CRÍTICA DE:
'József. El húngaro', de Luis Enríquez: tipos duros
NARRATIVA
El ejecutivo de medios debuta como narrador con esta obra. ¿Es una novela? ¿Un gran reportaje?
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József existe. O al menos existió. Ese es el primer y más importante aviso al lector. Esta es una historia real. Ocurrió y su autor quiere contárnosla tal y como se la contaron a él. Tras años vinculado a las empresas de comunicación, ... Luis Enríquez debuta en estas páginas como narrador y lo hace encomendándose a la santísima trinidad de la No Ficción: Emmanuel Carrère, Gay Talese y Hunter Thompson.
Con ellos en mente —y con David Gistau escoltándole la prosa—, Enríquez firma ‘József. El húngaro’. ¿Es una novela? ¿Un gran reportaje? Beth Anne y la macrobiótica no podía ser más real, incluso más neurótica e inexplicable, pero justo por eso es una pieza novelesca de la antología del ‘Nuevo periodismo’.
NOVELA
'József. El húngaro’

- Autor Luis Enríquez
- Editorial La Esfera de los Libros
- Año 2025
- Páginas 280
- Precio 20,90 euros
Con József ocurre algo parecido, pero amplificado por la espectacularidad del personaje en su condición de testigo de un momento, incluso de una generación y de un prototipo de antihéroe: un hombre honesto y al margen de la ley, una criatura criada con los cascotes de la Perestroika incrustándose en su cabeza.
Esta historia está protagonizada por József —a secas— un antaño boxeador, miembro de la Legión Extranjera, mercenario en Ruanda y aventurero por naturaleza. Un sujeto nacido y criado en la Hungría previa a la caída del telón de acero, el mismo que viaja de polizón en el falso techo del Orient Express, en dirección a París, huyendo de asesinos bien entrenados, y que acaba de portero en el Irish Rover, un garito del Madrid de los años noventa al que llega recomendado por su compañero de celda en Carabanchel.
Prosa picada, diálogos percutidos — del tipo ‘Tener y no tener’— y un narrador omnisciente que actúa como sabueso
Prosa picada, diálogos percutidos — del tipo ‘Tener y no tener’— y un narrador omnisciente que actúa como sabueso son los rasgos más visibles de un tipo de voz narrativa que exige tres cosas: vigor para mantenerse, fibra para soportar la musculatura de la fauna que retrata —«tipos duros que no bailan», para entendernos— y, sobre todo, un tono que, sin renunciar al entusiasmo, protege al narrador de la sublimación y de ese tipo de masculinidad sobreactuada inevitable en ese registro. Luis Enríquez posee las tres cosas y las administra. Tal y como dice José F. Peláez en el prólogo: tiene un universo propio.
Hay que estar bien entrenado para hacer lo que Enríquez. Llevar al lector del Madrid de los noventa a la Hungría de los ochenta; del París cosmopolita a la Ruanda de guerrillas paramilitares. El mayor atributo de József es la honestidad con la que está contado y la naturaleza rocosa de su épica. Un superviviente cuya vida, narrada por Enríquez, hace lo que los buenos libros: atajar al lector y no dejarlo marchar. No es Tim Madden, ni lo pretende, pero honra esa oscura melancolía de los tipos duros que no bailan.
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