Entrevista
John Elliott: «La etapa del Conde Duque es una historia de oportunidades perdidas y sacrificios para España»
El hispanista de 90 años, que ha participado en la edición del segundo volumen de Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares», lamenta la apuesta que algunos países están haciendo por una historia «exclusiva, no inclusiva»
El historiador John Elliott fotografiado por Ignacio Gil en 2013.
«Por tu vida, que mires mucho por tu salud, que, si la pierdes, de todo punto perderá el Rey muchísimo y yo más que nadie, pues un buen amigo no es fácil de hallar». Así de fraternal se expresaba el Cardenal Infante, hermano del Rey Felipe IV ... y gobernador de Flandes, en una de las cartas dirigidas al Conde Duque de Olivares , hombre fuerte de la Monarquía católica, donde charlaban de arte, de política internacional, de achaques y hasta de líos amorosos. «Yo estoy en baja fortuna con cierta señora», le confiesa el Habsburgo sobre cierta amante esquiva.
Lo que siempre se imaginó una relación tensa, emponzoñada por la distancia entre Madrid y Bruselas, se ha revelado a través de textos inéditos como una cooperación estrecha con tuteo, confesiones y algo parecido a la amistad. Tras años y años de trabajo, el hispanista sir John Elliott ha logrado completar, con la ayuda del profesor Fernando Negredo del Cerro y la colaboración de los especialistas Alicia Estríngana y Manuel González Fuertes, la edición del segundo tomo de ‘Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares’ (Marcial Pons), que se centra en la correspondencia entre el ministro y el hermanísimo del Rey Planeta durante su etapa en Flandes.
Todo un acontecimiento historiográfico que sirve la ocasión para hablar con el hombre vivo que más ha llegado a comprender y estudiar la figura de Olivares, un sabio sin barba blanca, de 90 años, que ha dedicado sus esfuerzos a que el mundo mire con otros ojos al imperio donde no se ponía el sol.
–Parece que el Cardenal Infante y Olivares siempre se miraron con desconfianza, pero las cartas revelan otra cosa. ¿Cómo era realmente la relación?
–Hay una evolución en el trato entre estos dos personajes, que empezaron bastante mal debido al problema generado por el hecho de que el Rey tuviera dos hermanos varones, lo cual era una cosa poco usual en la Monarquía española. Cuando Felipe IV cayó enfermo a principios de su reinado sin tener heredero masculino, el Infante Carlos y el Infante Fernando, cardenal de vocación militar, se postularon para asumir la corona con el apoyo de un amplio grupo de enemigos de Olivares. El Rey finalmente se salvó, pero Olivares no olvidó: decidió exiliar de alguna manera a estos dos infantes para alejarlos de la corte. Se pensó en enviar a Carlos, que moriría pronto, como virrey de Portugal o de Sicilia , mientras que para el Cardenal Infante, que era mucho más vivo y peligroso, se barajó el destino más lejos posible, finalmente Flandes. Hubo que esperar a que el monarca tuviera un heredero, Baltasar Carlos, para que la relación del Infante con Olivares cambiara radicalmente.
–En su camino hacia Flandes, el Cardenal Infante se convirtió a base de victorias militares en uno de los héroes de la Europa católica, ¿esto cambió la opinión de Olivares?
–Al Cardenal Infante se le designó como gobernador de Flandes y se le puso al frente de un ejército que partió desde Milán hasta el norte para salvar la situación de los Habsburgo de Viena y del bando católico en la Guerra de los 30 años. La campaña resultó un éxito, donde el Cardenal Infante lideró a los católicos en la batalla de Nordlingen (1634) contra los suecos, lo que le permitió entrar en los Países Bajos como un héroe. Su obligación era allí defender Flandes contra holandeses y franceses, y así lo logró. Olivares fue desde ese momento muy dependiente del Cardenal Infante, tanto como este lo era de los fondos y hombres que enviaba Olivares. Poco a poco forjaron un tipo de amistad muy interesante, donde ambos se veían como ministros principales de Felipe IV . Se escribían cartas como amigos auténticos, lo cual es poco usual, y hasta se tuteaban. Todo ello es una revelación de esta correspondencia, que estaba dispersada por archivos de toda Europa, que va a encantar a los historiadores militares.
