A LA CONTRA
El mal siempre es cosa de otros
Exoneramos por cercanía, condenamos por distancia. Moralizar un tema es la mejor forma, y la más rápida, de matar el debate. Ahora le toca al cartel de 'las fiestas' del Orgullo en Madrid
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Iniciar sesiónHace unos años, Coca Cola emitió un anuncio en el que aparecía un hombre disfrazado de fallera. Los falleros, casi los valencianos en general, se indignaron porque interpretaban que la multinacional se mofaba de la cultura y la idiosincrasia de la capital del Turia. Curiosamente, ... los valencianitos de a pie nos hemos criado, entre 'masclet' y 'tro de bac', viendo a Joan Monleón vestido de fallera en la televisión autonómica. Y rara era la celebración en la que no acababa algún tío abuelo de alguien disfrazado con el traje regional femenino.
El travestismo pop nunca fue un problema en 'la terreta'. Pero no es lo mismo, decían. Han pasado unos cuantos años, que no sean ya una decena, y ahora quien se ofende es Elizabeth Duval (y compañía) porque en un cartel del Orgullo en Madrid el patrón de la ilustración aparece llenita de tacones y condones, de flores y copas.
Los triangulitos y las estrellas, afortunadamente, no han indignado a nadie. Las formas simples y geométricas se mantienen, parece y de momento, a salvo de las largas garras de la ideología y el fanatismo activista. Digo que se ofende por los tacones y los condones porque le parece una frivolidad. Que despoja al Orgullo, dice, de su carga reivindicativa. Porque las carreras de tacones, y las carrozas, y el brillibrilli, y los disfraces de marinerito sexy, y las juergas desprejuiciadas, y las pelucas, y las pestañas postizas… Todo eso es cosa seria. Como un hombre disfrazado de fallera.
Y es que no es el qué, sino el quién. Y la única diferencia, en realidad, es que ahora ya ni se disimula. Uno ya no sofistica la explicación de por qué lo mismo que él hace es inaceptable en el otro, en el de enfrente, y loable en lo propio. Lo que en el otro es el mal, en nosotros es imperceptible anécdota. O, como dice el psiquiatra y ensayista Pablo Malo, «nuestra propia moralidad justificando nuestros actos más inmorales».
¿Cómo entendernos si la misma acción es loable en uno y censurable en el otro?
Nadie piensa que el mal lo hace uno mismo: el mal es propio de la otredad. «Lo perverso de la moralidad —apuntaba— es que nos permite cometer barbaridades con la conciencia tranquila por estar haciendo lo correcto». Y al contrario: nos permite percibir el mismo acto como correcto e incorrecto dependiendo, precisamente, de la proximidad ideológica. Exonerados por cercanía, condenados por distancia. Irreconciliables las posturas ante la falta de un código común, por un problema de inconmensurabilidad nomás. ¿Cómo jugar una partida sobre el tablero de la oca si uno juega al ajedrez y otro al dominó? ¿Cómo entendernos si la misma acción es loable en uno y censurable en el otro? ¿Cómo hacerlo si, además, el marco argumental es fluctuante?
No es nueva la fenomenología y Duval es reincidente. Recordemos que es la misma que señalaba al soldado que se autopercibía mujer porque era fraude de ley al mismo tiempo que ha sido firme defensora de la ley trans, la que permite precisamente que eso ocurra, y siendo ella misma un hombre biológico con disforia de género que se autopercibe mujer lesbiana y (taconazo, escote y maquillaje mediante) la percibimos el resto como tal. La razón que esgrimía entonces era la obligatoria buena fe. Y supongo que es esa la que también sirve para esto.
La buena fe del tacón de aguja, del condón sabor frambuesa, de la rayita en el ojo, la pestaña postiza… Pero según quién. La legitimidad moral es lo que va de la teta de Amaral (bien) al culo de Chanel (mal), de la carrera de tacones del colectivo trans racionalizado (bien) al tacón dibujado del Ayuntamiento de Madrid (mal), del señor vestido de fallera de la televisión valenciana (bien) al señor vestido de fallera de Coca Cola (mal). No es el qué sino el quién, recuerde.
Moralizar un tema es la mejor forma, y la más rápida, de matar el debate. «Cuando lo moralizas —dice Malo—lo cierras. Ya no se acepta disidencia ni matiz, es imposible la defensa. Una vez se ha establecido que hay buenos y malos, no hay espacio para el dato o el argumento. No hay espacio para el debate ni el diálogo. Es blanco y negro, son malos y buenos». Y nadie quiere estar en el lado bueno de la historia. De ninguna historia
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