Chuck Palahniuk: «Hay que mostrar a la gente lo que más teme»
El novelista, autor de 'El club de la lucha', charla con ABC a su paso por el Festival de Literatura Expandida de Magaluf, donde ha presentado su último libro, 'Plantéate esto'
Novelistas al rescate: así enseñan a escribir los astros de la literatura

Chuck Palahniuk (Pasco, Washington, 1962) es tan educado que cuesta creer que haya escrito 'El club de la lucha', 'Monstruos invisibles' o 'Fantasmas'. Viste una americana color arena, una camisa colorida y habla con el mar de fondo. Tal vez esa distancia, la que ... hay entre su sonrisa y sus libros, sea la literatura. O tal vez todo dependa del día. Del clima. El novelista acaba de publicar 'Plantéate esto' (Random House), un manual de escritura que ha presentado en Magaluf. Porque sí.
—Entonces, ¿se puede aprender a escribir?
—Te pueden enseñar algunas técnicas, cómo lograr ciertos efectos. Lo difícil es enseñar a identificar una buena idea. A mí me ayudó mi experiencia en el periodismo, porque en ese oficio tienes que tener ideas para historias todo el tiempo, y presentárselas a tu editor, que rechaza la mayoría de ellas.
—Cuenta en el libro que hoy no sería escritor de no ser por su maestro, Tom Spanbauer.
—Es que sin él habría dejado de escribir. Tom creó un taller genial. Cada semana ibas allí, leías tu trabajo y te rodeabas de otros aspirantes a escritores. Era genial. Y cada jueves había una fiesta. Bebíamos vino, hablábamos de todo… Eso me hizo seguir escribiendo, incluso cuando mi trabajo era una basura, porque quería ir a esa fiesta cada semana.
—En 2018 publicó 'El día del ajuste', una novela que en la que prefiguró el asalto al Capitolio. ¿Hay algo profético en la literatura?
—Lo que creo es que la historia es repetitiva. Puedes escribir cualquier cosa, y acabará sucediendo porque ya ha sucedido antes... No creo que la literatura prediga realmente las cosas, sino que las reconoce y las saca a la luz para que la gente hable de ellas. La literatura nos da metáforas. 'Matrix' sigue siendo importante por la metáfora de la pastilla roja y la pastilla azul. Pues eso se ha extendido a todo el país. Están los estados rojos contra los estados azules. La literatura nos da un lenguaje para hablar de cosas que antes no podíamos hablar, que no veíamos.
—Nos ayuda a entender el presente.
—Nos da las palabras para reconocerlo. Y nos permite entenderlo y no ser utilizados por él, porque si no tenemos un lenguaje para nombrar el presente no hay manera de que podamos discutirlo.
—¿Por eso sigue importando la literatura, a pesar de que haya menos lectores?
—Es interesante, porque puede que el número de personas que leen libros sea bastante pequeño, pero esas son las personas que tienen la mayor influencia en la cultura. Esas son las personas que van a salir y a tomar medidas. Porque la gente que se queda sentada a ver la película de forma pasiva es menos probable que se esfuerce por cambiar las cosas... Los lectores de libros siempre están más cerca de las acciones sociales. Y pienso en 'La cabaña del tío Tom' y el efecto que tuvo en la abolición de la esclavitud. O 'En la carretera' y cómo influyó en la contracultura de los años sesenta… Hay montón de factores que hacen que los libros sean tan eficaces para catalizar el cambio social. Así ha sido hasta ahora.
—Por cierto, usted ha asegurado que 'El club de la lucha' no se hubiese podido publicar ahora, pero por el 11S, porque desde entonces las historias subversivas se relacionan inevitablemente con el terrorismo.
—Sí, el 11S cambió completamente el gusto del público. Cambió la literatura y el cine. Nadie quiere ser etiquetado como terrorista, así que esas historias dejaron de estar sobre el tablero. Creo que ahora están volviendo, pero muy poco a poco. Va a ser algo muy lento.
—¿Cree que ahora le exigimos más moral a los libros?
—No… La gente no quiere libros dictados por una plataforma social o con un mensaje demasiado evidente. La gente quiere ante todo distraerse y entretenerse y engancharse a un libro, no que les machaquen con un mensaje. La gente no quiere que le digan lo que tiene que pensar, quiere que le enseñen algo interesante.
—Dicen que vivimos una dictadura del éxito, pero usted ha triunfado escribiendo sobre el fracaso, sobre los perdedores.
—Siempre pienso que hay que mostrar a la gente lo que más teme. Jodi Picoult ha dedicado toda su carrera a escribir libros sobre parejas cuyos hijos han muerto y que siguen con sus vidas, y vende millones. Porque el mayor temor de cualquier madre o padre es que su hijo muera. No queremos que nos cuenten el éxito, porque el éxito es una especie de muerte, ahí acaba todo. Queremos ver a alguien vivir más allá de nuestro mayor temor… Muchos de mis libros tratan sobre personajes que se humillan y tienen una revelación, porque mis lectores suelen ser muy jóvenes. Y lo único que tienen es su aspecto, su juventud, su atractivo. Y su peor miedo es ser humillados. Yo les muestro personajes que pierden todo su poder, y son totalmente humillados, y luego sobreviven. Por eso nos gustan las historias de perdedores, porque el perdedor sigue ahí. Y que siga ahí significa que ningún fracaso será nuestro fin.
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—Ahora que tiene sesenta años, ¿qué recuerda de la juventud?
—Un día me di cuenta de que no iba a ser joven para siempre, y que necesitaba cambiar ese poder por otro poder, un poder que fuera más duradero que mi juventud. Esa fue parte de la génesis de 'El club de la lucha'. También tiene que ver con 'Monstruos Invisibles', donde escribo sobre una mujer hermosa que se da cuenta de que no va a ser bella para siempre, y que eso le va a doler. Al final destruye intencionadamente su belleza, de modo que se ve obligada a descubrir un nuevo poder.
—Alguna vez ha pensado en abandonar los actos públicos, las promociones, la vida del escritor. ¿Se ha planteado dejar de escribir?
—¿Dejar de escribir? No, nunca. Siempre hay una voz en mi cabeza que me dice que hace demasiado frío, que el asiento está mojado, que esto está mal. Y no puedo controlar esa vocecita, pero puedo darle trabajo. Y puedo inventar un escenario increíble. Y puedo hacer que esa vocecita pague las facturas. Es mejor eso que volverme loco. Así que sí, voy a trabajar con mi vocecita el resto de mi vida porque siempre va a estar ahí.
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