'El descontento democrático', de Michael J. Sandel: la economía internacional contra los Estados

Pero todo este bienestar y optimismo de repente se derrumbó. En primer lugar los atentados de las Torres Gemelas nos avisaron de la llegada de un nuevo siglo complicado, luego vinieron las guerras de Irak, Afganistán, los conflictos de la ex Yugoslavia y ahora la guerra de Rusia contra Ucrania.

El resurgimiento del racismo, la xenofobia, los nacionalismos, los populismos, las dos grandes crisis económicas, la inmigración, la globalización y deslocalización de las grandes empresas con la pérdida del trabajo local, las nuevas tecnologías, la Inteligencia artificial, los algoritmos, la robótica, la crisis climática, la crisis de la UE, la de los EEUU con el asalto al Capitolio de Washington , la degradación de las democracias occidentales, la pandemia, el negacionismo de las vacunas, la erosión de los lazos sociales, o la aparición de personajes autoritarios como Trump o Putin.

La compensación económica de la que se habló nunca se llevó a cabo. Los Estados se dejaron arrastrar por el poder económico. Se rescataron los bancos con dinero público durante la crisis financiera del año 2008. En los EEUU tanto el presidente Clinton como Obama, ambos pertenecientes al Partido Demócrata, contraviniendo sus promesas electorales aplicaron políticas neoliberales.

Fundamentalmente la globalización y el rescate bancario y financiero, aconteció en Norteamérica, pero prácticamente igual en las democracias occidentales. Esta fue una de las entradas de los populismos. En la izquierda estadounidense el Occupy; mientras en la derecha el Tea Party.Las desigualdades de rentas y en la distribución de la riqueza, los sindicatos en declive, las finanzas sin control que dejaron de invertir en las propias empresas locales por haberlas trasladado a otros lugares más económicos, fueron algunos de los motivos por los que votaron a Trump, es decir, una manera de venganza contra los de siempre, entre los cuales curiosamente está el oligarca Trump.

Y lo mismo ha sucedido en Europa donde el avance de la extrema derecha está comandada por las clases trabajadoras que se sienten traicionadas por los partidos de izquierdas. Trump, como era evidente, no hizo nada por los trabajadores que lo apoyaron y, quizás, si su situación penal se aclara y se pudiera volver a presentar a la Presidencia de los EEUU, volvería a hacer exactamente lo mismo. Pero Trump con esta base importante de votantes coincidía en cosas esenciales: ir contra la inmigración, contra la globalización, y aislar a su país económica y políticamente. En definitiva, reafirmar la soberanía nacional, el poder del Estado, el orgullo patriótico frente al multiculturalismo y el cosmopolitismo.

En nuestros días el descontento generalizado ha vuelto a cundir. Una sensación de que la política en general ha fracasado o está secuestrada. La sociedad se ha dividido y hay una violencia que se había ya olvidado. Han surgido aspectos morales y éticos nuevos, la sensación de desprotección de la ciudadanía es muy grande ante el mundo tecnológico. El Estado nación está siendo golpeado por la fuerte economía internacional, en el exterior; mientras que en el interior los nacionalismos revividos acosan a las democracias.

También la separación de poderes y el control democrático están en peligro. Como escribe Michael Sandel, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, «las personas no jurarán lealtad a entidades descomunalmente grandes y distantes, por mucha importancia que tengan, a menos que esas instituciones estén conectadas de algún modo a unos ordenamientos políticos que reflejen la identidad de los participantes». Y este es también uno de los problemas de la UE.

Trump y el Brexit fueron una reafirmación de la soberanía nacional contra los tecnócratas, la pérdida de empleos, los bajos salarios o la creciente desigualdad. Hay una sensación muy extendida de que el gran capital global está usurpando el poder de los Estados. Por ejemplo, las grandes empresas tecnológicas. Un poder político, económico y social ajeno a los Estados. Y la demostración más simple es la negativa a pagar los impuestos. Luego viene la desinformación, los bulos, las noticias falsas, el odio a través de las redes sociales, o las injerencias en los procesos electorales . Todo un gran conglomerado de 'poder alegal'.

Para Sandel es fundamental repensar cómo desde el poder político se puede controlar ese otro poder en paralelo. El Estado más que poner dinero para rescatar bancos y otras empresas quebradas por sus malas acciones, debe vigilar y advertirles del peligro que corren llevando a cabo actividades peligrosas. Sandel nos explica con gran claridad y buena narrativa, los peligros que estamos pasando las sociedades democráticas occidentales, así como aporta algunas soluciones. Aunque trata de ser imparcial, escribe desde una izquierda centrada, pero más allá de los demócratas de su país, a los que les dedica críticas muy severas y muy ciertas.