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ABC Cultural

Lejos de Ítaca

Conrad en las Olimpiadas

«Dicen que el deporte es cultura, aunque yo siempre creí lo contrario: que la cultura era un deporte (de riesgo) sobre todo para quienes la practicamos»

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María José Solano

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Dicen que el deporte es cultura, aunque yo siempre creí lo contrario: que la cultura era un deporte (de riesgo) sobre todo para quienes la practicamos. Por eso una, que siempre ha sido refractaria, no a la práctica del deporte, sino a verlo practicar, ya ... sea en directo o al otro lado de una pantalla, decidida a mejorar los hábitos, vine a imponerme a mí misma un cambio de actitud. También es verdad que no me había quedado más remedio, porque cuando la avalancha deportiva dice «aquí estoy yo» bombardeando con toda la artillería de Copa de Europa, Wimbledon y Olimpiadas, las opciones se reducen a dos: ser un apocalíptico o volverse un integrado. Con cuarenta y cinco grados a la sombra, la seducción de integrarse en el aire acondicionado es irresistible; mortal de necesidad. Y claro. El precio del refugio en las horas de canícula siestera es casi siempre un televisor encendido. Así que allí estaba yo, hace unos días, ejerciendo de integrada delante de la pantalla gigantesca en mitad del sorraund ensordecedor y de los familiares y amigos esperando con cervezas heladas el comienzo de aquel partido de tenis parisino. Y entonces ocurrió el milagro. Y mira que he visto milagros: desde el inolvidable cuerpo odiséico de Stéfanos Tsitsipás a la potencia racial de las hermanas Williams, la elegancia infalible de Federer o el volcán invicto de Carlos Alcaraz. Y a Nadal; Nadal el Magno. Muchas veces. E inevitablemente, al serbio Djokovic. Dispuesta a disfrutar, de repente una interferencia apagó la imagen de la pantalla por unos segundos y al recuperarse, descubrí con asombro que aquello no eran las Olimpiadas de París, sino un bosque de Estrasburgo de principios de siglo XIX, y que los tenistas no respondían por sus nombres, sino por los de Feraud y D'Huberte, ambos tenientes de los húsares franceses, vestidos de gran uniforme. Insolente uno, el otro tranquilo; audaces y peligrosos los dos, se observaban por detrás de una vieja sonrisa compartida como viejos enemigos que se detestan tanto como se admiran, pues ambos saben que se necesitan para la gloria. Enemigos perfectos, no portaban raquetas, pues se batían con furiosos sablazos hasta el agotamiento. Cincuenta y nueve duelos en dieciocho años. ¿Deporte o Cultura? Mañana, 3 de agosto, se cumple el centenario de la muerte del escritor J. Conrad, padre de estos duelistas. Gracias, capitán, por este milagro.

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