ARTE
Carlos León, el pintor que habita en discoteca
Biografía oculta de un creador 'olvidado'
Antes de inaugurar en la galería Fernando Pradilla, pudimos visitar el estudio de este autor en el campo castellano, donde se explica su pintura
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Iniciar sesiónCarlos León (Ceuta, 8 de marzo de 1948) habita donde habita el olvido. Literalmente. No solo porque se considere un damnificado de la pintura y el arrinconamiento general que ha sufrido y sufre tan antigua (clásica) disciplina sino porque tiene su casa y su ... estudio en mitad de la nada castellana.
Decir que se encuentra donde Cristo perdió el sombrero resulta un tanto exagerado –a su vera tiene lo que eufemísticamente se llama un club de alterne y también una gasolinera–, pero, desde luego, queda al margen de las rutas urbanas del arte, y, huelga añadir, que de todas las modas y subterfugios conceptuales.
La aventura de llegar hasta ese punto remoto de la geografía patria en pleno mes de julio viene aliñada con los cerca de cuarenta grados a la sombra de este verano canicular. El cielo, cubierto por el humo de los incendios cercanos, presagia el fin del mundo al más puro estilo de una película futurista rodada en el desierto de Las Vegas.
Desgarradora
Y en medio de esa nada tan desgarradora, tan inquietante, se abren las puertas de la nave donde Carlos León vive atrincherado desde hace años a vueltas consigo mismo y con la creación: «Nunca he buscado ni el dinero ni el éxito», afirma. De hecho, se define como «un 'gourmet' de la pintura» y describe este hábitat suyo tan particular «como una cueva donde se funden vida y trabajo, en la que las veinticuatro horas del día soy pintor», porque, han deducido bien, no ve a nadie durante días.
«La evolución de mi mirada se puede seguir en mis visitas a las chatarrerías... en los desvanes»
Puedo seguir encadenando frases que he apuntado a vuela pluma porque Carlos León no para de hablar. Compulsivamente, lo calificaría yo, quizás porque tampoco cruza palabra con nadie durante días. Compulsivamente, lo mismo que se suceden los cuadros de sus distintas etapas aquí y allá. Apilados en estricto orden. Una biografía creativa en la que él se define como «nieto del expresionismo abstracto: de Barnett Newman, pero también de Matisse, de Miró, de Bacon...». Nombres que, aparentemente, nada tienen que ver entre sí pero cuyos vínculos se resumirían en esta otra frase suya: «vivir la pintura desde dentro. Ser un Cézanne o un Van Gogh». Y matiza: «Bacon es un ser destrozado por su existencia y yo reivindico lo dionisiaco». Sin duda, tiene toda la razón cuando afirma que «la pintura es ofrecer un rico banquete a la vista».
Inmensa en sus dimensiones, la nave donde habita Carlos León y su mundo hecho por y para la pintura, te engulle como una ballena. Antes de centrarnos en la exposición que acaba de presentar en la madrileña galería Fernando Pradilla en la que ha zanjado cuentas con su pasado pictórico y sus cortapisas, sus amaneramientos, damos un paseo y nos perdemos en cada rincón donde el desorden tiene un orden. Cada causa tiene un efecto.
«Decorar» el vacío
Lo primero que llama la atención son las esculturas que «decoran» el vacío. Nunca supe de Carlos León como escultor, como compositor de poemas visuales. Al cabo, he aquí la mejor definición de esos extraños túmulos en lo que se unen, al más puro estilo surrealista, una mesa de disección y un paraguas, un neumático con un montón de hierros oxidados, con vidrios rotos... «La evolución de mi mirada se puede seguir en mis visitas a las chatarrerías... en los desvanes que asocio con la memoria, con Nueva York, con el expresionismo abstracto».
Una biografía creativa en la que él se define como «nieto del expresionismo abstracto»
Las dos series que presenta en la galería Fernando Pradilla suponen otra vuelta de tuerca a su manera de entender la pintura. Explica Carlos León cómo se repetía, que lo difícil de la pintura le salía fácil, de corrido, su mano se había llenado de vicios. De esa ruptura nacen los conjuntos 'Háfrika' y 'Los jardines químicos'.
Sobre el primero, sin duda, destaca su fascinación por el continente africano y «como este ha inspirado a las mejores cabezas de nuestro arte». Sobre el segundo, hace acopio de referencias a la Grecia arcaica («nada me interesa más. Tiene mucho que ver con mi patria») y la infancia, aquello que te decían de pequeño sobre si quieres algo lo pintas «y como no he tenido nunca un jardín...». Obviamente, Carlos León los ha pintado en esta sorprendente serie que ahora presenta, porque «la mejor respuesta frente al dolor es la belleza. Busco ampliar el territorio».
PINTURA
Carlos León
'Encender'. Galería Fernando Pradilla. Madrid. C/ Claudio Coello, 20. Hasta el 22 de octubre
El calor reina a sus anchas allá afuera, pero dentro de la nave uno vive al margen del cataclismo térmico, del fin del mundo que se avecina. Carlos León me confiesa que «quiere morir con las botas puestas». No cabe duda de que aquí tiene acopio de 'víveres' espirituales para seguir pintando una serie tras otra, para seguir reinventando una y otra vez el oficio. Para aislarse de este mundo y de esta España que, asegura, «parecen haberse encogido... He sido de la izquierda pura y me avergüenzo de la izquierda... Hay demasiados oportunistas». Sentencias que apunto, mientras repaso el paisaje de este estudio en el que uno no puede perder detalle.
Banda sonora
Las vitaminas, los estimulantes creativos, Carlos León no solo los encuentra en esos referentes artísticos antes referidos, entre los chamarileros y la Historia del Arte. Entre la poesía y los placeres de la vida, de la comida a la bebida. El hedonismo que menciona una y otra vez. La literatura, claro, ahí está también, pero hace una mención especial a la música. «Cada cuadro tiene una banda sonora –apunta–. Pinto con música. Escucho de todo, desde Mozart, al Barroco, Bach, Vivaldi... Pero también Joy Division, el heavy, el punk... a Gesualdo...». La intrahistoria de los cuadros de Carlos León haya donde habita el olvido.
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