–El Cardenal Infante moriría en el año 1641 y el Conde Duque cayó en desgracia en el año 1643 en medio de una crisis internacional. ¿Eran conscientes de lo cerca que estaba el desastre?
–Las cartas son muy interesantes porque muestran los últimos años en el poder de esta pareja y revelan conversaciones de todo tipo, incluso sobre amantes. El Cardenal Infante, como así se lo confiesa en muchas cartas a Olivares, sabía que sin el liderazgo y la capacidad de movilizar recursos del valido la monarquía se vendría abajo. Ambos se quejaban de que los Habsburgo de Viena no hacían nada y que era a España quien le tocaba salvar todo el rato la causa católica de la amenaza sueca. Olivares vivía atemorizado ante la posible derrota en la Guerra de los 30 años y ante el crecimiento de las potencias protestantes. Estaba muy preocupado con la declinación de España y pensaba que, al menos, se podía frenar un poco, aunque también creía que todo estaba en manos de Dios. Cada derrota la atribuía a los pecados de los españoles y, sobre todo, a los del Rey.
«Hay que corregir las imágenes de la Leyenda Negra sin rencor, con calma»
–Lleva usted más de cincuenta años intentando comprender al Conde Duque, ¿está ahora más cerca que nunca?
–Como historiador es mi obligación ponerme en la mente de las personas que estudio. He pasado décadas intentando meterme en los zapatos de Olivares , lo cual es muy difícil. Siempre he sentido que me faltaba algo. Porque hay que reconocer que no es una persona simpática... Y para ponerse en la piel de alguien se requiere, primero, cierta empatía. Por eso es tan importante estudiar sus cartas y comprender por qué hizo cada cosa. Su época de poder devino al final en un desastre para España y para la causa católica, pero él no sabía en ese momento cómo acabarían las cosas. Olivares logró en varias ocasiones que España estuviera al borde de la victoria frente a sus enemigos, y siempre decidió ir a por más, un poco más lejos, hasta que todo cayó.
La etapa de Olivares es una historia de oportunidades perdidas, esperanzas defraudadas y de enormes sacrificios para el pueblo español y el resto del imperio, que pagaban impuestos enormes y se les pedían hombres y más hombres. Es una tragedia que se comprende mejor cuanto más sabemos del personaje.
–Ya entonces existía una Leyenda Negra sobre España, ¿considera que esta imagen sigue perviviendo hoy a nivel internacional?
–Sí, persiste especialmente en la esfera angloamericana. Con cualquier cosa que pasa en España se recupera con demasiada facilidad esta imagen negativa creada primero por los holandeses y luego por la historiografía británica en el siglo XIX. Esa imagen está todavía muy presente en los convencimientos y reacciones de mis compatriotas y de los estadounidenses actuales. En EE.UU. está exagerada, además, por el miedo a la llegada de los mexicanos, que vislumbran como españoles asomándose a su frontera. Tengo amigos españoles que me han contado las dificultades que han vivido, por ejemplo, cuando se han ido a trabajar a universidades estadounidenses . Tiene que ver con un problema de los estadounidenses a la hora de adaptarse a las reclamaciones de la población hispanoamericana.
–¿Qué se puede hacer para contrarrestar esta imagen?
–Es muy difícil revertir la Leyenda Negra. Han fallado muchos embajadores y muchos proyectos. Es una cuestión de paciencia y de insistir en mostrar al mundo los proyectos sobre el arte y la cultura española. La política cultural es lo único que funciona aquí, lo único con poder en estas cosas. Eso sí, hay que corregir las imágenes de la Leyenda Negra sin rencor, con calma.
–Parece que hay mucho interés en traer episodios del pasado al debate político, ¿deben los historiadores combatir el uso del pasado como arma arrojadiza?
