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Muere Rafael Chirbes, gran cronista de España desde la Transición hasta la crisis

El escritor falleció en su casa de Tavernes de la Valldigna (Valencia) a causa de un fulminante cáncer de pulmón

Muere Rafael Chirbes, gran cronista de España desde la Transición hasta la crisis ABC

MARTA MOREIRA

Un cáncer de pulmón fulminante se llevó ayer la vida de Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, Valencia, 1945) en el punto álgido de su carrera literaria. El escritor valenciano, que venía arrastrando hacía tiempo diversos problemas de salud, continuaba recogiendo reconocimientos por su último libro, «En la orilla» (Anagrama, 2013), crónica lúcida y mordaz de la crisis económica y sus miserias humanas. La novela –que ya venía precedida de «Crematorio», otro rotundo éxito de crítica y ventas– erigió a Chirbes como uno de los grandes cronistas de su tiempo, como lo fueron en su día escritores tan admirados por él como Benito Pérez Galdós.

En un comunicado, el Gobierno valenciano lamentó ayer el fallecimiento del escritor, al que describieron como «el que mejor reflejó la crisis económica y las consecuencias de la burbuja inmobiliaria en nuestro país». Chirbes, siempre descreído y alérgico a los cumplidos, atribuía su repentina popularidad a un síntoma de los tiempos. «Como ahora pintan bastos, parece que mi obra tiene sentido», concluía.

Hacía más de dos años que había orillado su afición al tabaco y a los gin tonics; Chirbes, en contra de su naturaleza indómita, había decidido acatar diligentemente las indicaciones de su médico, cuando éste le advirtió que había llegado la hora de cuidar de su salud si no quería irse al otro barrio. «Entré en la consulta del médico como un adolescente inconsciente y salí como un anciano enfermo», se lamentaba el escritor, visiblemente aburrido con su nueva vida carente de esos pequeños placeres mundanos. El pasado mes de abril, Chirbes celebraba haber engordado «unos cuantos kilos» y lucir un aspecto más saludable. «Mala hierba nunca muere, ya sabes», bromeaba en un e-mail. No contaba, sin embargo, con el envite fatal de un cáncer que apenas le fue diagnosticado el pasado lunes.

Rafael Chirbes era un hombre sensible, humilde y pesimista por convicción. «El mero hecho de entender y ser pesimista es un paso necesario. No creo en el falso optimismo ni en la beatería. Ni en el todos juntos podemos», comentaba en una entrevista publicada por la revista «Esquire» en septiembre de 2014. Tanto su estilo literario como sus preclaras observaciones acerca de la historia, la política y la cultura estaban impregnadas del distanciamiento moral al que se debía como buen marxista (él se refería a sí mismo a veces como «leninista proustiano»). También su biografía estuvo marcada por estas premisas. Nacido en Tavernes de la Valldigna hace 66 años, Rafael Chirbes era huérfano de padre y creció separado de su madre, que tenía que ganarse la vida trabajando en la ciudad. Así, el escritor pasó gran parte de su niñez de internado en internado, en colegios de hijos de ferroviarios de Ávila, León y Salamanca. Probablemente, en ese punto comenzó a amoldarse a la existencia solitaria que luego se convertiría en su modus vivendi. Como buen materialista histórico, estaba convencido de que la clase social en la que nacías, la primera mirada, determinaba todo lo demás.

Actitud crítica

El interés de Chirbes por la Historia le llevó a estudiar a Madrid, «aunque lo que más me gustaba era la literatura». Durante sus primeros años en la capital trabajó en varias librerías (Marcial Pons, La Tarántula, la de la Universidad Autónoma), y llegó incluso a fundar una propia con otros miembros del Partido Comunista. Eran años previos al proverbial desencanto con las ideologías que vertió en novelas como «La larga marcha» (1996) –novela que le encumbró en Alemania, con más de 50.000 ejemplares vendidos en una sola semana–, «La caída de Madrid» (2000) o «Los viejos amigos» (2003). En estos relatos ya demostró su actitud crítica hacia los viejos representantes de la izquierda que con el tiempo se acomodaron gustosamente al pragmatismo capitalista. Al escritor valenciano no le gustaba casarse con nadie, ni en lo literal ni en lo metafórico. Murió soltero y sin hijos.

Chirbes siempre fue coherente con su idea de que «dentro del sistema no hay salvación posible». Así, en 1977, cuando «el trigo de la Transición ya estaba molido», decidió marcharse a Marruecos para trabajar como profesor de Literatura Española en Fez. Esa experiencia tomó forma de ficción en su primera novela, «Mimoum», publicada a los 38 años. El libro resultó finalista del premio Herralde y le abrió las puertas de la editorial Anagrama, de la que ya nunca se desligaría.

Ya de vuelta en España, a principios de los años ochenta, Chirbes inicia una larga (y poco conocida por algunos) faceta de crítico gastronómico, alineándose así con otros gourmets literatos como Josep Pla, Álvaro Cunqueiro o su querido marxista Vázquez Montalbán. Fue uno de los primeros directores de la revista «Sobremesa», y como tal fue uno de los responsables de la revolución de la crítica gastronómica en España.

Los últimos años de su vida los pasó en una casa de campo situada a las afueras de Beniarbeig que compró a un camionero jubilado. No era precisamente un amante de la naturaleza ni de los animales, según decía, pero compartía su retiro voluntario con dos perros, Tomás y Ramonet, y el gato Micifetti, «que es como un trapecista de circo italiano». En esa casa vivía, rodeado de sus queridos materialistas: «Lucrecio, “La Celestina”, y ese pesimista Everest de nuestra literatura, Gracián. Con ellos vivo, con ese depósito de cadáveres parlantes, leo sus libros y esa es mi casa».

En este entorno de la Marina Alta, donde también se atisba ese paisaje de degradación urbanística que describió en sus últimas obras, es donde se engendraron las novelas que –a su pesar– convirtieron a Chirbes no solo en una celebridad literaria, sino en un referente moral. Primero fue «Crematorio» (premio de la Crítica, éxito editorial en Alemania, de la que Canal Plus hizo una celebrada serie protagonizada por Pepe Sancho), y luego «En la orilla» (premio de la Crítica de Narrativa Castellana 2014, premio Nacional de Narrativa 2014, premio Francisco Umbral al libro del año, finalista del premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa). Los reconocimientos vinieron inevitablemente acompañados de una atención mediática que le turbaba y que por momentos le hacía arrepentirse de su propia obra. Evitaba en la medida de lo posible las entrevistas: «Estoy cansado de repetir siempre las mismas ideas», se quejaba. Pero, a pesar de su actitud esquiva, Chirbes siempre atendía a los periodistas con amabilidad, respeto y paciencia. Bajo su apariencia huraña anidaba el alma sensible y empática de uno de los intelectuales más brillantes de nuestro tiempo.

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