libros / libros de vino y rosas
«Adiós a la tierra de los colores vivos»
Oti Rodríguez Marchante. Ilustraciones: Pere Ginart. Ed. A Buen Paso. 68 páginas. 17 euros.
manuel de la fuente
Decir Oti Rodríguez Marchante es decir travelling, secuencia, contraplano, es decir Billy Wilder , es decir Clint, Clint, Clint , y es decir Woody Allen, es decir Julia Roberts y Robert Mitchum bajando imponente las escaleras del Victoria Eugenia en ... San Sebastián ... Y es decir veinticinco años como crítico de cine de ABC .
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Pero al tal Marchante algún día tenía que llegarle su hora. La hora de ponerse a escribir en serio, o más en serio todavía . En pequeño formato (marca de la casa) pero a lo grande, aunque haya escrito para niños (eso dicen él y la editorial, al menos). El título de este libro de cuentos infantiles es «Adiós a la tierra de los colores vivos» y se trata de cuatro narraciones para los peques, con extraordinarias ilustraciones de Pere Ginard .
Los niños de Oti Rodríguez Marchante en ocasiones (pocas) ven muertos que parecen personas normales pero están muertos, o son niñas que montan una especie de agencia de detectives en el patio del colegio, o dos primos que aprenden a quererse en cuatrocientos golpes , o mozalbetes que se las ven más que tiesas con su primer ordenador.
Los protagonistas de estos cuentos viven en la Tierra del Siempre y del Jamás . Tienen sus miedos y sus manías, como odiar las hamburguesas y los lunes, sus fobias (la separación de sus padres) y sus filias (que se vaya la luz para hacer trastadas y viajar al África tropical).
Cuentos que hacen cosquillas
Son cuentos redondos como aceitunas rellenas (de misterio) y si no eres un chavalillo, que nunca tienen miedo, más por inconsciencia que por otra cosa, pues te cosquillean en las tripas como el Gato con Botas y dan un poquito (solo un poquito) de miedo, como todos los grandes cuentos infantiles de la literatura mundial.
El talento de Marchante para contar historias es inversamente proporcional a su estatura, y nunca ha necesitado tanto rollo (y rollos) como Kiarostami para describirte una peli en tres párrafos, para tratar a una actriz con tanto mimo como King Kong a Fay Wray , o para despacharse una película de tres horas de un director de Kazejistán en un ladillo.
Por eso, estos cuentos tienen la eficacia narrativa del gran cine, aquel que el manchego Marchante, según la leyenda, comenzó a ver en sesiones dobles matinales en el cine Azul de la Gran Vía, y hasta triples en el Regio de Cuatro Caminos, justo donde ahora están los Renoir de su amigo y actual Director de la Academia de Cine Enrique González Macho .
Quedamos en la puerta del Alphaville
Es más la leyenda continúa situándole a los siete años y con barba postiza después de hacer cola en el legendario Alphaville para echarse al cuerpo alguna de Godard , de Wenders o de Rudolph . De hecho, la leyenda siempre es mejor que la historia, ¿verdad Tom Doniphon , verdad Ransom Stoddard ?
Y ahí, del truco (también llamado Séptimo Arte) cinematográfico, de la imaginación desatada de un patio de butacas a oscuras, nacen estos cuentos , en los que el guión, la cámara, y la sala de montaje (la idea, la escritura, cortar lo superfluo ensamblar lo válido) funcionan como el travelling de John Ford en «La diligencia» , a la perfección.
Los niños de Marchante están casi siempre despiertos aunque estén muertos de sueño, y piensan (con toda la razón) que Orson Welles era un señor grandote que fumaba puros. Los niños de Marchante cuando se miran al espejo siempre tienen en el regazo al Gato de Cheshire .
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