Concierto de Año Nuevo: la efusión del marmolillo
Este año la tradicional cita musical, dirigida por un tanto rígido Franz Welser-Möst, homenajeó a Wagner y a Verdi e incluyó varias partituras poco conocidas
Concierto de Año Nuevo: la efusión del marmolillo
Las formas en las que se manifiesta la alegría son infinitas. Se ve en el Concierto de Año Nuevo vienés que cada primero de enero irrumpe pegado como una segunda piel a la esperanza de la novedad. Este año se ha relacionado con once obras ... inéditas en las 72 ediciones previas , incluyendo las de Giuseppe Verdi y Richard Wagner con motivo de los 200 años de sus respectivos nacimientos.
Pero no importa tanto este detalle argumental como la bondad de un evento que engatusa a más de ochenta países donde se conectan 1000 millones de espectadores dispuestos a superar la resaca de la fiesta con endorfinas musicales. En España, lo han hecho distintos canales de RTVE incluyendo el infinito universo internáutico donde se inscribe rtve.es o, para los más audaces, la ORF online, que es la casa matriz.
Desde allí llegaron las imágenes diseñadas por Karina Fibich , heredera del maestro Brian Large , quien se recreó en vertiginosas tomas aéreas de la dorada Musikverein desde la inicial y rutilante polca «Die Soubrette» de Josef Strauss . Ágiles cambios de plano, mínimos detalles del «backstage» y evocadores exteriores, a veces teñidos de fresca neblina austriaca, además del pulcro ensamblaje con el Ballet de la Ópera Estatal de Viena coreografiado por el británico Ashley Page . Una ágil, amena y elegante realización a la altura de las circunstancias.
Gesto prudente y mecánico
Con razón el director Franz Welser-Möst declaró que, dirigirlo por segunda vez, le producía «un sentimiento de felicidad increíble», lo que, en su caso, ha de traducirse en una mirada desprevenida, gesto prudente, algo mecánico, rígida gracia en el porte, amortiguado espíritu, y convencional vestuario. La alegre efusión de marmolillo, pues nadie mejor que él para disimular el regocijo ante la obligación de repartir muñecos y juguetes a los músicos de la orquesta durante la fantasía «El carnaval de Venecia» del papá Strauss. Por no decir de la formularia felicitación que dirigió al mundo en compañía de la orquesta, en un momento en el que cualquier guiño a la esperanza general habría sonado a gloria.
Inevitablemente, cabe añorar versiones infinitamente más evocadoras de «Músicas de las esferas» o del archifamoso «Danubio azul» cuya historia incluye memorables y hasta casi intangibles interpretaciones. Quizá en 2014 Daniel Barenboim renueve viejas alegrías pues ya sorprendió hace cuatro años por su buena química y mejor ironía. Sería de agradecer.
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