'Mirafiori', de Manuel Jabois: amor, odio y muerte

Con 'Mis Marte', una novela dividida en dos partes, la desaparición de una niña en un pueblo de la costa gallega en misteriosas circunstancias en 1993 y, luego la indagación que veinticinco años después realiza Berta Soneira sobre el terreno con vistas a hacer una película, vino a confirmar su valía como novelista, ya que las características apuntadas en su anterior novela se potenciaban aquí en el dominio de unos recursos que lejos de repetirse poseían la virtud de transformarse en otra cosa.

Así, esa facilidad de potenciar un lirismo desatado en las situaciones más cotidianas queda atemperada aquí con una sabia dosificación de lo misterioso, siempre presente en el autor y que achaca a su imaginario anclado en las tradiciones orales gallegas, y el realismo más crudo que se atempera con un sentido del humor que hace que el lector mantenga así cierta distancia que le prepara para una comprensión más cabal de lo contado.

Ahora, con 'Mirafiori', su última narración, Jabois se adentra en una historia de amor que, junto con su complementario, el odio, y su resolución, la muerte, está presente en el origen de la literatura, desde Gilgamesh, al Edén bíblico de Adán y Eva o en la 'Ilíada', sin ir más lejos, y lo hace desplegando esos recursos que domina sumergiéndose en una historia por momentos muy dolorosa pero que se resuelve en una aceptación final del asunto. Además, la proliferación de los fantasmas en la narración consigue dotar a ésta de dos modos de presentación, la que otorgaríamos a cualquier otra relación amorosa que si en algo se parecen todas es que pretenden ser únicas, y lo son en tanto que experiencias vividas, y todas se semejan en tanto en cuanto nacen, se despliegan y mueren como manifestación que es de un ser vivo, cambiante.

Lo paradójico de la relación es que se quiere eterna, persistente fantasmagoría del amor y que Jabois con sabia resolución, despliega en un segundo plano, al modo del bajo continuo en música. El resultado es una narración plena de meandros, de unas situaciones que van y vienen hasta ese final que no por esperado posee la virtud de una apoteosis lírica que no deja de ser su justa y acertada fantasmagoría, aquella que corresponde a la historia que se cuenta.

Así, el amor que surge en un local de Pontevedra en 1996 entre Valentina Barreiro y el narrador al compás de la música de Juan Luis Guerra y su bilirrubina termina veinte años después entre los consabidos destrozos inherentes al mismo. Constatación que no impide que el narrador lo resuelva a su modo, único en su propio torrente de palabras, y que lo mismo le suceda a Valentina que no puede impedir ese final a pesar de tener mano libre con los fantasmas, o quizá por ello mismo. En esta novela Jabois ha desplegado sus buenos recursos, que no son pocos.