Jorge Semprún: «Me gustaría encontrar algún trabajo como guionista de cine»
Considera que la desmemoria colectiva no es buena y que hay que distinguir entre amnistía y amnesia. Ha escrito una novela y se ha olvidado de que fue ministro
MADRID. En el corazón de hielo de Madrid, Jorge Semprún rememora en el Ritz «El largo viaje» en que se han transformado las 80 estaciones de su existencia. Con placidez y sosiego, a pesar del avión que le espera, el ganador del X Premio Blanquerna, ... al que Jordi Pujol definió como «el mejor ministro de Cultura español», destacando su capacidad «para ponerse siempre en la piel del otro», reflexiona sobre ese gran espejo de la memoria, inusitada proyección del pasado hacia el futuro.
El nieto de Antonio Maura, hijo de un diplomático republicano, ingresó en el 42 con 19 años en el partido comunista y participó en la resistencia antinazi. Detenido un año después por la Gestapo, fue deportado a Buchenwald donde permaneció hasta el 45. Justo hace varios días encarnó la voz de las víctimas del Holocausto en el Reichstag, en un discurso que leyó en perfecto alemán. «Mi padre quiso que lo aprendiera de niño y me ayudó en el campo de concentración, porque era el idioma de los mandos y además durante un tiempo pude trabajar en una oficina».
La desmemoria colectiva
Para el militante y luego dirigente del partido comunista español entre el 53 y el 64, con el seudónimo de Federico Sánchez, cuya «Autobiografía» consiguió el Premio Planeta en el 77, resulta importante mantener viva esa savia sustentada en las raíces de la memoria. «La desmemoria colectiva no es buena, afirma. Cuando Alemania perdió la guerra, en esos años difíciles predominó la idea de que había que olvidar los rencores del pasado. Eso es positivo, lo mismo que sucedió con la guerra civil, porque ¿qué familia no sufrió? En este sentido, hay que reconocer que la transición española lo hizo bien, pero lo que es peligroso es la desmemoria institucional. La amnistía es una cosa y la amnesia es otra».
La novela de Javier Cercas, «Soldados de Salamina», le parece un gran acierto, una nueva manera de enfrentarse a ese gran juego en el que interviene la razón de la memoria y la desmemoria. «Está muy elaborada, comenta, y ha tenido un gran éxito de ventas, tanto en Alemania como en Francia».
Respecto al gran drama bélico de Irak, Jorge Semprún es categórico: «La actitud de España es un error, ya que se puede ser un aliado pero no un vasallo. No veo que exista una lógica en ese documento firmado por los ocho países. No sé qué pensará Solana de esa carta, pero está claro que lo ha utilizado Bush para dividir Europa y eso es un desastre. Bush lo tiene muy claro, acabar con la unidad europea en el terreno de la defensa y de la política exterior. Se trata de un golpe durísimo, porque desde el punto de vista económico no ha podido enfrentarse a la consolidación del euro».
El escritor destacó que «Alemania conoce bien lo que significa ser víctima de los dos totalitarismos del siglo XX y su papel en esta crisis resulta fundamental, pero aunque esté con Francia no es suficiente». Opina también que España con su actitud se encuentra en una situación muy difícil «y si no se preocupa de su situación respecto al Magreb y América Latina cometerá un gran error y una falta de imaginación».
No le asustan a Jorge Semprún los nacionalismos, a pesar de que «ETA distorsiona y existe la tentación nefasta de reducir el tema del terrorismo al nacionalismo». En este sentido, entiende que Cataluña ha sido un ejemplo y ha ayudado de modo decisivo a la transición.
En cuanto a una pregunta sobre la política cultural española, Jorge Semprún se sorprende con ironía. «¡Ah! ¿Pero existe una política cultural? A lo mejor la hay, pero no veo algo identificador. En cualquier caso, no hablo de la política ministerial, sino social».
La etapa de ministro
Asegura que no guarda ninguna añoranza de su etapa como ministro de Cultura entre el 88 y el 91. «No, no, aquello acabó. Yo hice un pacto con Felipe González por un tiempo y él quería que siguiera, pero estaba Alfonso Guerra y fue más fácil que me fuera yo. En cualquier caso, para un escritor es imposible estar como ministro, porque, aunque digan lo contrario, no se puede escribir ni una sola línea. La actividad literaria se reduce a redactar informes».
Respecto a la posibilidad de formar parte de la Real Academia Española, no parece tentarle la idea. «Ya me lo propusieron en la Academia Francesa y les dije: «¿Saben ustedes que soy español? Ahora no me pidan que me hagan francés». No tenían ni idea. Jean d´Ormesson, que es gran amigo mío, se reía. «En la Academia tenemos judíos y homosexuales, pero nos falta un ex comunista». Me acordaba de mi abuelo, Antonio Maura, que hablaba mallorquín y acabó siendo presidente de la Real Academia».
Ahora casi ha terminado una novela que no tiene título, porque «lo pongo al final y además me suele costar bastante». Se sitúa en España en julio del 56 y expresa la memoria de un hecho transcurrido en el 36 en el marco de la guerra civil. Los protagonistas son unos jóvenes de veinte años, que vivieron los sucesos de febrero en el Madrid del 56. Se trata de la crisis que tuvo lugar en la Complutense, cuando un grupo de estudiantes firmaron un manifiesto ante la grave situación universitaria.
Pero si el recuerdo de su etapa como ministro no le quita el sueño, en cambio confiesa sentir verdadera nostalgia por el cine. «Vine a España para ser ministro cuando trabajaba con Alain Resnais y Costa Gravas. Pero pasaron tres años y al volver me encontré convertido en un viejo escritor de guiones, mientras habían surgido nuevas generaciones. Me encantaría encontrar algún trabajo en España como guionista, con Elías Querejeta, por ejemplo, que es amigo mío».
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