, elevándose sobre las modas, alejándose, de hecho, de ellas . Todos los cantaores, o la mayoría, al menos, guardan algo de él. Se reservan un recuerdo. Los niños que nacen hoy lo añorarán mañana , así funciona la historia. Cuando tengan uso de razón, sin ser siquiera sus coetáneos, lo evocaran al prender sus quejas entre amigos. Porque la obra del genio de la Isla traspasa más los años que las fronteras. Está tatuada en la piel y la garganta de unos pocos. En el pop que se hace con tintes sureños y en el cante jondo que gobierna por los festivales. Digámoslo claro: parece omnipresente, así pasen los lustros.
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Son dos las etapas que podemos trazar en su trayectoria y dos las influencias que ejerce, tan distintas. La primera, cómo no, está en aquellos discos en los que presentó y desarrolló sus credenciales. En el 69 grabó por primera vez un álbum conjunto para la guitarra del maestro Antonio Arenas. También pululaban por allí Turronero y el Chato de la Isla, entre otros. Al poco, llegó su primer trabajo en solitario, ‘Al verte las flores lloran’ , inauguración de una serie antológica con la complicidad de Paco de Lucía a la guitarra con la que arrancaba la verdadera simiente de su gran revolución.
Hasta el año 79, cuando publica ‘La leyenda del tiempo’, se descubre en nueve discos . La idea: renovar lo ajado sin salir de los esquemas que le son propios al cante. El padre de Paco de Lucía , Antonio Sánchez Pecino, le enseñó al de San Fernando elepés de su propia colección para ampliar conocimiento. También le escribió letras. Y así, por ejemplo, del bolero por bulerías que hacía en los años 40 El Cojo de Huelva, ‘Campanitas de la aldea’, esculpieron, con otro aire, diferente texto e idéntica melodía, ‘Al verte las flores lloran’, primera piedra de una etapa dorada.
La revolución clásica
Sobre la estructura del fandango crearon un palo: la canastera . Consiguieron pequeños himnos, como ‘Rosa María’ . Condujeron a todos los gitanos de entonces a escuchar a Antonio Chacón, a quien versiona con suma personalidad por cartageneras. Le pidió un fandango a Morente , ‘Ni que me manden a mí’, y se lo quedó. El Camarón más afinado crujía sin desbocarse mientras el de Algeciras lo recogía con suma gracia, convirtiendo la falseta en emblema. Memorable pentagrama del aire, pues parece que también canta la bajañí en estos álbumes: ‘Cada vez que nos miramos’, ‘Son tus ojos dos estrellas’, ‘Arte y majestad’, ‘Canastera’, ‘Caminito de Totana’, ‘Soy caminante’, ‘Castillo de arena’...
Por los tablaos más célebres andaba mientras iba levantando una amplia baraja de palos en el estudio , co n Phillips : bulerías, soleares con exquisitos arcos melódicos, sobre todo en las apolás, seguirillas, tonás, tientos, tangos, fandangos, malagueñas, granaínas, abandolaos, sevillanas, cantes de Levante, incluso algunos en desuso como la petenera y la caña, que también las grabó. Enverdecer lo viejo, eso era. Echarle más música a una arquitectura perfecta, toda manchada de rabia para conectar con cualquier oído. Dejó la forma y trocó el fondo. Lo llenó de espuma. Y ese gemido temprano permanece hoy reflejado en artistas como Antonio Reyes y Rancapino Chico. Algo de él, ya lo decía, queda en todos, ya sea de esta etapa o de la siguiente.
Su disrupción
El más popular de los Camarones llegó después. Un contrato con la compañía , que obligaba a una nueva entrega, le llevó a hacer algo diferente con el productor Ricardo Pachón . Que algo, por contrato, habían de hacer. José Monje Cruz se quitó el apellido «de la Isla» y se separó de Paco de Lucía para estrenarse con un joven Tomatito. Se encerraron en un chalet de una Sevilla hippie plagada de tipos con melena y se aventuraron en un proyecto coral: textos de Federico García Lorca , Fernando Villalón y Omar Khayyam, ocurrencia de Kiko Veneno , quien lo había leído cuando estudiaba Filosofía, que tendría como resultado la bulería ‘Viejo mundo’. Se pasearon por allí los componentes del grupo Alameda, rock con raíces. También Gualberto con el sitar para la ‘Nana del caballo grande’, Raimundo Amador , Diego Carrasco…
La consecuencia: ‘La leyenda del tiempo’ , un álbum que en 1979 no se entendió ni se vendió apenas, justo al contrario de lo que ocurre con las grandes revoluciones que se anuncian hoy desde los medios y que tienen una respuesta inmediata en el mercado antes de caer con levedad en el olvido. Este escándalo pretérito tardó en consolidarse como la joya que hoy es. Símbolo de todas las cosas que andaban ocurriendo. Que no es que fuera un antes y un después, sino que representa la cima del aperturismo.
El grito de Camarón, con los años, se tornó en un ente mucho más cruento. Y ese grito, que acomentía las características escalas que le permitían sus facultades, tan reconocibles como lastimadas, es el que han calado más hondo entre los artistas que lo emulan al cantar, de ahí esa mentira que otros han repetido: «¡Camarón se cargó el flamenco!». Pues no, ha dicho el tiempo . Enumerar los nombres de los que se manifiestan sobre su estela supondría elaborar una lista que en mi cabeza tiende a infinito. Por esa escuela natural pasan todos, con contadas excepciones.
El disco ‘Como el agua’, en el que los tangos soslayaron al resto, lo grabó hastiado de tanta crítica. «El próximo de guitarrita y palma», le dijo a su productor. Y eso hicieron. ‘Calle Real’ , ‘Viviré’ y ‘Te lo dice Camarón’ son muestras de su ascenso como personaje público. Figura que se alzó más allá de todos. Icono. ‘Soy gitano’ , el álbum flamenco más vendido de la historia, parece la culminación de aquello. ‘Potro de rabia y miel’ , con portada de Miquel Barceló, un arañazo con sabor a despedida. Tanto dio de sí en cada ayeo que le tiritaron los huesos hasta quedarse vacíos.
No llegó a actuar en la Expo. del 92 , donde se proyectó su torso desnudo, como algunos tenían previsto. Su corazón, cansado de batallar entre el orgullo y el querer, que dice su taranta, se apagó tras los pulmones, casi pintados en carboncillo. Aquel lejano 2 de julio comenzó el mito. Un revolucionario de la música que quiso ser discreto, pero le salió rana, se marchó a destiempo, donde nunca supo cantar. Eso lo aprendió de niño, escuchando al Chaqueta. Tal vez antes, cuando su madre, Juana, lo dormía acunado entre canciones.
La figura más influyente de la segunda mitad del siglo XX no vive, sino que vuelve a nacer cada vez que lo miramos, como cantó por soleá. Sus seguidores, desdibujado ya el límite entre el artista y a la persona (y entre los que me incluyo, he de decir), no entienden de etapas, sino de una voz ancestral y postrera. Camisa, barba y cigarro en boca que son el faro de varias generaciones que aún están por venir. Que quizá eso sea al fin lo más importante, que vivirá, como dentro de aquella bulería al galope que tomó de Miguel Hernández, mientras el alma le suene.
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