–Desde luego, pero sin caer en el riesgo de ser presentistas. Muchas naciones están hoy en busca de una identidad nacional exclusiva y no inclusiva. Es un tipo de nacionalismo del tipo Trump en EE.UU. o Putin en Rusia que muestra la incapacidad de ver y aceptar que hay distintos puntos de vista, lo que es uno de los grandes males de nuestra época. La obligación de un historiadores es la de explicar y reconciliar cuando puede pasado y presente. Mostrar que no todo es una división entre ellos y nosotros. Es absurda esta visión tan estrecha y el interés por un pasado tan remoto justo en un momento en el que la economía es cada año peor. Me entristecen un poco esas voces que se levantan en España mostrando una nostalgia de un mundo que nunca fue, ya sea imperial o de la época republicana... Afortunadamente creo que son una minoría y que el pueblo siempre es más sensato que sus políticos, como decía Gregorio Marañón.
–¿Por qué parte de la izquierda ha renunciado por completo a reivindicar y valorar pasajes del pasado español que a personajes republicanos como Marañón, Azaña o Sánchez-Albornoz les fascinaban?
–En parte es por agotamiento. Cuando uno piensa en las Cortes de Cádiz, en la invención del liberalismo, de la propia palabra, en la lucha constante del siglo XIX, en el fracaso político que culminó en la Guerra Civil , pues entiende la decepción y el agotamiento de las fuerzas progresistas, que han sufrido constantemente la gran fuerza de los poderes contrarios al reformismo: el ejército, los terratenientes, los dueños de las grandes empresas... La visión que hemos podido mostrar nosotros los hispanistas desde fuera sobre todo lo ocurrido ha sido muy valiosa para comprender bien la historia. Se nos puede criticar, pero creo que hemos construido mucho para presentar las otras posibilidades y los caminos no tomados que hacen más explicable lo ocurrido en los años treinta y hasta en la actualidad.
«Es fundamental la curiosidad para ser un buen historiador. Eso lo sé yo a mi edad, que hago lo que me da la gana, francamente»
–¿Ser hispanista es una ventaja o una desventaja a la hora de que se valoren estas visiones?
–Venir de fuera ha sido una ventaja y España me ha permitido ampliar mis horizontes. Estoy aprendiendo mucho de la nueva generación de españoles. Jóvenes historiadores , muy bien preparados pero con pocas posibilidades laborales, con mejor conocimiento que sus padres de la historiografía extranjera, que me escriben correos electrónicos con frecuencia y me dejan impresionado con el nivel en general que tienen y por su curiosidad. Es fundamental la curiosidad para ser un buen historiador. Eso lo sé yo a mi edad, que hago lo que me da la gana, francamente.
–¿Cómo está viviendo la campaña de acoso y derribo contra la Monarquía y el resquebrajamiento de los consensos creados con la Transición?
–Es producto de la ignorancia y de ser la primera generación que no tiene memoria de lo ocurrido en la época de Franco o en la Transición. Se olvida la agudeza que mostraron los actores y partidos, algunos rivales, durante la Transición y las concesiones que realizaron para evitar el mayor desastre posible, otro golpe militar u otra guerra civil. Consiguieron esquivar ese desastre y debemos recordar su aportación, así como la del Rey Juan Carlos en esos primeros años de Democracia para dar estabilidad y reputación a España. Critican a un Rey que colocó a España entre el grupo de naciones modernizadoras y modernistas… Claro que siempre hubo corrupción dentro de los círculos de la corte española, pero si uno piensa en Isabel II eso no es nada [Ríe].
–¿Cree que el Brexit, que ya es una realidad, ha separado más a España de Inglaterra?
–No en mi caso. No me siento alejado de España. Sigo muy vinculado al Patronato del Prado y al gran proyecto para la restauración del Salón de Reinos, una campaña que empezamos Jonathan Brown y yo hace cuarenta años. José María Aznar despejó mucho camino al proyecto en su día al autorizar el traslado a Toledo del museo militar , algo ridículo pero con piezas valiosas, que ocupaba este espacio. Hoy, por fin soy optimista; es una cuestión de dinero, como siempre, y claro que ha afectado el cierre del museo por la pandemia y la reducción presupuestaria, pero creo que en tres o cuatro años tendremos este magnífico edificio restaurado evocando lo que fue aquel palacio cuando se creó. Ojalá siga vivo para entonces, porque me gustaría mucho estar presente en la inauguración, en la culminación de una campaña de tantos y tantos años de mi vida. Es una historia de descubrimiento tras el abandono.
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