CAMBIO DE TERCIO

Nuestras herencias

Los escritores que ahora se están abriendo paso han dejado atrás la vergüenza y citan a Galdós o a Pardo Bazán

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Benito Pérez Galdós, retratado por Joaquín Sorolla

Pertenezco a una generación de escritores que rara vez reconocía estar influenciada por autores españoles. Ya no se pregunta por los referentes literarios en las entrevistas (la literatura no sirve al ‘clickbait’), pero antes era obligatorio mostrar tus credenciales. Nosotros sacábamos pecho: nuestros dioses eran ... David Foster Wallace, Raymond Carver, Don DeLillo o J.G. Ballard. Y en lengua española, sólo latinoamericanos: Roberto Bolaño, César Aira... Aquellos eran los escritores a los que molaba citar. Por supuesto, los leíamos con fruición porque son buenísimos, y supongo que terminarían influenciándonos de un modo u otro.

Sin embargo, llamaba la atención que apenas se mentaran escritores patrios. Además de evidenciar que, culturalmente, España era (y sigue siendo) una colonia anglosajona, había algo raro en aquella omisión. Estábamos acomplejados, teníamos vergüenza de nuestros orígenes, de la España pobre, atrasada, corrupta, gris, cruel y provinciana retratada por Valle Inclán, Delibes o Cela.

No queríamos ser escritores españoles, sino americanos o ingleses. O, como mucho, latinoamericanos. Resultaba ridículo. ¿Se imaginan que un escritor francés no citara a ningún francés entre sus influencias, o que un autor italiano solo leyera a americanos?

No queríamos ser escritores españoles, sino americanos o ingleses. O, como mucho, latinoamericanos. Resultaba ridículo

Si Cela, Delibes o Pío Baroja no figuraban entre nuestras referencias a pesar de que los habíamos leído por ser obligatorios en el bachillerato, menos aún lo hacían Emilia Pardo Bazán, Carmen Martín Gaite, Rosa Chacel o Ana María Matute. Había mucho machismo; las autoras eran despachadas como ‘literatura femenina’ y no universal, y recuerdo que en mi libro de texto las escritoras que acabo de citar figuraban de pasada, como florecillas que crecieran a la sombra del majestuoso árbol conformado por ‘La Regenta’, ‘Tirano Banderas’, ‘El árbol de la ciencia’ o ‘La colmena’.

Me alegra mucho comprobar que esto ha cambiado en las generaciones jóvenes. Los escritores que ahora se están abriendo paso han dejado atrás la vergüenza y citan a Galdós o a Pardo Bazán. Por otra parte, el canon, como bien señaló el profesor y crítico José María Pozuelo Yvancos en un curso sobre Ana María Matute celebrado este verano en El Escorial, ha cambiado en favor de las autoras, y lo que antes se despreciaba, la literatura de corte intimista, ha resultado ser mucho más actual que la de sus pares varones.

Novelas como ‘Nada’ de Carmen Laforet, ‘El cuarto de atrás’ de Carmen Martín Gaite o ‘Primera memoria’ de Ana María Matute son hoy leídas y celebradas. Es una buena noticia, no solo porque se repara una injusticia, sino también porque rechazar nuestras herencias es borrarnos a nosotros.

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