lo moderno
Mujeres en la orilla
Cada uno ama a las mujeres que ama, y yo amo desde hace tiempo, en un territorio ya clásico de novela, a las mías
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Iniciar sesiónCada uno ama a las mujeres que ama, y yo amo desde hace tiempo, en un territorio ya clásico de novela, a las mías. Todo comenzó con la diestra esgrimista Adela de Otero: con ella, el maestro de esgrima ganaba en un duelo letal, la ... certeza de haber dado muerte a la mujer de su vida.
Después llegó el personaje por excelencia de mi imaginario femenino: Irene Adler, la misteriosa compañera de aventuras de Lucas Corso, cazador de libros por cuenta ajena, desencantado de todo menos de los incunables y de aquella chiquilla de pelo corto y ojos color de uva lavada que, en el Pont des Arts de París, le preguntó «¿Che vuoi?». Macarena Bruner, también herida por el egoísmo de un hombre, se alza como vengadora de una causa perdida. «En usted están todas las mujeres del mundo, por eso la miro», decía Conrad al comienzo de 'La piel del Tambor' y desde esa novela el viejo capitán y la joven sevillana quedaron para siempre ligados a la vida y los libros.
Después llegó el personaje por excelencia de mi imaginario femenino: Irene Adler
Entonces, con la sola excepción de Olvido Ferrara (la compañera del reportero de guerra Faulques que es, sin duda, «La Mujer, querido Watson») todas las demás mujeres, como si se derramaran de aquella frase de Conrad, comenzaron a brotar del mar aunque permaneciendo siempre en la orilla: Tánger, obsesiva buscadora de tesoros de 'La Carta Esférica'; la inmensa Teresa Mendoza, una de las versiones más perfectas del Conde de Montecristo convertida en leyenda en América y en Reina del Sur en Gibraltar.
La triste, sofisticada Mecha Inzunza en un camino acuático de soledad y desengaños amorosos, como su antecesora mexicana, desde el Atlántico porteño a la Costa Azul. Eva, la antagonista de Falcó, reproduciendo el esquema de mujer revertiana de profundo desengaño y lealtad inquebrantable (esta vez a una causa ideológica) agresiva hasta lo inverosímil, pero ¡ay!, absolutamente vulnerable en el sexo. Y por fin la más homérica: Elena, capaz de componer al héroe subacuático como una Nausicaa posmoderna. Nunca estará en mi lista de mujeres amadas Lena, la habitante de 'La isla de la mujer dormida' que, en su amargura de agria Penélope, apenas le queda un fragmento de corazón con el que poder amar. Hembra distorsionada hasta la deformidad del alma por el dolor del hombre que la mira y la describe, yo soy incapaz de reflejarme en ella.
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