Javier Reverte, un vecino más en Manhattan

El escritor publica «New York, New York...», donde recrea los tres meses que vivió en la «capital de la modernidad»

Javier Reverte, fotografiados en uno de los ferris de Nueva York

«Javier sigue contagiando su alegría de viajar, y de vivir. Tuve el placer inmenso de leer el manuscrito en Nueva York , de hecho seguí sus recomendaciones, y pude comprobar cómo la historia de amor que tiene con Nueva York está impregnada en las páginas de este libro», recordó Trías, poco antes de cederle la palabra al autor. «La aventura, para mí, es una manera de vivir, es la aventura de la vida», precisó Reverte, que ha descendido el Amazonas , ha atravesado en carguero el Canal de Panamá y recorrido, en fin, los cinco continentes, para después trasladarlo a las páginas de sus escritos. Pero, en esta ocasión, Reverte quiso moverse «en un terreno estrictamente literario» y, por eso, «New York, New York...» transcurre «en el territorio exacto de la literatura».

Javier Reverte, en Nueva York ABC

Escrito en forma de diario, como «Un otoño romano» (Plaza & Janés), para una mayor aproximación al lector, en él Javier Reverte se presenta como un vecino más de Nueva York. Compraba «The New York Times» todos los días, «comía mucho» en el apartamento que alquiló en Manhattan y hasta llegó a hacerse las uñas en una de las famosas tiendas de chinos que pueblan la ciudad. En definitiva, «vivía como un neoyorquino en las calles de Nueva York». «Es el Imperio de nuestro días, como lo fue Roma en su momento. Es la capital de la modernidad, además de una ciudad libre», precisó Reverte, que solía pasear tres o cuatro horas diarias por la Gran Manzana.

«Con todo el vértigo que destila, Nueva York es capaz de detenerse y ser una ciudad casi decimonónica»

«Con todo el vértigo que destila, Nueva York es capaz de detenerse y ser una ciudad casi decimonónica, es una ciudad muy de barrios, y muy significados. Es una ciudad de inmigración, a la que la gente llega en oleadas desde hace un siglo y en ella el sentimiento natural es de acogida». Javier Reverte sintió que podía ser uno más «desde el primer día», y ese sentimiento se traslada, igualmente, al lector, que percibe cómo el tiempo transcurre parsimonioso en las páginas del libro, convertido en hogar improvisado de todos los que amamos la Gran Manzana. «Una de las cosas que distingue a Nueva York es el contraste entre su magnitud y su proximidad», precisó Reverte, que nunca dejó de preguntarse si en alguno de sus paseos por la Quinta Avenida se encontraría con Robert de Niro .

Libro lírico

El bueno de Bob no apareció, pero sí múltiples referencias literarias, que el escritor quiso trasladar a ese diario tan peculiar, pues en su ánimo «siempre está encontrar las raíces literarias del lugar en el que estoy». Así, Reverte dedica todo un capítulo al periplo que tuvo que seguir hasta encontrar, en un cementerio al final del río Hudson, la tumba del padre de Federico García Lorca , «al lado de la señora Smith, en soledad familiar absoluta».

En ese dejarse llevar, el escritor aprendió «los trucos de la ciudad» (entre ellos, la gratuidad de algunos museos y ferris) y, sobre todo, descubrió el jazz . «No me gustaba, en España me parecía una cosa demasiado cursi, para iniciados, pero en Nueva York me fascinó, y me di cuenta de que allí no hay otra música, el jazz es la música neoyorquina por excelencia», remató Reverte, quien «no pretendía hacer un libro duro o blando, sino un libro lírico sobre Nueva York». Y, no lo duden, lo ha conseguido.

[Lee aquí un fragmento de «New York, New York...»]

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