LA dolce Vita
Elizabeth Jane Howard, las tinieblas del amor
La escritora británica no es sólo la autora de 'Crónicas de los Cazalet'. Se recupera 'Una larga mirada', el derrumbe de los juveniles sueños conyugales
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Iniciar sesiónAhora, cuando el amor se presta a una ensoñación del pasado, la ola de romanticismo que asoló Europa desde el siglo XIX parece ensombrecerse por modelos más cercanos a lo efímero, y la pasión pareciera una rémora adolescente de la que es preciso curarse. El ... amor se disuelve como volutas de humo en el horizonte, aun cuando todavía queda un halo de respuesta, un susurro, un recuerdo de lo que fue, o de lo que podría haber sido. ‘Una larga mirada’ (Siruela) de la gran novelista británica Elizabeth Jane Howard (Londres, 1923-Suffolk, 2014), autora de la memorable ‘Crónicas de los Cazalet’, se adentra en el interior de un matrimonio que no fue, como tantos, lo que el amor prometía, pero siguió unido porque la vida nunca está en orden.
Una novela sorprendente, única en su disposición narrativa. Comienza por el final y termina por el principio. Primera sugerencia, no valen las trampas en su lectura. Acepte la curiosa invitación de la autora a continuar la línea trazada en su arranque. Es un viaje a la semilla. Tras la última frase se comprende, con una nitidez sobrecogedora, cuanto se ha leído.
No es un juego, es una larga mirada que viaja hacia el pasado desde el presente, en diferentes epifanías, o «momentos de vida» (Virginia Woolf) de lo sucedido al matrimonio entre Antonia y Conrad Fleming. Veinte años de matrimonio nos esperan, dos décadas en los que el viaje ha sido si no hacia el infierno, o al fin de la noche, sí hacia el desasosiego, las tinieblas, el desencanto. Esa larga mirada es la de Antonia, una mirada melancólica, por instantes sórdida, desasosegadora, pero que conmueve en lo que es el implacable paso del tiempo y la paulatina desaparición de lo que algún lejano día fue el feliz encuentro entre dos ilusionados jóvenes en busca de la felicidad conyugal. Diálogos llenos de inteligencia, sofisticación y penuria, casi como la vida misma.
Una formidable capacidad de descripción, paisajes, ambientes, sensaciones. La novela narra el deterioro desde los días en que el mundo estaba en sus manos, en las de Antonia y Conrad. Desde el comienzo, en una distinguida mansión de Hampsted Hill londinense, 1950; hacia 1942, 1937, 1927 y 1926. Genial esa arquitectura narrativa que construye Howard para indagar cómo el amor fue hacia atrás. Dura, triste en todo su derrumbe y mágica en la manera de aceptar un destino que, como siempre, pondrá la zancadilla a sus protagonistas.
A unos pasos del Retiro madrileño, en esta primavera de calores prematuros y alergias múltiples queda la apoteosis del aperitivo, y en Madrid no hay otro que la cerveza, los boquerones en vinagre, los berberechos, la rusa, los escabeches, por ejemplo, mejillones. El lugar, ya un clásico, Hermanos Vinagre en Narváez, 58, con sus ahumados y sus gildas, para aliviar lo que se ponga enfrente que suele ser más de lo que alguno bienintencionado pensó. Pero así están las cosas.
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