El sagrado desorden
Todo perfil que se pueda hacer del cantante asume que es «un hombre que ha entendido que vivir es exagerar, que amar es exagerar, que morir es exagerar»
Retrato de Joaquín Sabina
Sabina, como Rimbaud, ha acabado encontrando sagrado el desorden de su espíritu. Traigo aquí este lema por encerrar su cancionero único, al que no hay lema que lo encierre, por cierto, y también por pintar rápido su biografía de ángel de cabaret, que tan ... a menudo se parece a la invención de su propia obra.
No avalaré que hay riguroso autobiografismo en Sabina, pero un ramo de sus versos cantados sí encierra alguna de nuestras mejores noches, o peores. De manera que se nos ha adelantado en el alejandrino que no hicimos, y acaso en la vida salvaje que sólo sostuvimos un momento. Hay en las letras de Sabina una deshora de última lámpara, una penumbra de romances abrasivos, un dolor de porvenires olvidados, y hay, por encima o por debajo de todo eso, una torería ante el abismo, que no sólo incluye el trato con vampiras de paso, sino la contemplación en soledad del propio espejo, donde sólo la poesía nos explica, y a veces ni eso. Porque la poesía es arterial, en Sabina, con la melancolía o el tabaco. Sabina practica con magisterio el soneto, y alguna otra horma clásica, 'en sílabas contadas', y hace verso firme en sus canciones, donde no sólo hay jarana diversa sino el retrato largo de la soledad de un hombre que entendió que vivir es exagerar, que amar es exagerar, que morir es exagerar.
Algún día arriesgué que Joaquín es un atleta. Y aún hoy lo creo, o aún mejor: lo creo hoy más todavía. No se comprende, si no, que vaya aupando una obra tan masiva, y tan reafinada, incluyendo discos, letras, conciertos, dibujos, cosas. Asoma gira, en el horizonte próximo, y un disco, y Fernando León de Aranoa le ha hecho una película, a pie de convivencia, que es como irse a filmar el caos.
Bien conocidos
Entretanto, Sabina va y saca tiempo para ser astrónomo del copeo, fumador de oficio, fundador del alba, chófer del riesgo, cardiólogo de lo contrario, y navegante de amistades célebres, desde García Márquez, o Vargas Llosa, hasta Chavela Vargas. Sabina ha conocido incluso a quien había que conocer. Hay un Madrid de Sabina, pongamos que hablo de la bares como la Mandrágora, o el Elígeme, y la discoteca Joy Eslava, que es donde Sabina iniciaba su trasnoche mítico, después de estar escribiendo unas horas. Aquello fue la copa de los ochenta, cuando las niñas ya no querían ser princesas, y se había inaugurado la calle Melancolía.
Nos ha ido haciendo Sabina la biografía, mientras buceaba la suya, y por eso voy yo viendo siempre por ahí que los versos de Sabina hacen tatuaje de generaciones diversas. A mí nunca deja de gustarme aquello de «heredé una botella de ron de un clochard moribundo, olvidé la lección a la vuelta de un coma profundo». O eso otro, ya eterno, de «cada noche me invento, todavía me emborracho, tan joven y tan viejo, 'like a rolling stone'».
Algún día, en su casa museal, en el viejo Madrid, de donde sales con 'jet lag', me dijo que me daba en regalo un verso de maravilla, que no sé si él ha llegado a emplear: «El amor lo inventó la policía». Es dadaísmo, casi, es Sabina purísimo. Creo que tiene, ya, la mejor voz de España, aunque él siga en la obstinación de bendecirse como una estafa, cada amanecida. Juega a arruinar su carrera, a cada rato, porque él se despeña por una frase brillante, y de cada apuesta de riesgo sale más solvente, y más depurado, y más querido.
«Sabina ha conocido incluso a quien había que conocer. Hay un Madrid de Sabina, pongamos que hablo de la bares como la Mandrágora, o el Elígeme, y la discoteca Joy Eslava, que es donde Sabina iniciaba su trasnoche mítico»
«Fernando me ha pintado en esta 'peli' tal cual soy: un tahúr que no se cansa de arriesgar». Es palabra de Sabina en la letra que saluda el trabajo de Aranoa. Por ahí va la cosa, sí, porque el juego es el primer modo del rigor, y Sabina lleva de ley la travesura, y de compás un brinco, y casi saca la mayor verdad cuando se ríe desabrochadamente, con el ángel de los golfos.
Ha trabado un personaje de hiérbole, que a veces le hastía, incluso, y se comprende, pero más allá de ese escaparatismo deslumbrador, bombín arriba, bombín abajo, vive en Sabina un desvelado de la palabra, que escribe persiguiendo el voltaje último de la iluminación, donde una metáfora acoja un universo. En lo suyo, está el Siglo de Oro, los alegres del 27, y Gil de Biedma, y Ángel González. Pero también Borges, y Baudelaire, y César Vallejo.
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Y Leonard Cohen, y un mariachi. A bordo van todos en una barahúnda de bohemio de bolero que llena las Ventas. No sé si a Sabina le gusta que vaya hoy y le repita que es el Dylan de los que no sabemos inglés. Pero a mí, sí. Entre otras cosas, maestro.