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Lorenzo Silva: «Marruecos es hoy un mundo emergente y permeable»
El Premio Planeta reivindica los lazos históricos entre españoles y árabes en el ensayo «Siete ciudades de África»
elena jorreto
Lorenzo Silva (Madrid, 1966) quiere que su hija de ocho meses vea algún día «el puente», una unión tecnológica de dos continentes sobre el Estrecho de Gibraltar. Sería una obra conjunta de España y Marruecos, la «más simbólica de la Historia». Mientras no llega, ... el Premio Planeta se conforma con relatar la historia de las ciudades que España levantó en su Protectorado a comienzos del siglo XX. A través de la arquitectura, «Siete ciudades de África» (Fundación José Manuel Lara) teje la mezcolanza secular entre dos culturas que han pasado más tiempo juntas que separadas.
A medio camino entre el ensayo y el relato, Silva emprende un doble recorrido geográfico (de este a oeste, del Rif a Yebala) y cronológico por Ceuta, Larache, Tetuán, Xauen, Melilla, Nador y Alhucemas. Un territorio tan similar al nuestro que se confunde con Andalucía: «Melilla es como Málaga», dijo el autor ayer durante la presentación del libro.
La razón está en las veces que «África ha subido a la península y la península ha bajado a África». La estancia más larga duró 100 años, y comenzó en 1912 con el Tratado hispano-francés que repartió la colonia. España salió malparada del empeño galo por humillar a los ingleses. El control de los árabes, bereberes y hebreos que habitaban el Rif le costó el Desastre de Annual y escaramuzas que dejaron muertos a ambas orillas del Mediterráneo. Una conquista militar que Silva explica por el empeño de muchos de «hacer glorias militares, civilizar a los marroquíes» o, simplemente, enriquecerse.
Deuda histórica
Mientras el baluarte del Regeneracionismo Joaquín Costa sentía la colonización como un deber moral del país, otros lo consideraban «un disparate». El autor rescata entre todos personajes «fascinantes» como Sida al Hurra, la gaditana que gobernó Tetuán en el siglo XVI, o el general Manuel Fernández Silvestre, principal responsable del Desastre.
Aunque según el autor el precio de la conquista fue «inasumible para España», la lucha conjunta de españoles y árabes acabó por unirles. Prueba de ello es su abuelo, «un chaval de los montes de Málaga» al que le tocó ir a la guerra, se hizo sargento y, cuando pudo irse, se quedó en Larache.
Silva, que ha ambientado tres de sus obras en Marruecos -«El nombre de los nuestros» (2001, Destino), «Del Rif al Yebala» (2001, Destino) y «Carta blanca» (2004, Espasa)- está convencido de que hoy es un «mundo emergente y permeable». Por eso denuncia la «deuda histórica» de nuestra literatura con los miles de españoles y marroquíes que «murieron como perros».
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