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El largo adiós de Isabel
Mientras espiamos la sala llena del Teatro Cervantes de Buenos Aires, la autora de 'Paula' me dirá: «Nada de diálogo académico. Vamos a reírnos»
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Iniciar sesiónSé que piensa —dos días después me lo confirmará por correo privado— que esta será su última gira y que esta tarde mágica y lluviosa en el Teatro Cervantes de Buenos Aires, acaso se convierta así en su última conversación pública. Pero quién sabe. ... Isabel Allende ha vendido ochenta millones de ejemplares, ha rodado por todo el mundo como si fuera una verdadera estrella de rock y, durante estas semanas, ha visitado tres países de América del Sur: ahora sólo quiere regresar a su casa en California, a su tercer marido, a su perra y a su escritorio, donde le espera la composición de una memoria personal basada en 24.000 cartas que intercambió con su madre durante décadas de distancia, cariño y complicidad.
En bambalinas, mientras espiamos la sala llena del teatro, la autora de ‘Paula’ me dirá: «Nada de diálogo académico, vamos a reírnos». Y a eso se dedicará durante una hora, lapso electrizante en el que su público estallará en carcajadas y en aplausos atronadores, y se emocionará frente a sus anécdotas literarias que invariablemente provienen de su inefable familia. «Mi padre nos abandonó y yo lo vi una sola vez en la vida, cuando me llamaron a la morgue para identificarlo, algo que no podía hacer porque no lo había conocido ni tenía una sola fotografía», comienza.
La mítica dama de los espíritus —les juro—está llena de una energía sobrenatural
El personaje crucial era su padrastro, a quien le decían el tío Ramón: «Me lo enseñó todo —asegura —. Primero, a tener confianza en mí misma. Me decía: ‘Tú eres la más inteligente de la pieza. No te olvides de eso’. Lo que es muy importante para una persona tan baja como yo. Porque, ¿de dónde sacas la autoestima cuando mides 1,50? Si no te la dan, no la tienes. Y me la dio mi padrastro. Yo iba a acudir a mi primera fiesta, y no quería ir. Porque sabía que nadie me iba a sacar a bailar. Pero el tío Ramón me obligó: ‘Vas a aprender a bailar de todas maneras’. Primero con una escoba, luego con una silla y al final con él: me enseñó todos los bailes de moda en una tarde. Dejó de ir a la oficina para enseñarme. Me compró un vestido y me llevó a la fiesta llorando: yo iba furiosa. Y en el coche me dice: ‘No te sientes por ningún motivo. Porque una mujer sentada es como una fragata anclada. No comas nada, porque si tienes en la mano un plato de torta es como si tuvieras un escudo delante. Quédate de pie cerca de la música, porque el que cambia los discos es el que baila’. Me dio todos los datos necesarios y bailé toda la noche».
La familia del Valle, que irrumpe en la legendaria ‘La casa de los espíritus’, está inspirada en sus parientes: «Una familia de lunáticos —admite—. Doce hermanos y todos raros. El tío Jaime llegó a senador de la república, y hacía sus discursos en versos rimados en el recinto. El tío Ambrosio iba siempre en jaqué y sombrero de copa, y se quitaba los pantalones en la calle para dárselos a los mendigos. La tía Teresa era santa y le habían salido alas de querubín en la espalda. Decían que era un cáncer pero no es cierto: eran alas». Refiere que su abuela experimentaba con fenómenos paranormales y que tenía tres amigas con las que hacía espiritismo: se mandaban recetas de cocina telepáticamente. «No funcionaban, pero no por la telepatía, sino porque eran pésimas cocineras».
Se despide de sus lectoras sin melancolías, y ya en el camerino nos abrazamos: yo agotado, ella fresca. La mítica dama de los espíritus —les juro—está llena de una energía sobrenatural.
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