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ABC Cultural

Rafael Sánchez Ferlosio: «El deporte ha sido siempre un vicio malo de toda sociedad viril»

Sánchez Ferlosio aborda en su último libro, «Non olet» (Destino), presentado ayer en Barcelona, temas como la globalización del mercado, la publicidad y la cultura del ocio

Rafael Sánchez Ferlosio,ayer en Barcelona

-¿Por qué fue una «flaqueza teórica» de Marx la de ser tan progresista como los liberales, recogiendo acríticamente su productivismo que, reforzado por el progresismo hegeliano de la Historia Universal como epifanía, generó la noción de «liberación de las fuerzas productivas»?

-Digo que ... fue una flaqueza de Marx, porque su elogio del capitalismo, que aparece al principio del «Manifiesto Comunista», estaba circunstancialmente determinado por la lucha política, todavía vigente en aquel trance, contra las últimas resistencias del Ancien Regime, tal vez ya un tanto impropiamente designadas por «feudales» y creo que también sobrevaloradas en sus fuerzas, por lo menos en Gran Bretaña y Francia -quizá no tanto en algunos Estados de Alemania-. Pero al señalar esa «flaqueza teórica» estoy hablando de oídas y sin conocimiento de causa suficiente. Tan sólo la clarividencia posterior del propio Marx en «El Capital» (I, cap. XXIV, & 3), en que aparece la frase que usted cita, me ha permitido hablar de esa «flaqueza teórica» inicial, y desde luego a la luz de la «Dialéctica negativa», de Theodor W. Adorno, que la recoge en este comentario: «La liberación de las fuerzas productivas es una acción del espíritu entregado a dominar la naturaleza, que se halla en afinidad con el dominio violento sobre sí misma. La dominación violenta puede pasar a veces a segundo término; pero es imposible eliminarla del concepto de fuerza productiva y aun menos si se halla liberada; la misma palabra «producción» encierra una amenaza. Como dice «El Capital»: «Agente fanático de la acumulación, obliga a los hombres, sin piedad ni tregua, a producir por producir». Esto se vuelve inmediatamente contra el fetichismo del proceso productivo en la sociedad de cambio; pero, además, vulnera el tabú, hoy universal, que pesa sobre cualquier sospecha de que la producción sea un fin en sí mismo». Sobre este mismo tabú que prohíbe cualquier sospecha de que la producción sea un fin en sí mismo, en el sentido de que ella misma produce al servicio de su propia conservación y de su interés, del modo más activo, las necesidades y el consumo, se pronuncia, desde la economía, John K. Galbraith: «Desde luego la evidencia de ello es manifiesta. Pero es una evidencia que los economistas se han negado a admitir del modo más resuelto. Ellos han percibido, como nunca podría percibirlo el lego en la materia, el daño que sufrirían las ideas establecidas si se reconocieran y aclararan estas relaciones. Por consiguiente han cerrado sus ojos (y sus oídos) de una forma increíble ante el más inoportuno de todos los fenómenos económicos, es decir, ante la moderna creación de necesidades». En una palabra, que los economistas se defienden como gato panza arriba de cualquier insinuación de que la producción no está al servicio de los consumidores, porque saben de sobra que cualquier sospecha podría erosionar o incluso echar abajo la instalación entera.

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