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Rufus Wainwright se «desnuda» en el Cruïlla
El canadiense protagonizó junto a Suede la primera noche del festival barcelonés
david morán
«Solo hay dos tipos de música: la que te gusta y la que no», podía leerse en la entrada del recinto. Una afirmación sin matices que, en cierto modo, se ajusta a la perfección a un festival en el que la diversidad es ley. ... Gustará más o menos, pero nadie podrá quejarse de la oferta de una cita que lo mismo se pone tierna con el soul blanco nuclear de James Morrison que rebobina la historia del pop para enmarcar el regreso de Suede.
Los británicos, puro nervio pese a que sus mejores tiempos quedan ya muy lejos, llegaron a Barcelona ondeando la bandera de su resurrección y, en efecto, resucitaron, aunque solo a medias. Aparecieron sobre el escenario al ritmo de los Sex Pistols, tomaron impulso desde «Barriers» una de sus nuevas canciones, y empezaron a escarbar en su propia historia para recuperar, uno tras otro, himnos acorazados como «She», «Trash» y «Animal Nitrate».
Brett Anderson le ponía todas las ganas del mundo y la banda sonaba electrizante, pero algo no acaba de encajar, como si los pilares que apuntalaban su sonido se hubiesen agrietado. Brillaron cuando echaron mano de piezas infalibles como «We Are The Pigs», «New Generation», «So Young» y «Beutiful Ones», pero en cuanto se detenían en su presente la intensidad se desmoronaba, dejando claro que su mejor forma, la que los coronó como rareza del brit-pop de los noventa, es hoy una sombra que persiguen sobre el escenario.
Voz superdotada
Acostumbrados como estamos a ver a Rufus Wainwright desfilando por pasarelas de pop suntuoso y melodías espejadas, no deja de sorprender encontrárselo vestido únicamente con piano y guitarra, pelándose con los rigores de un festival e intentando acallar los parloteos con «Out Of The Game» y «Jericho». Pues bien: así de desnudo y despojado se presentó anoche el canadiense para abrir el festival, exhibir voz superdotada y, ya puestos, promocionar un poco su próxima actuación en el Teatro Real de Madrid.
Sin banda de apoyo pero echando mano de una inflamada vena cabaretera, a Wainwright le costó entrar en faena e incluso tuvo que pedir un poco de silencio al público antes de tocar el «Halellujah» de Leonard Cohen, pero al final acabó imponiendo su clase echando mano de letanías como «Going To A Town» y «Cigarrettes & Chocolate Milk».
Más fácil lo tuvo Billy Bragg, que empezó calmado y rescatando material del reciente «Tooth & Nail», pero que no tardo demasiado en desempolvar el prodigioso «Mermaid Avenue», disfrazar una vez más el folk de punk y marcarse una sensacional versión de «Dead Flowers» a costa de los Rolling Stones.
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